5/09/2015, 02:17
Kaido continuó disfrutando de su merienda como si no hubiese un mañana. Devoraba las galletas y dejaba caer por la comisura de los labios unas cuantas migajas, al mismo tiempo que continuaba observando fijamente el horizonte. Sólo veía agua, agua y más agua. Incluso estaba meditando darse un buen chapuzón en el lago, a pesar de ya encontrarse parcialmente empapado por la constante llovizna que caía sobre Amegakure cada día.
Pero eso no era un problema. No para alguien que llevaba consigo un par de branquias al costado de la nuca, y siendo un Hozuki, además; la constante precipitación era sin duda alguna un preciado regalo.
Uno que aprendió a disfrutar más que cualquier otro ciudadano, dada su particular condición genética.
—¡Buen día Ayame-chan!—dijo una menuda mujer de cabellos escarlata. Se encontraba a la distancia, más lejos del tiburón que da la chica, aunque justo en medio de la dirección que Ayame había tomado para huir de su desconocido primo lejano. Saludaba eufórica, sonriente, como si sintiera un gran honor en ver a la elegida para llevar la pesada carga que suponía ser el recipiente de una bestia con cola.
El llamamiento también atrajo la atención del tiburón. De no ser por aquella casual intervención de una inhibida y amable ciudadana dispuesta a saludar a la recién graduada Kunoichi, él nunca se habría dado cuenta de su presencia. Y ahora que sabía que estaba allí, la curiosidad le subió hasta calar sus músculos y verse obligado a levantarse tan pronto como pudiese. La mujer a la cual Ayame podría o no reconocer dependiendo de su memoria, terminaría siguiendo el camino que llevaba antes de el encuentro.
«Quien lo diría...»
Y mientras más se alejaba ella, más se acercaba el Gyojin, a tal punto de estar lo suficientemente cerca para hablar con la muchacha.
—¡Vaya vaya! —comentó con gracia, dejando entrever su afilada sonrisa—. no esperaba que la chica más tímida de la graduación fuera esa tal Ayame de la que hablan todos.
El Gyojin se acercó, paciente y con lentitud, hasta poder extender su mano. Se estaba presentando, desde luego; a pesar de no ser el joven más educado del mundo. Pero no quería espantar a la chica, no tan pronto.
—Soy Kaido, ¿qué tal?
Yarou-dono le había comentado algunas cosas sobre ella. Lo básico, lo que todo el mundo sabe. Sin embargo, era la primera vez que podía relacionar ese nombre con un rostro, aún y cuando durante la graduación la muchacha fue llamada por su nombre para recibir la esperada bandana. Pero así era Kaido, despistado. De los que presta atención a las cosas interesantes.
Y Ayame, con sus cabellos negros y su rostro angelicalmente aburrido, no lo era. Aunque aún estaba a tiempo de demostrarle lo contrario al tiburón.
Pero eso no era un problema. No para alguien que llevaba consigo un par de branquias al costado de la nuca, y siendo un Hozuki, además; la constante precipitación era sin duda alguna un preciado regalo.
Uno que aprendió a disfrutar más que cualquier otro ciudadano, dada su particular condición genética.
—¡Buen día Ayame-chan!—dijo una menuda mujer de cabellos escarlata. Se encontraba a la distancia, más lejos del tiburón que da la chica, aunque justo en medio de la dirección que Ayame había tomado para huir de su desconocido primo lejano. Saludaba eufórica, sonriente, como si sintiera un gran honor en ver a la elegida para llevar la pesada carga que suponía ser el recipiente de una bestia con cola.
El llamamiento también atrajo la atención del tiburón. De no ser por aquella casual intervención de una inhibida y amable ciudadana dispuesta a saludar a la recién graduada Kunoichi, él nunca se habría dado cuenta de su presencia. Y ahora que sabía que estaba allí, la curiosidad le subió hasta calar sus músculos y verse obligado a levantarse tan pronto como pudiese. La mujer a la cual Ayame podría o no reconocer dependiendo de su memoria, terminaría siguiendo el camino que llevaba antes de el encuentro.
«Quien lo diría...»
Y mientras más se alejaba ella, más se acercaba el Gyojin, a tal punto de estar lo suficientemente cerca para hablar con la muchacha.
—¡Vaya vaya! —comentó con gracia, dejando entrever su afilada sonrisa—. no esperaba que la chica más tímida de la graduación fuera esa tal Ayame de la que hablan todos.
El Gyojin se acercó, paciente y con lentitud, hasta poder extender su mano. Se estaba presentando, desde luego; a pesar de no ser el joven más educado del mundo. Pero no quería espantar a la chica, no tan pronto.
—Soy Kaido, ¿qué tal?
Yarou-dono le había comentado algunas cosas sobre ella. Lo básico, lo que todo el mundo sabe. Sin embargo, era la primera vez que podía relacionar ese nombre con un rostro, aún y cuando durante la graduación la muchacha fue llamada por su nombre para recibir la esperada bandana. Pero así era Kaido, despistado. De los que presta atención a las cosas interesantes.
Y Ayame, con sus cabellos negros y su rostro angelicalmente aburrido, no lo era. Aunque aún estaba a tiempo de demostrarle lo contrario al tiburón.