16/09/2018, 21:40
Akame calló; sabía que Datsue tenía razón. Para poder negociar con alguien primero había que entender, aunque fuese mínimamente, qué motivos movían a esa otra parte. Con el Shukaku sólo se podía asumir que quería liberarse, como toda bestia cautiva, sin importar el costo. Lástima que esa meta implicaba como condición necesaria que ambos Hermanos del Desierto acabasen muertos.
Siguieron caminando por las solitarias calles nocturnas del Remolino, iluminadas aquí y allá con preciosas farolas incandescentes que parecían, de lejos, luciérnagas sobre el mar.
Entonces Datsue habló, y Akame levantó la vista.
—Cualquier cosa —respondió el mayor, tendiéndole el brazo a su compañero para que se lo estrechase a la altura del antebrazo. Un inequívoco símbolo de camaradería—. Cualquier cosa.
Siguieron caminando por las solitarias calles nocturnas del Remolino, iluminadas aquí y allá con preciosas farolas incandescentes que parecían, de lejos, luciérnagas sobre el mar.
Entonces Datsue habló, y Akame levantó la vista.
—Cualquier cosa —respondió el mayor, tendiéndole el brazo a su compañero para que se lo estrechase a la altura del antebrazo. Un inequívoco símbolo de camaradería—. Cualquier cosa.