6/09/2018, 18:42
—Mi Hermano casi no la cuenta, y me acaban de informar que el guardia que me hizo el sellado de los Cinco Elementos quedó con el brazo inútil. No muy bien, Eri. No muy bien.
Ella asintió mientras miraba al infinito, intentando imaginar lo que podría haber sentido si ella hubiese estado en su piel. Negó con la cabeza quedamente, normal que no se sintiese bien. La kunoichi suspiró y dio un rodeo, acercándose a la ventana que tenían en la habitación.
Hizo un sello y de la palma de su mano salió su flauta, entonces miró a Datsue y murmuró:
—A lo mejor esto te hace sentir mejor.
Se llevó la flauta a sus labios y sonó una suave melodía que a Datsue le recordó terriblemente familiar, y, al cabo de unos segundos de suaves y ligeras notas, Eri despegó sus labios, tomó aire y, con un tono agudo, dulce y algo lento lento, comenzó a cantar:
Sí, exacto, recordaba aquella canción por la vez que Datsue había cantado exactamente en el concurso donde Ayame y ella participaron y se llevaron el segundo puesto, sin embargo la voz de la muchacha no era como la de Datsue, sino que ella la cantaba en un tono más agudo, aunque fue cogiendo velocidad a medida que cantaba las frases de la canción. Volvió a tocar una melodía para acompañar a su voz antes de deshacerse de nuevo del instrumento para continuar con aquel improvisado recital, intercalando una voz muy grave con otra muy aguda, como había hecho él.
Tenía que reconocer que cantar aquello, sola, era un poco bochornoso, pues tenía que cambiar de tono y de cara cada vez que representaba a uno de los dos, luego volvió a cantar, cambiando la cara a una anonadada:
Hizo como si regañase a Datsue, y prosiguió:
Se volvió a llevar la flauta a la boca y tocó otra melodía, hasta que poco a poco se fue apagando, y ella, colorada y jadeante, miró a Datsue con una inocente sonrisa.
—¿Ahora estás mejor? —preguntó. Todo lo que había cantado había sido en voz algo más baja para no molestar a las demás personas que se encontraban en el hospital, pero lo suficientemente alto para que Datsue lo escuchase bien.
Ella asintió mientras miraba al infinito, intentando imaginar lo que podría haber sentido si ella hubiese estado en su piel. Negó con la cabeza quedamente, normal que no se sintiese bien. La kunoichi suspiró y dio un rodeo, acercándose a la ventana que tenían en la habitación.
Hizo un sello y de la palma de su mano salió su flauta, entonces miró a Datsue y murmuró:
—A lo mejor esto te hace sentir mejor.
Se llevó la flauta a sus labios y sonó una suave melodía que a Datsue le recordó terriblemente familiar, y, al cabo de unos segundos de suaves y ligeras notas, Eri despegó sus labios, tomó aire y, con un tono agudo, dulce y algo lento lento, comenzó a cantar:
Y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los Cerezos!
Y cantan, cantan, cantan, ¡ay cómo cantan, los uzureños!
Y ríe, ríe, ríe, ¡ay cómo ríe, la hija del kusareño!
Y lloran, lloran, lloran, ¡ay cómo lloran, los kusareños!
Y cantan, cantan, cantan, ¡ay cómo cantan, los uzureños!
Y ríe, ríe, ríe, ¡ay cómo ríe, la hija del kusareño!
Y lloran, lloran, lloran, ¡ay cómo lloran, los kusareños!
Sí, exacto, recordaba aquella canción por la vez que Datsue había cantado exactamente en el concurso donde Ayame y ella participaron y se llevaron el segundo puesto, sin embargo la voz de la muchacha no era como la de Datsue, sino que ella la cantaba en un tono más agudo, aunque fue cogiendo velocidad a medida que cantaba las frases de la canción. Volvió a tocar una melodía para acompañar a su voz antes de deshacerse de nuevo del instrumento para continuar con aquel improvisado recital, intercalando una voz muy grave con otra muy aguda, como había hecho él.
¿Bailaste hija mía?
Bailé, ¡sí señor!
Dime con quién bailaste
Bailé con mi amor.
Con tu amor, hija mía,
no vuelvas a bailar.
Porque te levanta la falda del kimono
y es muy difícil de bajar
No te preocupes, padre mío,
nada de eso sucedió.
Él volvió por su camino,
y yo por el de Dios.
Bailé, ¡sí señor!
Dime con quién bailaste
Bailé con mi amor.
Con tu amor, hija mía,
no vuelvas a bailar.
Porque te levanta la falda del kimono
y es muy difícil de bajar
No te preocupes, padre mío,
nada de eso sucedió.
Él volvió por su camino,
y yo por el de Dios.
Tenía que reconocer que cantar aquello, sola, era un poco bochornoso, pues tenía que cambiar de tono y de cara cada vez que representaba a uno de los dos, luego volvió a cantar, cambiando la cara a una anonadada:
¿Vienes mojada, hija mía?
Vengo empapada, ¡sí señor!
¿No será culpa de ese Uchiha?
De su wagasa, ¡que no me resguardó!
Vengo empapada, ¡sí señor!
¿No será culpa de ese Uchiha?
De su wagasa, ¡que no me resguardó!
Hizo como si regañase a Datsue, y prosiguió:
La wagasa de Akame, es una wagasa muy mala,
si le caen cuatro gotas... ¡ya se le humedece el asta!
Y por eso las kusareñas, por muy mojadas y empapadas,
no se pondrían debajo, ¡de su basta wagasa!
Ay, padre mío, no te preocupes, ¡por favor!
Que el chico es un profesional, y me mantuvo en calor
Ay, padre mío, no te preocupes, ¡por favor!
Y no cuentes nada a Yota, o le romperás el corazón
A Yota, hija mía, nada le contaré
Pero como llegue a oídos Sakamoto, por tu vida temeré
No te preocupes, padre mío, Akame es profesional
Sus labios están sellados por los míos, no me sucederá ningún mal
Y cantan, cantan, cantan, los Uzureños, en los Cerezos,
y ríen, ríen, ríen, las kusareñas, en sus regazos,
y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los sembrados!,
y lloran, lloran, lloran, los kusareños, ¡al seguir secos!
si le caen cuatro gotas... ¡ya se le humedece el asta!
Y por eso las kusareñas, por muy mojadas y empapadas,
no se pondrían debajo, ¡de su basta wagasa!
Ay, padre mío, no te preocupes, ¡por favor!
Que el chico es un profesional, y me mantuvo en calor
Ay, padre mío, no te preocupes, ¡por favor!
Y no cuentes nada a Yota, o le romperás el corazón
A Yota, hija mía, nada le contaré
Pero como llegue a oídos Sakamoto, por tu vida temeré
No te preocupes, padre mío, Akame es profesional
Sus labios están sellados por los míos, no me sucederá ningún mal
Y cantan, cantan, cantan, los Uzureños, en los Cerezos,
y ríen, ríen, ríen, las kusareñas, en sus regazos,
y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los sembrados!,
y lloran, lloran, lloran, los kusareños, ¡al seguir secos!
Se volvió a llevar la flauta a la boca y tocó otra melodía, hasta que poco a poco se fue apagando, y ella, colorada y jadeante, miró a Datsue con una inocente sonrisa.
—¿Ahora estás mejor? —preguntó. Todo lo que había cantado había sido en voz algo más baja para no molestar a las demás personas que se encontraban en el hospital, pero lo suficientemente alto para que Datsue lo escuchase bien.