3/09/2015, 00:22
Mientras hablaba, el shinobi de Kusagakure guardó la bomba de humo de nuevo. Parecía que no había visto a sus familiares, y Ayame no pudo reprimir un suspiro de decepción.
—Jo, me quedaré atrapada en esta ciudad para siempre... Sola —se lamentó en voz alta, antes de volverse hacia él de nuevo. Le estaba preguntando por su hermano mayor, y Ayame alzó bruscamente las manos—. ¡Pues eso! ¡Es todo-blanco! —exclamó, haciendo un mayor énfasis en el color mientras gesticulaba con sus manos una forma redondeada y amplia. Después, se mantuvo algo pensativa durante unos segundos. ¿Cómo era posible que le costara recordar qué ropas llevaban en el momento que se perdió? Con respecto a Kōri no era un problema, pero...—. Pues papá iba vestido de negro... Con una gabardina de mangas cortas, pantalones largos y una camiseta de manga larga de color gris... Y mi hermano va de blanco. ¡Ah! Y lleva una bufanda de color azul en torno al cuello.
Su interlocutor se presentó repentinamente, sobresaltándola por lo repentino de la situación.
—¡Oh, es cierto! Disculpa mis modales. Mi nombre es Aotsuki Ayame, es un placer —dijo, con una inclinación de cabeza.
Justo en ese momento, dos personas atravesaron los colosales portones dorados del que en la antigüedad había sido el castillo del Señor Feudal. Eran dos hombres de una estatura similar, aunque uno era visiblemente más adulto que el otro. Como el yin y el yang, el más mayor tenía los cabellos oscuros, aunque el sol conseguía arrancar algunos destellos desteñidos azulados de su pelo, e iba vestido enteramente de negro. El otro, tal y como lo había descrito Ayame, era blanco de la cabeza a los pies. Blanco el pelo, blanca su piel, y blanca su ropa.
La diferencia de presión entre el ambiente exterior y el interior del castillo, levantó una ráfaga de aire que sacudió una gabardina de tela impermeable, negra como el tizón, y la bufanda azul del otro.
Pero Ayame parecía ignorante a la situación, ocupada con su presentación como estaba.
—Jo, me quedaré atrapada en esta ciudad para siempre... Sola —se lamentó en voz alta, antes de volverse hacia él de nuevo. Le estaba preguntando por su hermano mayor, y Ayame alzó bruscamente las manos—. ¡Pues eso! ¡Es todo-blanco! —exclamó, haciendo un mayor énfasis en el color mientras gesticulaba con sus manos una forma redondeada y amplia. Después, se mantuvo algo pensativa durante unos segundos. ¿Cómo era posible que le costara recordar qué ropas llevaban en el momento que se perdió? Con respecto a Kōri no era un problema, pero...—. Pues papá iba vestido de negro... Con una gabardina de mangas cortas, pantalones largos y una camiseta de manga larga de color gris... Y mi hermano va de blanco. ¡Ah! Y lleva una bufanda de color azul en torno al cuello.
Su interlocutor se presentó repentinamente, sobresaltándola por lo repentino de la situación.
—¡Oh, es cierto! Disculpa mis modales. Mi nombre es Aotsuki Ayame, es un placer —dijo, con una inclinación de cabeza.
Justo en ese momento, dos personas atravesaron los colosales portones dorados del que en la antigüedad había sido el castillo del Señor Feudal. Eran dos hombres de una estatura similar, aunque uno era visiblemente más adulto que el otro. Como el yin y el yang, el más mayor tenía los cabellos oscuros, aunque el sol conseguía arrancar algunos destellos desteñidos azulados de su pelo, e iba vestido enteramente de negro. El otro, tal y como lo había descrito Ayame, era blanco de la cabeza a los pies. Blanco el pelo, blanca su piel, y blanca su ropa.
La diferencia de presión entre el ambiente exterior y el interior del castillo, levantó una ráfaga de aire que sacudió una gabardina de tela impermeable, negra como el tizón, y la bufanda azul del otro.
Pero Ayame parecía ignorante a la situación, ocupada con su presentación como estaba.