31/08/2018, 21:23
—Doro, uno de los guardias del castillo, resulta que es un ladrón y un asesino —respondió Nabi, y Kawaki abrió los ojos de par en par, evidentemente sorprendido—. Intentamos detenerlo de buenas maneras y cogió y le cortó el cuello a Eri. ¿Sabes algo que pueda ayudarnos a encontrarlo?
—La verdad es que no. Sabía que había guardias en el Museo Armamentístico, pero no los conocía... —Kawaki negó con la cabeza.
Y ante su respuesta, el Inuzuka se volvió hacia Eri.
— ¿Puedes andar? Deberíamos ir a buscar a Stuffy.
Aunque terriblemente debilitada por la sangre perdida y la herida sufrida, Eri se dio cuenta de que era capaz de levantarse.
—No puedo obligaros a quedaros aquí, pero debéis tener cuidado —intervino Kawaki, con un mohín de desagrado. Desde luego, no le hacía ninguna gracia dejarlos marchar. El médico dirigió sus ojos a Eri en una clara advertencia—: Hemos podido curar tu herida, pero has perdido mucha sangre y es posible que no estés del todo recuperada. Cualquier movimiento demasiado brusco podría ser demasiado para ti, tenlo en cuenta.
El perro le seguía todo el tiempo. Lo sabía. Podía sentir su presencia pisándole los talones, con aquellos ladridos tan irritantes taladrándole los tímpanos. Sin embargo, no tenía tiempo que perder con aquel chucho. Cada segundo que perdía en aquella condenada ciudad reducía sus oportunidades de escape.
Por eso no le quedaba otra que usar su último as bajo la manga.
En un rápido movimiento, el guardia lanzó algo al suelo. Una pequeña canica que estalló como un pequeño petardo y liberó una ingente nube de humo que los engulló a ambos.
—La verdad es que no. Sabía que había guardias en el Museo Armamentístico, pero no los conocía... —Kawaki negó con la cabeza.
Y ante su respuesta, el Inuzuka se volvió hacia Eri.
— ¿Puedes andar? Deberíamos ir a buscar a Stuffy.
Aunque terriblemente debilitada por la sangre perdida y la herida sufrida, Eri se dio cuenta de que era capaz de levantarse.
—No puedo obligaros a quedaros aquí, pero debéis tener cuidado —intervino Kawaki, con un mohín de desagrado. Desde luego, no le hacía ninguna gracia dejarlos marchar. El médico dirigió sus ojos a Eri en una clara advertencia—: Hemos podido curar tu herida, pero has perdido mucha sangre y es posible que no estés del todo recuperada. Cualquier movimiento demasiado brusco podría ser demasiado para ti, tenlo en cuenta.
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El perro le seguía todo el tiempo. Lo sabía. Podía sentir su presencia pisándole los talones, con aquellos ladridos tan irritantes taladrándole los tímpanos. Sin embargo, no tenía tiempo que perder con aquel chucho. Cada segundo que perdía en aquella condenada ciudad reducía sus oportunidades de escape.
Por eso no le quedaba otra que usar su último as bajo la manga.
En un rápido movimiento, el guardia lanzó algo al suelo. Una pequeña canica que estalló como un pequeño petardo y liberó una ingente nube de humo que los engulló a ambos.