13/08/2018, 19:20
(Última modificación: 13/08/2018, 19:23 por Aotsuki Ayame.)
—Curioso que tú, entre todas las personas que podrían hacerlo, decidas llamarme traidor —replicó Daruu, con cierto placer en sus palabras. Ayame entrecerró los ojos, sin terminar de comprender, pero enseguida lo haría—, considerando que de nosotros dos tú eres la única que se lanzó en los brazos de los enemigos de la aldea. ¿No es así, pequeña Kajitsu?
Ayame jadeó, su corazón hecho añicos de cristal y sus ojos inundándose rápidamente.
—Es injusto que me digas eso... —le espetó, con voz ronca.
Aquello había sido peor que si la hubiera golpeado directamente. Había sido peor que si la hubiera apuñalado por la espalda. Había sido peor que si...
El sonido de un súbito chisporroteo que le puso la piel de gallina la alarmó, y Ayame se apartó rápidamente en un gesto reflejo. Horrorizada, contemplaba el brazo de Daruu, envuelto en serpientes de electricidad que se retorcían entre sus músculos.
Hasta ahí había llegado. A amenazarla directamente con su mayor debilidad.
—Siento que tengas que verme usar el Raiton en esta situación tan incómoda, Eri-san.
Ayame volvió a retroceder. Las olas del mar lamieron sus pies descalzos, invitándola...
—¡Esperad! —chilló Eri, interponiéndosd entre ambos con las manos extendidas en un gesto conciliador—. Sea lo que sea por lo que estéis peleando, ¡no vale la pena! ¿Acaso no sois amigos? Así solo acabaréis haciéndoos daño y más cabreados que antes... ¿Es que no podéis simplemente hablar? ¡No hay necesidad de utilizar la violencia!
—Ya es tarde... —.respondió, con voz rota, y se dio la vuelta, dándoles la espalda, encarnado al océano. Respiró hondo y tuvo que hacer acopio de todo su escaso valor para pronunciar las siguientes palabras. Unas palabras que terminaron de rescatarla por dentro mientras las lágrimas corrían por sus mejillas—. Se... se acabó, Daruu-kun.
Y avanzó para entregarse al abrazo del mar del que nunca debería haber surgido. Ni siquiera cuando los Kajitsu jugaron con sus recuerdos y lavaron su cerebro para atraparla entre sus fauces.
Ayame jadeó, su corazón hecho añicos de cristal y sus ojos inundándose rápidamente.
—Es injusto que me digas eso... —le espetó, con voz ronca.
Aquello había sido peor que si la hubiera golpeado directamente. Había sido peor que si la hubiera apuñalado por la espalda. Había sido peor que si...
El sonido de un súbito chisporroteo que le puso la piel de gallina la alarmó, y Ayame se apartó rápidamente en un gesto reflejo. Horrorizada, contemplaba el brazo de Daruu, envuelto en serpientes de electricidad que se retorcían entre sus músculos.
Hasta ahí había llegado. A amenazarla directamente con su mayor debilidad.
—Siento que tengas que verme usar el Raiton en esta situación tan incómoda, Eri-san.
Ayame volvió a retroceder. Las olas del mar lamieron sus pies descalzos, invitándola...
—¡Esperad! —chilló Eri, interponiéndosd entre ambos con las manos extendidas en un gesto conciliador—. Sea lo que sea por lo que estéis peleando, ¡no vale la pena! ¿Acaso no sois amigos? Así solo acabaréis haciéndoos daño y más cabreados que antes... ¿Es que no podéis simplemente hablar? ¡No hay necesidad de utilizar la violencia!
—Ya es tarde... —.respondió, con voz rota, y se dio la vuelta, dándoles la espalda, encarnado al océano. Respiró hondo y tuvo que hacer acopio de todo su escaso valor para pronunciar las siguientes palabras. Unas palabras que terminaron de rescatarla por dentro mientras las lágrimas corrían por sus mejillas—. Se... se acabó, Daruu-kun.
Y avanzó para entregarse al abrazo del mar del que nunca debería haber surgido. Ni siquiera cuando los Kajitsu jugaron con sus recuerdos y lavaron su cerebro para atraparla entre sus fauces.