6/05/2018, 20:11
Llevaba media hora parado frente al gran rascacielo donde vivía Ayame y su familia. Debatiéndose internamente si adentrarse de una vez por todas y hacer de aquella visita un encuentro casual o circunstancial y no así premeditado; o de ir con cara a la verdad y agobiar a la pobre Ayame con aquello que le agobiaba a él también. Eso en particular aún no lo había decidido del todo —pues, aunque él se viera visto envuelto en un drama ajeno al suyo, no pensaba lograr el mismo efecto cuando decidiera él encargarse de su propio reducto— aunque sí pensaba sacar de aquel encuentro la valentía para dar el paso definitivo, antes de que una tragedia pusiera en jaque el renombre de un clan del que nunca se había sentido parte, pero al que sin razón que lo justificase, quería salvar a toda costa. Quizás por alguna urgente necesidad de tener ese sentido de pertenencia que tanto le hacía en falta, o sólo porque quería ser un shinobi responsable.
Suspiró profundamente y, finalmente, se adentró en el rascacielo. Ascendió hasta el décimo piso y tocó la puerta del departamento donde hacían vida los Aotsuki, esperando que le atendiera su prima y no así el gélido de su hermano o el cabrón de su padre. Aunque si le recibía éste último quizás le cobraría ese favor que le debía después de que el escualo le hubiera salvado el culo allá en las costas de Amenokami, de las fauces del cocodrilo traidor.
De nuevo vistió su rostro de aquella sonrisa que protagonizaba tantas pesadillas y esperó pacientemente.
Ya no había vuelta atrás.
Suspiró profundamente y, finalmente, se adentró en el rascacielo. Ascendió hasta el décimo piso y tocó la puerta del departamento donde hacían vida los Aotsuki, esperando que le atendiera su prima y no así el gélido de su hermano o el cabrón de su padre. Aunque si le recibía éste último quizás le cobraría ese favor que le debía después de que el escualo le hubiera salvado el culo allá en las costas de Amenokami, de las fauces del cocodrilo traidor.
De nuevo vistió su rostro de aquella sonrisa que protagonizaba tantas pesadillas y esperó pacientemente.
Ya no había vuelta atrás.