30/08/2018, 00:36
—¿Qué? ¿Cambiarme? ¿Por qu...? —comenzó a preguntar, hasta que se dio cuenta de que lo que llevaba por pantalones no era más que un simple bañador rebozado de arena y empapado—. Oh, ya. Sí, claro. Cambiarme —se rio, con las mejillas encendidas, aunque su risa pronto quedó estrangulada en su garganta.
Acordados los siguientes pasos, el trío de genin se dirigió hacia los aposentos reservados para los shinobi de Amegakure que participaban en el examen de chunin. Ayame esperó en la puerta de entrada junto a Eri, y cuando Daruu se les unió de nuevo, ahora una camiseta verde de manga corta y unos pantalones de color azul marino, dejaron que la pelirroja guiara sus pasos hacia la pizzería prometida.
—Bueno, ya podemos ir —dijo Daruu—. Os contaré sobre mi conversación con Datsue una vez estemos allí. Si podemos coger una mesa alejada de la gente... mejor. Eri-san. ¿Datsue no te habrá contado nada... malo sobre nosotros, verdad? ¡Porque es un puto farsante que no hace más que mentir!
Ayame había entrecerrado ligeramente los ojos al escuchar las últimas preguntas de Daruu, pero no dejó que ninguna emoción asomara a su rostro. Aún así, y sin volverse siquiera hacia Eri, había agudizado el oído al máximo para escuchar su respuesta:
—Datsue me habló de Ayame —afirmó, de forma escueta—. También he de decir que solo me habló de ella, y desde su punto de vista, así que no soy quien para juzgar nada, ¿vale?
«Sí, como no...» Pensó Ayame, que tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no poner los ojos en blanco ante la escueta y decepcionante respuesta de Eri. No iba a estirarle de la lengua, pero no le hacía falta echarle demasiada imaginación para suponer qué clase de cosas le habría dicho sobre ella.
Y lo peor era, por mucho que se estuviera esforzando por negarlo, que estaba descubriendo que sí le importaba lo que se estaba diciendo de ella en aquella aldea. Sobre todo a amigos como consideraba a Eri.
La pelirroja les guió hasta un establecimiento de paredes amarillentas con grandes ventanales. Encima de la puerta, un letrero rezaba: "Pizz-zip-za".
—Aquí es —confirmó, abriéndoles la puerta para que entraran.
El olor de los hornos y la pizza no tardó en inundar su nariz de deliciosas promesas, y el estómago de Ayame rugió con impaciente ferocidad. Avergonzada, la muchacha se abrazó el abdomen y no tardó en seguir a sus compañeros hasta la mesa más apartada que pudieron encontrar para huir de oídos indiscretos. Aún sombría, se sentó junto a la ventana, y enseguida tomó una de las cartas para echarle un vistazo.
Acordados los siguientes pasos, el trío de genin se dirigió hacia los aposentos reservados para los shinobi de Amegakure que participaban en el examen de chunin. Ayame esperó en la puerta de entrada junto a Eri, y cuando Daruu se les unió de nuevo, ahora una camiseta verde de manga corta y unos pantalones de color azul marino, dejaron que la pelirroja guiara sus pasos hacia la pizzería prometida.
—Bueno, ya podemos ir —dijo Daruu—. Os contaré sobre mi conversación con Datsue una vez estemos allí. Si podemos coger una mesa alejada de la gente... mejor. Eri-san. ¿Datsue no te habrá contado nada... malo sobre nosotros, verdad? ¡Porque es un puto farsante que no hace más que mentir!
Ayame había entrecerrado ligeramente los ojos al escuchar las últimas preguntas de Daruu, pero no dejó que ninguna emoción asomara a su rostro. Aún así, y sin volverse siquiera hacia Eri, había agudizado el oído al máximo para escuchar su respuesta:
—Datsue me habló de Ayame —afirmó, de forma escueta—. También he de decir que solo me habló de ella, y desde su punto de vista, así que no soy quien para juzgar nada, ¿vale?
«Sí, como no...» Pensó Ayame, que tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no poner los ojos en blanco ante la escueta y decepcionante respuesta de Eri. No iba a estirarle de la lengua, pero no le hacía falta echarle demasiada imaginación para suponer qué clase de cosas le habría dicho sobre ella.
Y lo peor era, por mucho que se estuviera esforzando por negarlo, que estaba descubriendo que sí le importaba lo que se estaba diciendo de ella en aquella aldea. Sobre todo a amigos como consideraba a Eri.
La pelirroja les guió hasta un establecimiento de paredes amarillentas con grandes ventanales. Encima de la puerta, un letrero rezaba: "Pizz-zip-za".
—Aquí es —confirmó, abriéndoles la puerta para que entraran.
El olor de los hornos y la pizza no tardó en inundar su nariz de deliciosas promesas, y el estómago de Ayame rugió con impaciente ferocidad. Avergonzada, la muchacha se abrazó el abdomen y no tardó en seguir a sus compañeros hasta la mesa más apartada que pudieron encontrar para huir de oídos indiscretos. Aún sombría, se sentó junto a la ventana, y enseguida tomó una de las cartas para echarle un vistazo.