16/08/2018, 20:18
(Última modificación: 23/08/2018, 16:23 por Uchiha Akame.)
De estudiante, Akame siempre se había imaginado el día en el que conseguiría un gran poder. Cómo lo usaría para ganar en gloriosa batalla a un poderoso enemigo, cómo aplastaría a sus rivales y se alzaría como el ninja más fuerte de todos. En la Aldea todos le vitorearían y los poetas escribirían grandes obras sobres sus gestas. Así se veía él, un niño introvertido y demasiado centrado en su mundo interior como para prestar mucha atención a lo que había fuera.
Sin embargo, aquel día el joven Uchiha se dio cuenta de que no iba a utilizar ese gran poder contra un enemigo mortal, o un poderoso ninja renegado... Sino contra su propio Hermano.
Porque cuando aquella criatura infernal emergió del lago, emitiendo un rugido que heló la sangre al jōnin del Remolino, Akame supo que era el fin a no ser que utilizase esa técnica. Con la adrenalina sustentando su consciencia, el Uchiha cerró lentamente el ojo derecho mientras se esforzaba por enfocar el izquierdo en el monstruo que se le echaba encima, batiendo su cola como si de un martillo pilón se tratase.
«Lo siento, Datsue.»
Un halo de chakra carmesí rodeó a Akame al mismo tiempo que en su pupila izquierda el Sharingan cambiaba, mutaba para alcanzar una forma más perfecta. Las aspas se alargaron y sus extremos se fundieron, formando una espiral abstracta.
La viva encarnación del Shukaku, actuando a través del cascarón en el que se había convertido Datsue por sus ansias de poder y su amor perdido, saltó hacia Akame, tan cerca que éste pudo sentir el calor abrasador que manaba de aquella capa de chakra.
Un estallido de energía de color rojizo oscuro envolvió a ambos al mismo tiempo que Akame interponía ambos brazos entre la cola del monstruo y su pecho, recibiendo el brutal impacto.
Y entonces, ambos desaparecieron.
Hubo un destello y chispas de chakra color sangre saltaron por todas partes. Seguía siendo de noche, pero ya no llovía, porque se encontraban muy lejos del Valle del Fin. Akame notó el tacto de la tierra al aterrizar, y tuvo que contener un gemido. Estaba realmente mareado y el ojo izquierdo le dolía a horrores, de tal modo que apenas era capaz de abrirlo. Entre eso y la oscuridad, el Uchiha no tuvo manera de confirmar que efectivamente estaban donde él había imaginado que estarían.
De modo que, estando al borde del colapso y luchando por mantenerse consciente, gritó...
—¡AYUDA! ¡EL JINCHUURIKI!
... y esperó a que los guardias de la puerta que daba entrada a Uzushiogakure no Sato, que se alzaba a media docena de metros detrás de él, tuvieran esa noche el oído fino.
Sin embargo, aquel día el joven Uchiha se dio cuenta de que no iba a utilizar ese gran poder contra un enemigo mortal, o un poderoso ninja renegado... Sino contra su propio Hermano.
Porque cuando aquella criatura infernal emergió del lago, emitiendo un rugido que heló la sangre al jōnin del Remolino, Akame supo que era el fin a no ser que utilizase esa técnica. Con la adrenalina sustentando su consciencia, el Uchiha cerró lentamente el ojo derecho mientras se esforzaba por enfocar el izquierdo en el monstruo que se le echaba encima, batiendo su cola como si de un martillo pilón se tratase.
«Lo siento, Datsue.»
Un halo de chakra carmesí rodeó a Akame al mismo tiempo que en su pupila izquierda el Sharingan cambiaba, mutaba para alcanzar una forma más perfecta. Las aspas se alargaron y sus extremos se fundieron, formando una espiral abstracta.
La viva encarnación del Shukaku, actuando a través del cascarón en el que se había convertido Datsue por sus ansias de poder y su amor perdido, saltó hacia Akame, tan cerca que éste pudo sentir el calor abrasador que manaba de aquella capa de chakra.
Un estallido de energía de color rojizo oscuro envolvió a ambos al mismo tiempo que Akame interponía ambos brazos entre la cola del monstruo y su pecho, recibiendo el brutal impacto.
Y entonces, ambos desaparecieron.
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Hubo un destello y chispas de chakra color sangre saltaron por todas partes. Seguía siendo de noche, pero ya no llovía, porque se encontraban muy lejos del Valle del Fin. Akame notó el tacto de la tierra al aterrizar, y tuvo que contener un gemido. Estaba realmente mareado y el ojo izquierdo le dolía a horrores, de tal modo que apenas era capaz de abrirlo. Entre eso y la oscuridad, el Uchiha no tuvo manera de confirmar que efectivamente estaban donde él había imaginado que estarían.
De modo que, estando al borde del colapso y luchando por mantenerse consciente, gritó...
—¡AYUDA! ¡EL JINCHUURIKI!
... y esperó a que los guardias de la puerta que daba entrada a Uzushiogakure no Sato, que se alzaba a media docena de metros detrás de él, tuvieran esa noche el oído fino.