13/06/2018, 15:32
Flama, Verano del año 218.
Nada perturbaba a la figura solitaria, envuelta en su capa de viaje, que coronaba la cima del acantilado del Valle del Fin. Frente a él se extendía el vacío en caída libre del agua siguiendo el cauce del río y la cascada, que llenaba el ocaso con su suave pero penetrante rumor. El Sol de Verano ya se escondía tras las nubes en el horizonte, grises como el presagio de la lluvia que seguramente acaecería cuando llegase la noche.
Uchiha Akame aguardaba, paciente, brazos en cruz y mirada en el horizonte. Había sido citado allí por una persona especial —su compadre y Hermano del Desierto, Datsue— con cierta urgencia y en sospechosas circunstancias. Al mismo tiempo, el rumor de un incidente en el Edificio del Uzukage había corrido como la pólvora por la Aldea. Cualquier otro ninja hubiera pensado que era una simple casualidad, pero Akame había aprendido que con Datsue las coincidencias raramente existían.
«¿Qué demonios ha pasado, Datsue-kun?»
Bajo su capa de viaje amarronada y sucia, el Uchiha llevaba su uniforme de jounin, con la orgullosa placa dorada en su brazo izquierdo y el chaleco militar sobre una camiseta azul oscuro de cuello alto. Sus pertrechos de ninja, firmemente asegurados en su muslo derecho —el portaobjetos con los shuriken— y en la cintura —el otro—. A la espalda, abultando la capa con su característica figura, su peculiar espada de color negro.
La bandana de Uzushiogakure no Sato protegía su frente.