18/09/2018, 23:14
Mientras Daruu degustaba su manjar protegido de las lágrimas de Amenokami bajo el la carpa del tendero, la gente seguía su camino por el Distrito Comercial: Mujeres arrastrando a niños protestones, niños corriendo y saltando entre los charcos y salpicando sin querer a algún que otro anciano que protestaba con tesón, ancianos que se paraban a charlar y contarse sus historietas en corrillo... Por lo general, casi todos llevaban paraguas con los que protegerse de la permanente tormenta, mientras que unos pocos parecía optar por chubasqueros y sobretodos impermeables. Y, entre todos esos paraguas, uno destacaba ineludiblemente sobre el resto: traslúcido, de un material similar al cristal y que con cada gota que caía sobre él le arrancaba una delicada iridiscencia. Claro que el hombre que lo portaba, aparentemente ajeno a las miradas cautivadas que despertaba su curiosa herramienta, tampoco era normal: Destacaba como un fantasma en mitad de una noche cerrada pues era blanco como la nieve, de los pies a la cabeza, y tenía ojos escarchados, de una mirada tan gélida como una noche despejada de invierno. Incluso la ropa que vestía era blanca, a excepción de la bufanda azulada que ondeaba tras sus pasos y terminaba en un copo de nieve bordado en ella.