5/09/2018, 10:44
—Resulta que Datsue-san se enamoró con una genin de nuestra aldea. Watasashi Aiko —comenzó a relatar Daruu. Al contrario que Eri, Ayame ni siquiera le estaba mirando, mantenía la mirada clavada en la carta de pizzas aunque sus pupilas no se movían recorriendo las líneas, pues mantenía los oídos muy despiertos—. Y... bueno, a ver cómo lo digo. Durante el Torneo de los Dojos Ayame fue a la habitación de Aiko para pedirle un ingrediente de cocina. Y les cortó el rollo. Ya sabes. Estaban por liarse. Resulta que esto le molestó tanto a Datsue que intentó jugársela a Ayame en varias ocasiones. Y por lo visto sigue difundiendo mentiras para perjudicarla.
»Una de esas veces casi hace que muera cortando una cuerda que la sostenía de caer contra unas rocas. Otra me selló un Katon en el pecho para que se liberase contra ella, y otra hizo con una técnica de las suyas que Ayame se burlase de nuestra Kage. Nuestra Kage, que no es muy paciente que digamos. Casi la decapita. ¡Ese es Datsue!
Para cuando terminó, Ayame sujetaba la carta con manos temblorosas y agarre firme, reprimiendo la rabia que le subía desde el pecho hasta sus ojos.
—Ya veo —respondió Eri, tomando otra de las cartas que se encontraban sobre la mesa—. He de confesar, que sabía parte de la historia, contada desde los mismos labios de Datsue...
—Qué sorpresa... —ironizó Ayame entre dientes, con las mejillas al rojo vivo.
—Sin embargo, yo conocí a Ayame hace un tiempo, y me pareció una persona dulce y agradable, incapaz de hacer daño a una mosca sin que ella se lo hubiera buscado —continuó la pelirroja, y en aquel instante Ayame despegó la mirada de la carta para alzarla hacia la kunoichi, sorprendida por lo que estaba escuchando—, así que me he mantenido neutral, incapaz de creerme todo lo que Datsue me contó sobre ti, Ayame-san —confesó, un tanto apenada—. No puedo justificar lo que hizo Datsue, ya que él mismo se buscó que lo degradasen a genin, e incluso vería bueno algún castigo, pues sellar dentro de otras personas técnicas para vengarse de no haber podido echar un polvo no está bien, ni tampoco atentar contra la vida de un Kage —suspiró—. Pero no puedo enfadarme con él, es mi amigo, pero sí os puedo decir que le regañé, aunque eso no sirva de mucho.
Eri cerró la carta y la dejó delante de ella, luego miró a Ayame. Azul contra castaño.
—Lo siento, Ayame-san —se disculpó, mirándola directamente—. Al final has sido la más perjudicada, y todo por una cebolla... Es tan... Surrealista —se quejó—. Pero... bueno, quiero decirte que yo creí en ti, y que no te mereces todo esto, así que lo siento.
Ayame había visto obligada a morderse el labio inferior para reprimir el nudo que atenazaba su garganta. Con los ojos humedecidos, la muchacha negó lentamente con la cabeza y respondió con un tembloroso hilo de voz:
—No... tú no tienes que disculparte... Tú no has hecho nada malo —alzó la barbilla, con una sonrisa y algunos mechones de cabello cayeron sobre su mejilla humedecida—. Eres una buena amiga, Eri-chan.
De repente entró en escena un camarero joven, ataviado con una camisa a rayas y un delantal que hacía juego con el logo que lucía en la gorra y que hacía referencia al local.
—¡Hola! —saludó, deferente—. Bienvenidos a Pizz-zip-za, ¿ya sabéis qué queréis tomar?
—Yo... creo que voy a tomar agua y una pizza carbonara, por favor.
»Una de esas veces casi hace que muera cortando una cuerda que la sostenía de caer contra unas rocas. Otra me selló un Katon en el pecho para que se liberase contra ella, y otra hizo con una técnica de las suyas que Ayame se burlase de nuestra Kage. Nuestra Kage, que no es muy paciente que digamos. Casi la decapita. ¡Ese es Datsue!
Para cuando terminó, Ayame sujetaba la carta con manos temblorosas y agarre firme, reprimiendo la rabia que le subía desde el pecho hasta sus ojos.
—Ya veo —respondió Eri, tomando otra de las cartas que se encontraban sobre la mesa—. He de confesar, que sabía parte de la historia, contada desde los mismos labios de Datsue...
—Qué sorpresa... —ironizó Ayame entre dientes, con las mejillas al rojo vivo.
—Sin embargo, yo conocí a Ayame hace un tiempo, y me pareció una persona dulce y agradable, incapaz de hacer daño a una mosca sin que ella se lo hubiera buscado —continuó la pelirroja, y en aquel instante Ayame despegó la mirada de la carta para alzarla hacia la kunoichi, sorprendida por lo que estaba escuchando—, así que me he mantenido neutral, incapaz de creerme todo lo que Datsue me contó sobre ti, Ayame-san —confesó, un tanto apenada—. No puedo justificar lo que hizo Datsue, ya que él mismo se buscó que lo degradasen a genin, e incluso vería bueno algún castigo, pues sellar dentro de otras personas técnicas para vengarse de no haber podido echar un polvo no está bien, ni tampoco atentar contra la vida de un Kage —suspiró—. Pero no puedo enfadarme con él, es mi amigo, pero sí os puedo decir que le regañé, aunque eso no sirva de mucho.
Eri cerró la carta y la dejó delante de ella, luego miró a Ayame. Azul contra castaño.
—Lo siento, Ayame-san —se disculpó, mirándola directamente—. Al final has sido la más perjudicada, y todo por una cebolla... Es tan... Surrealista —se quejó—. Pero... bueno, quiero decirte que yo creí en ti, y que no te mereces todo esto, así que lo siento.
Ayame había visto obligada a morderse el labio inferior para reprimir el nudo que atenazaba su garganta. Con los ojos humedecidos, la muchacha negó lentamente con la cabeza y respondió con un tembloroso hilo de voz:
—No... tú no tienes que disculparte... Tú no has hecho nada malo —alzó la barbilla, con una sonrisa y algunos mechones de cabello cayeron sobre su mejilla humedecida—. Eres una buena amiga, Eri-chan.
De repente entró en escena un camarero joven, ataviado con una camisa a rayas y un delantal que hacía juego con el logo que lucía en la gorra y que hacía referencia al local.
—¡Hola! —saludó, deferente—. Bienvenidos a Pizz-zip-za, ¿ya sabéis qué queréis tomar?
—Yo... creo que voy a tomar agua y una pizza carbonara, por favor.