11/09/2015, 16:18
Por suerte, Kaido no pareció mostrarse ofendido con su metedura de pata. Ayame suspiró para sus adentros, profundamente aliviada de no haber encontrado unas represalias para nada deseadas.
Sin embargo, hubo algo en sus palabras que le hizo ladear la cabeza.
«¿Familiarizándose? ¿Acaso no es de aquí?» Se preguntó, pero no encontró la ocasión de expresar su duda en voz alta.
Porque había habido otra afirmación que le había llamado todavía más la atención. La mirada de Ayame viró del rostro de Kaido a las aguas del lago. Y de nuevo a su rostro. Y de nuevo a las aguas del lago...
—Creo... creo que lo he entendido mal... ¿Has dicho que te gusta echarte la siesta en el fondo del lago? —tartamudeó, completamente estupefacta. Algo dentro de ella se negaba a creer aún que la apariencia de Kaido fuese eso, algo más que una apariencia. Pero él estaba poniendo verdadero empeño en hacerle ver que era de verdad un tiburón. Y era algo que la inquietaba sobremanera.
La inquietaba y la sorprendía. Porque sólo alguien que pudiera respirar bajo el agua podría atreverse a dormir bajo el agua. Y Ayame sólo conocía un caso similar a aquellas circunstancias:
El suyo propio.
Sin embargo, hubo algo en sus palabras que le hizo ladear la cabeza.
«¿Familiarizándose? ¿Acaso no es de aquí?» Se preguntó, pero no encontró la ocasión de expresar su duda en voz alta.
Porque había habido otra afirmación que le había llamado todavía más la atención. La mirada de Ayame viró del rostro de Kaido a las aguas del lago. Y de nuevo a su rostro. Y de nuevo a las aguas del lago...
—Creo... creo que lo he entendido mal... ¿Has dicho que te gusta echarte la siesta en el fondo del lago? —tartamudeó, completamente estupefacta. Algo dentro de ella se negaba a creer aún que la apariencia de Kaido fuese eso, algo más que una apariencia. Pero él estaba poniendo verdadero empeño en hacerle ver que era de verdad un tiburón. Y era algo que la inquietaba sobremanera.
La inquietaba y la sorprendía. Porque sólo alguien que pudiera respirar bajo el agua podría atreverse a dormir bajo el agua. Y Ayame sólo conocía un caso similar a aquellas circunstancias:
El suyo propio.