10/09/2018, 15:51
(Última modificación: 10/09/2018, 15:52 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Reiji se rio, y Ayame le miró con extrañeza. ¿Acaso había dicho algo raro o gracioso? Porque desde luego la situación se le antojaba de todo menos graciosa.
—Lo siento, pero es que es un tanto gracioso que tu justamente me preguntes eso. ¿El engaño un delito? Entonces todos los Shinobis deberíamos estar en la cárcel, el uso del ninjutsu restringido y el uso del Genjutsu prohibido.
Aquella respuesta la dejó boquiabierta, patidifusa, anonadada. Quiso creer que le estaba tomando el pelo, que bromeaba con lo que acababa de decir, pero el chico parecía convencido de sus palabras. Y la cosa no terminaba ahí, no. Después de soltar tal disparate, siguió adelante como una bola de nieve bajando por la ladera de una montaña, haciéndose cada vez más y más grande:
—Antes de que intentes justificarme que no es lo mismo, o que nosotros lo hacemos por una buena causa, ¿Conoces lo suficiente a ese señor para decirme que lo que esta haciendo esta mal? Igual mientras tu haces una misión para poder comprarte esa espada que tanto te gusta, este señor está aquí utilizando el único medio que conoce para ganar dinero y así alimentar a su familia.
—No me puedo creer lo que estás diciendo. ¿Estás hablando en serio? —preguntó al cabo de varios segundos—. ¿Eso es lo que es ser shinobi para ti? ¿Engañar a la gente porque sí a cambio de unas monedas? ¿Pero qué demonios os enseñan en la Academia de Uzushiogakure? —No pudo evitarlo, había alzado la voz y varias personas se volvieron hacia ambos, curiosos—. No sólo estás convencido de que ese hombre es un estafador, sino que le defiendes y no haces nada por la gente a la que está engañando. ¡Gente de tu misma aldea! ¡La aldea a la que juraste defender!
No podía creerlo. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos en aquella aldea. ¡Estaban todos locos! Entre Uchiha Datsue, Inuzuka Nabi y Sasaki Reiji, desde luego la impresión que se estaba llevando no era la mejor. Y ver la clase de ideología que esgrimían aquellos que se hacían llamar ninjas de Uzushiogakure sólo revolvía sus intestinos.
—Nosotros somos shinobi, sí. ¡Por supuesto que usamos el arte del engaño! ¡Pero no engañamos a gente inocente, servimos para proteger a nuestros hogares! ¡A nuestra aldea! ¡Y tú estás haciendo todo lo opuesto a eso! Según tu lógica, ¿entonces robar o matar tampoco es un delito porque lo hacemos también los ninjas? ¡VENGA YA!
Resopló, profundamente disgustada y se llevó una mano al portaobjetos. Tres afiladas agujas surgieron entre los huecos de sus dedos cuando volvió a sacar el brazo. Tres agujas que arrojó contra cada uno de los cubiletes, que cayeron al suelo acompañados de la ahogada exclamación del sorprendido trilero. Tal y como había afirmado Reiji, no había ninguna bolita debajo de ningún cubilete. Aquello fue la gota que colmó el vaso, toda la multitud se había vuelto hacia los dos ninjas y Ayame, temblando de rabia, sacudió un brazo en el aire.
—¡Ese hombre os está estafando! ¡No se os ocurra darle ni un sólo ryō más! —dictaminó.
—¡¿Pero cómo te atreves, niñata?!
Ayame apretó los puños. No tendría por qué haberlo hecho, después de todo aquella ni siquiera era su aldea. ¡Pero no soportaba ver a la gente siendo engañada de manera completamente injusta! Le dirigió una afilada mirada a Reiji, antes de darse media vuelta, con toda la predisposición de abandonar el anillo de personas.
—Lo siento, pero es que es un tanto gracioso que tu justamente me preguntes eso. ¿El engaño un delito? Entonces todos los Shinobis deberíamos estar en la cárcel, el uso del ninjutsu restringido y el uso del Genjutsu prohibido.
Aquella respuesta la dejó boquiabierta, patidifusa, anonadada. Quiso creer que le estaba tomando el pelo, que bromeaba con lo que acababa de decir, pero el chico parecía convencido de sus palabras. Y la cosa no terminaba ahí, no. Después de soltar tal disparate, siguió adelante como una bola de nieve bajando por la ladera de una montaña, haciéndose cada vez más y más grande:
—Antes de que intentes justificarme que no es lo mismo, o que nosotros lo hacemos por una buena causa, ¿Conoces lo suficiente a ese señor para decirme que lo que esta haciendo esta mal? Igual mientras tu haces una misión para poder comprarte esa espada que tanto te gusta, este señor está aquí utilizando el único medio que conoce para ganar dinero y así alimentar a su familia.
—No me puedo creer lo que estás diciendo. ¿Estás hablando en serio? —preguntó al cabo de varios segundos—. ¿Eso es lo que es ser shinobi para ti? ¿Engañar a la gente porque sí a cambio de unas monedas? ¿Pero qué demonios os enseñan en la Academia de Uzushiogakure? —No pudo evitarlo, había alzado la voz y varias personas se volvieron hacia ambos, curiosos—. No sólo estás convencido de que ese hombre es un estafador, sino que le defiendes y no haces nada por la gente a la que está engañando. ¡Gente de tu misma aldea! ¡La aldea a la que juraste defender!
No podía creerlo. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos en aquella aldea. ¡Estaban todos locos! Entre Uchiha Datsue, Inuzuka Nabi y Sasaki Reiji, desde luego la impresión que se estaba llevando no era la mejor. Y ver la clase de ideología que esgrimían aquellos que se hacían llamar ninjas de Uzushiogakure sólo revolvía sus intestinos.
—Nosotros somos shinobi, sí. ¡Por supuesto que usamos el arte del engaño! ¡Pero no engañamos a gente inocente, servimos para proteger a nuestros hogares! ¡A nuestra aldea! ¡Y tú estás haciendo todo lo opuesto a eso! Según tu lógica, ¿entonces robar o matar tampoco es un delito porque lo hacemos también los ninjas? ¡VENGA YA!
Resopló, profundamente disgustada y se llevó una mano al portaobjetos. Tres afiladas agujas surgieron entre los huecos de sus dedos cuando volvió a sacar el brazo. Tres agujas que arrojó contra cada uno de los cubiletes, que cayeron al suelo acompañados de la ahogada exclamación del sorprendido trilero. Tal y como había afirmado Reiji, no había ninguna bolita debajo de ningún cubilete. Aquello fue la gota que colmó el vaso, toda la multitud se había vuelto hacia los dos ninjas y Ayame, temblando de rabia, sacudió un brazo en el aire.
—¡Ese hombre os está estafando! ¡No se os ocurra darle ni un sólo ryō más! —dictaminó.
—¡¿Pero cómo te atreves, niñata?!
Ayame apretó los puños. No tendría por qué haberlo hecho, después de todo aquella ni siquiera era su aldea. ¡Pero no soportaba ver a la gente siendo engañada de manera completamente injusta! Le dirigió una afilada mirada a Reiji, antes de darse media vuelta, con toda la predisposición de abandonar el anillo de personas.