7/07/2018, 23:01
Nabi pasó rápidamente a la acción. Como un improvisado torniquete, se arrancó parte de su camiseta y la anudó en torno al cuello de su malherida compañera. Con aquello lograría frenar la hemorragia, pero también sabía que si no hacía nada más, la vida de Eri correría grave peligro. Con aquellos pensamientos en mente, la tomó en brazos (afortunadamente, la Uzumaki no pesaba demasiado y el Inuzuka era lo suficientemente fuerte como para cargar con ella) y abandonó el puerto con el fin de adentrarse de nuevo en aquella gran avenida atestada de gente.
—¡¡¡UN MÉDICO!!! Necesito un médico, ¡ya!
Los gritos alertaron a la multitud, y prácticamente todas las personas se volvieron hacia él al unísono. Sin embargo, la visión de la muchacha inconsciente y cubierta de sangre despertó una obvia reacción. Los gritos comenzaron a dispersarse por doquier, contagiándose de unos a otros como si de un virus mortal se tratara, y pronto una auténtica estampida de pollos sin cabeza corría de aquí para allá sin ningún tipo de orden ni sentido.
Doro corría a toda velocidad perseguido de forma incesante por Stuffy. El can, pese a su pequeño tamaño, demostraba una tenacidad casi envidiable, siguiendo los tobillos del desesperado guardia, que trataba de huir entre agobiados grititos.
—¡DÉJAME, MALDITO CHUCHO! ¡AH!
Que le alcanzara era cuestión de segundos. Stuffy corría más rápido que Doro, el caso era que lo hiciera antes de que el exguardia se perdiera en la multitud que ahora corría en todas direcciones en la gran avenida, a unos pocos metros más adelante.
¿Cómo actuaría el animal?
—¡¿Qué ha ocurrido?!
Un hombre había aparecido junto a Nabi. Debía de rondar la treintena y tenía el cabello corto y de color oscuro. Con gesto evaluador, se había inclinado sobre Eri, con sus ojos oscuros inspeccionándola.
—¡¡¡UN MÉDICO!!! Necesito un médico, ¡ya!
Los gritos alertaron a la multitud, y prácticamente todas las personas se volvieron hacia él al unísono. Sin embargo, la visión de la muchacha inconsciente y cubierta de sangre despertó una obvia reacción. Los gritos comenzaron a dispersarse por doquier, contagiándose de unos a otros como si de un virus mortal se tratara, y pronto una auténtica estampida de pollos sin cabeza corría de aquí para allá sin ningún tipo de orden ni sentido.
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Doro corría a toda velocidad perseguido de forma incesante por Stuffy. El can, pese a su pequeño tamaño, demostraba una tenacidad casi envidiable, siguiendo los tobillos del desesperado guardia, que trataba de huir entre agobiados grititos.
—¡DÉJAME, MALDITO CHUCHO! ¡AH!
Que le alcanzara era cuestión de segundos. Stuffy corría más rápido que Doro, el caso era que lo hiciera antes de que el exguardia se perdiera en la multitud que ahora corría en todas direcciones en la gran avenida, a unos pocos metros más adelante.
¿Cómo actuaría el animal?
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—¡¿Qué ha ocurrido?!
Un hombre había aparecido junto a Nabi. Debía de rondar la treintena y tenía el cabello corto y de color oscuro. Con gesto evaluador, se había inclinado sobre Eri, con sus ojos oscuros inspeccionándola.