16/09/2018, 16:00
Akame llegó al embarcadero de Uzushiogakure justo para presenciar la discusión entre los cuatro Datsues. Como era de esperarse, si uno sólo de ellos ya era capaz de formar un alboroto demencial, el vocerío provocado por el cuarteto de Hermanos del Desierto llegaba hasta el principio de la calle que conectaba el muelle con la Aldea. El jōnin se aproximó a paso tranquilo —estaba hecho mierda a aquellas horas de la noche después de un día muy movido—, renqueando cada vez que el corte que tenía al costado le provocaba un pinchazo de dolor.
—Datsue —llamó, como si allí tan sólo hubiera una persona capaz de responder a ese nombre. El Sharingan brillaba en su mirada—. ¿Algo?
Akame estaba más lacónico que de costumbre, y por una buena razón. Por si el cansancio y la herida sufrida no fuesen suficientes, además llevaba dándole vueltas a ciertos pensamientos incómodos desde que había salido del despacho de Hanabi.
«¿Realmente no quiere que averigüemos nada?»
—Datsue —llamó, como si allí tan sólo hubiera una persona capaz de responder a ese nombre. El Sharingan brillaba en su mirada—. ¿Algo?
Akame estaba más lacónico que de costumbre, y por una buena razón. Por si el cansancio y la herida sufrida no fuesen suficientes, además llevaba dándole vueltas a ciertos pensamientos incómodos desde que había salido del despacho de Hanabi.
«¿Realmente no quiere que averigüemos nada?»