7/09/2018, 03:19
—A lo mejor esto te hace sentir mejor.
Datsue alzó una ceja mientras la observaba, entre confundido e intrigado, sacar una flauta de la palma de su mano. Pronto le arrancó unas suaves notas, con la habitual delicadeza y soltura que siempre le había visto tocar. Y cantó. Una canción que le arrancó una sonrisa sincera. Alegre de verdad. Una canción que conocía muy bien.
Su canción.
«¿Vienes mojada, hija mía? Vengo empapada, ¡sí señor! ¿No será culpa de ese Uchiha? De su wagasa, ¡que no me resguardó!», empezó a tararear en su mente. Y su sonrisa se ensanchó todavía más al ver la mirada de reproche que le lanzó Eri en aquel instante. Bien, eso significaba que había captado su sutil metáfora.
Y Eri siguió cantando, con esa voz dulce y femenina que tan bien le sentaba a la canción. Y mencionó a Akame. Y mencionó a Yota. «¡Coño, Yota! ¡Es verdad! ¡Decidí poner su nombre tras conocerle en Isla Monotonía!». Y, a medida que Eri desgranaba su letra, más recuerdos de cuando la estaba componiendo le llegaban. Motivos por el que había puesto aquella palabra aquí o allá, o aquel nombre, o aquel apellido… Y con cada recuerdo, más se ensanchaba su sonrisa.
—Y cantan, cantan, cantan, los Uzureños, en los Cereeeezooooos —empezó a cantar junto a Eri—. Y ríen, ríen, ríen, las kusareñas, en sus regazos. Y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los sembradooos! ¡Y lloran, lloran, lloran, los kusareños, al seguir secoooos! —¡Qué metáforas por los Dioses! Datsue era, ante todo, un chico humilde y modesto. Pero hasta él tenía que reconocer que se sorprendía de que su letra fuese tan jodidamente maravillosa.
«Qué buenos tiempos», pensó con nostalgia. Tiempos en los que se divertía haciendo sus pequeños chanchullos, sacándose sus cuartos. Tiempos en los que su única preocupación era ampliar el negocio. Tiempos de risas, de jolgorios, de fiestas. ¿Por qué no podía volver a aquella época? ¿Por qué ahora andaba siempre con cara apática como si le hubiesen metido un palo por el culo?
En realidad, sabía la respuesta. Pero por un momento prefirió no pensar en ello y disfrutar del breve momento de felicidad que le estaba regalando Eri.
—Mejor —respondió, todavía con media sonrisa dibujada en el rostro—. Mucho mejor. Te daría un abrazo, pero… —se miró los brazo sujetados por cabestrillos. No parecía una opción—. Oye, ¡prométeme una cosa! —soltó de pronto—. Prométeme que en primavera, en el festival del Cerezo, tú y yo cantaremos esta canción a dúo.
Datsue alzó una ceja mientras la observaba, entre confundido e intrigado, sacar una flauta de la palma de su mano. Pronto le arrancó unas suaves notas, con la habitual delicadeza y soltura que siempre le había visto tocar. Y cantó. Una canción que le arrancó una sonrisa sincera. Alegre de verdad. Una canción que conocía muy bien.
Su canción.
«¿Vienes mojada, hija mía? Vengo empapada, ¡sí señor! ¿No será culpa de ese Uchiha? De su wagasa, ¡que no me resguardó!», empezó a tararear en su mente. Y su sonrisa se ensanchó todavía más al ver la mirada de reproche que le lanzó Eri en aquel instante. Bien, eso significaba que había captado su sutil metáfora.
Y Eri siguió cantando, con esa voz dulce y femenina que tan bien le sentaba a la canción. Y mencionó a Akame. Y mencionó a Yota. «¡Coño, Yota! ¡Es verdad! ¡Decidí poner su nombre tras conocerle en Isla Monotonía!». Y, a medida que Eri desgranaba su letra, más recuerdos de cuando la estaba componiendo le llegaban. Motivos por el que había puesto aquella palabra aquí o allá, o aquel nombre, o aquel apellido… Y con cada recuerdo, más se ensanchaba su sonrisa.
—Y cantan, cantan, cantan, los Uzureños, en los Cereeeezooooos —empezó a cantar junto a Eri—. Y ríen, ríen, ríen, las kusareñas, en sus regazos. Y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los sembradooos! ¡Y lloran, lloran, lloran, los kusareños, al seguir secoooos! —¡Qué metáforas por los Dioses! Datsue era, ante todo, un chico humilde y modesto. Pero hasta él tenía que reconocer que se sorprendía de que su letra fuese tan jodidamente maravillosa.
«Qué buenos tiempos», pensó con nostalgia. Tiempos en los que se divertía haciendo sus pequeños chanchullos, sacándose sus cuartos. Tiempos en los que su única preocupación era ampliar el negocio. Tiempos de risas, de jolgorios, de fiestas. ¿Por qué no podía volver a aquella época? ¿Por qué ahora andaba siempre con cara apática como si le hubiesen metido un palo por el culo?
En realidad, sabía la respuesta. Pero por un momento prefirió no pensar en ello y disfrutar del breve momento de felicidad que le estaba regalando Eri.
—Mejor —respondió, todavía con media sonrisa dibujada en el rostro—. Mucho mejor. Te daría un abrazo, pero… —se miró los brazo sujetados por cabestrillos. No parecía una opción—. Oye, ¡prométeme una cosa! —soltó de pronto—. Prométeme que en primavera, en el festival del Cerezo, tú y yo cantaremos esta canción a dúo.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado