6/08/2018, 18:51
Ayame y Daruu se afanaron por correr a lo largo de la ancha avenida y tomaron un callejón a la izquierda, rodeando una inmensa torre de tuberías de metal. Esquivaron a la señora que había gritado, que los miró con los ojos hinchados antes de alejarse a toda la velocidad a la que uno podía moverse caminando. Los genin llegaron jadeando al lado de su sensei, y fue Ayame la primera que recuperó el aliento para hablar:
—¡Ya estamos aquí! ¿Qué ha ocurrido, Kori...-sensei? —preguntó.
Sin embargo, Kori se dirigió hacia Daruu. El muchacho de cabello alborotado se topó con el Hielo cuando separó las manos de sus rodillas y se reincorporó.
—Lo siento, Daruu-kun, pero no van a ser bandidos.
«¿Me ha oído? ¿Pero cómo?»
—¡Pero Kori-sensei! ¿Cuándo vamos a hacer algo emocio...? —Disimuladamente, Daruu se había inclinado para mirar adentro del establecimiento. Su piel había palidecido instantáneamente—. No... tienes que estar de broma...
Él mismo había comido fideos en el local del señor Takahashi. Aunque era un poco antipático y el sitio no era conocido por ser el restaurante más limpio de la ciudad, la comida era excelente, con recetas tradicionales e ingredientes frescos. Aquél hombre tenía talento y dedicaba a sus platos todo el tiempo que no le dedicaba a limpiar las banquetas en las que se sentaban los clientes. Pero ahora, el tugurio lúgubre había cruzado el umbral de lo siniestro. El cristal de la puerta estaba roto; una de las banquetas estaba apoyada en el hueco que dejó el vidrio: alguien la había usado para entrar o salir de forma nada civilizada. Con un simple vistazo al interior, se podía ver ya la sangre. Un rastro de sangre que se perdía, por supuesto, allí donde acababa la cobertura del techo y comenzaba la acción de la lluvia. Lo peor de dicho rastro de sangre era dónde comenzaba.
En el cuerpo sin vida del señor Takahashi.
Daruu dio un paso hacia atrás, y se maldijo mil veces a sí mismo por desear misiones más emocionantes. Por supuesto, probablemente hubiesen tenido que matar a alguno de esos bandidos. De pronto, sintió un escalofrío. ¿Había disfrutado con la idea? ¿Él?
Bajó la mirada, y se odió, también a sí mismo.
—¡Ya estamos aquí! ¿Qué ha ocurrido, Kori...-sensei? —preguntó.
Sin embargo, Kori se dirigió hacia Daruu. El muchacho de cabello alborotado se topó con el Hielo cuando separó las manos de sus rodillas y se reincorporó.
—Lo siento, Daruu-kun, pero no van a ser bandidos.
«¿Me ha oído? ¿Pero cómo?»
—¡Pero Kori-sensei! ¿Cuándo vamos a hacer algo emocio...? —Disimuladamente, Daruu se había inclinado para mirar adentro del establecimiento. Su piel había palidecido instantáneamente—. No... tienes que estar de broma...
Él mismo había comido fideos en el local del señor Takahashi. Aunque era un poco antipático y el sitio no era conocido por ser el restaurante más limpio de la ciudad, la comida era excelente, con recetas tradicionales e ingredientes frescos. Aquél hombre tenía talento y dedicaba a sus platos todo el tiempo que no le dedicaba a limpiar las banquetas en las que se sentaban los clientes. Pero ahora, el tugurio lúgubre había cruzado el umbral de lo siniestro. El cristal de la puerta estaba roto; una de las banquetas estaba apoyada en el hueco que dejó el vidrio: alguien la había usado para entrar o salir de forma nada civilizada. Con un simple vistazo al interior, se podía ver ya la sangre. Un rastro de sangre que se perdía, por supuesto, allí donde acababa la cobertura del techo y comenzaba la acción de la lluvia. Lo peor de dicho rastro de sangre era dónde comenzaba.
En el cuerpo sin vida del señor Takahashi.
Daruu dio un paso hacia atrás, y se maldijo mil veces a sí mismo por desear misiones más emocionantes. Por supuesto, probablemente hubiesen tenido que matar a alguno de esos bandidos. De pronto, sintió un escalofrío. ¿Había disfrutado con la idea? ¿Él?
Bajó la mirada, y se odió, también a sí mismo.