16/06/2018, 00:21
Akame aguantó, estoico, el chaparrón que le cayó encima como réplica. Parecía un guerrero solitario en mitad de un páramo de guerra, a punto de ser alcanzado de lleno por una lluvia de flechas enemigas. El cielo se oscurecía, la respiración se le agitaba y sus ojos se movían, ávidos por encontrar cobertura. Una zanja, una pila de cuerpos, un carro destrozado. Cualquier cosa que pudiera servirle de parapeto para resguardarse de todas aquellas afiladas y letales puntas de acero que caían en picado, buscándole a él.
Y lo encontró. Fue justo cuando Datsue terminó de gritar. Ahí estaba, un resquicio minúsculo, apenas un agujero, en el que podría esconderse. Aunque, ¿era eso lo que deseaba hacer?
Agitó la cabeza. Debía reflexionar con claridad; si se dejaba llevar por sus emociones, todo saldría mal. «Al menos uno de los dos debe seguir pensando como un maldito ninja», se dijo Akame. De modo que, cuando aquel solitario soldado escuchó un centenar de flechas clavarse en el suelo, a su alrededor, osó levantar la cabeza y otear al enemigo. Cargó su propia ballesta... Y disparó.
—¿Qué hice yo cuando violaron y asesinaron a Koko, Datsue-kun?
La voz le salió átona, gris, impersonal. Era el producto de demasiadas emociones contenidas y filtradas, un hilo que parecía ser capaz —por momentos— de sostener más carga de la que cualquier persona juiciosa le adjudicaría.
Y lo encontró. Fue justo cuando Datsue terminó de gritar. Ahí estaba, un resquicio minúsculo, apenas un agujero, en el que podría esconderse. Aunque, ¿era eso lo que deseaba hacer?
Agitó la cabeza. Debía reflexionar con claridad; si se dejaba llevar por sus emociones, todo saldría mal. «Al menos uno de los dos debe seguir pensando como un maldito ninja», se dijo Akame. De modo que, cuando aquel solitario soldado escuchó un centenar de flechas clavarse en el suelo, a su alrededor, osó levantar la cabeza y otear al enemigo. Cargó su propia ballesta... Y disparó.
—¿Qué hice yo cuando violaron y asesinaron a Koko, Datsue-kun?
La voz le salió átona, gris, impersonal. Era el producto de demasiadas emociones contenidas y filtradas, un hilo que parecía ser capaz —por momentos— de sostener más carga de la que cualquier persona juiciosa le adjudicaría.