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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Daruu chasqueó la lengua frente a la puerta cerrada. «¿Dónde se habrá metido?» Por pura inercia, se dio la vuelta y se encaramó al ventanal. La lluvia de Amegakure le devolvió la mirada. Observó las calles aledañas y las torres en la lejanía, y se preguntó cómo podía ser tan difícil de encontrar alguien con el cabello blanco y que sólo vestía de blanco. Gruñó con un mohín molesto y decidió bajar por el ascensor. Ni siquiera podía preguntarles a Zetsuo y Ayame porque estaban todo el día fuera, entrenando.

Las gotas de precipitación le recibieron con los brazos abiertos, y él no les negó el abrazo. Suspiró mientras cruzaba la calle, dejándose mojar por la lluvia, y tomó un giro a la derecha, hacia el Distrito Comercial. «Si no puedo encontrarlo», se dijo, «al menos voy a entretenerme con algo hasta que vuelva. Quizás se haya ido de misión.» Entretenerse con algo, se había dicho. Normalmente eso significa parar a comer algo.

Con el miedo de que un cuervo bajase de alguna torre cercana —comprobó la ausencia de aves en las inmediaciones— y le robase la comida, Daruu se acercó a un puesto callejero y se compró una porción de pizza con jamón, queso y cebolla. Se refugiaría de momento en el establecimiento. Él podía mojarse, pero su ambrosía no. Valiente pecado sería un trozo de pizza aguada.
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#2
Mientras Daruu degustaba su manjar protegido de las lágrimas de Amenokami bajo el la carpa del tendero, la gente seguía su camino por el Distrito Comercial: Mujeres arrastrando a niños protestones, niños corriendo y saltando entre los charcos y salpicando sin querer a algún que otro anciano que protestaba con tesón, ancianos que se paraban a charlar y contarse sus historietas en corrillo... Por lo general, casi todos llevaban paraguas con los que protegerse de la permanente tormenta, mientras que unos pocos parecía optar por chubasqueros y sobretodos impermeables. Y, entre todos esos paraguas, uno destacaba ineludiblemente sobre el resto: traslúcido, de un material similar al cristal y que con cada gota que caía sobre él le arrancaba una delicada iridiscencia. Claro que el hombre que lo portaba, aparentemente ajeno a las miradas cautivadas que despertaba su curiosa herramienta, tampoco era normal: Destacaba como un fantasma en mitad de una noche cerrada pues era blanco como la nieve, de los pies a la cabeza, y tenía ojos escarchados, de una mirada tan gélida como una noche despejada de invierno. Incluso la ropa que vestía era blanca, a excepción de la bufanda azulada que ondeaba tras sus pasos y terminaba en un copo de nieve bordado en ella.
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#3
Mientras daba fin de un bocado a su último trozo de porción y dejaba dos relucientes monedas sobre la barra, a Daruu le invadió una sensación de frío antinatural, una a la que estaba de sobra acostumbrado. Se dio la vuelta, buscándolo: por allí debía estar. Sólo tenía que salir afuera y...

...y creía que le iba a costar más dar con su sensei, pero el normalmente discreto Hielo caminaba entre el gentío como si las calles de Amegakure no Sato fuesen una pasarela de moda. Ante la atónita mirada de los transeúntes, esgrimía con orgullo un paraguas gélido. Por supuesto, Kori no era de ese tipo de personas que se vanaglorian con el estilo, para él, simplemente, lo que estaba haciendo era normal.

Daruu, con una mueca de incredulidad, quedó paralizado en el sitio unos segundos. Después, haciéndose hueco entre la gente, buscó llegar al lado de Kori.

Esto, eh, perdón, disculpe, ay señora, ¡mire por donde va! ¡Kori-sensei! —llamó—. ¡Kori-sensei! Quiero hablar contigo.
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#4
Daruu se abrió paso entre empujones a través de la gente. En su carrera, casi arrolla a una anciana con su gato en brazos, que le dirigió una mirada cargada de irritabilidad al ver peligrar a su pequeño. Pero, sin hacerle mayor caso, el chico pronto llegó hasta Kōri, que se detuvo para volverse hacia él.

—¡Kōri-sensei! Quiero hablar contigo.

—Oh, hola, Daruu-kun —le saludó, con aquella monotonía tan característica suya. Sus ojos de escarcha recorrieron al Chūnin de arriba a abajo, completamente empapado—. Deberías protegerte de la lluvia, el otoño se acerca y no creo que quieras quedarte de brazos cruzados con un resfriado entre pecho y espalda.
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#5
«Desde luego, si me quedo mucho rato a tu lado, seguro que pillo algo», pensó Daruu, que ya se había agarrado los antebrazos con las manos y estaba tiritando. Decidió ponerse la capucha de su chaqueta impermeable.

Kōri-sensei —dijo—. Verá, he estado pensando que mientras Ayame entrena con su padre, nosotros podríamos... no sé. Hacer lo mismo. —Dirigió la mirada al suelo, sin saber por qué sintiéndose avergonzado—. Siempre he admirado cómo... te tomas las cosas. Durante el viaje a Uzushiogakure, perdí los nervios cuando me secuestraron y me esposaron. Eso casi hace que nos maten a Ayame y a mí. No quiero volver a repetir ese error.

»Por favor, enséñeme —solicitó, haciendo una reverencia—. Enséñeme a tomarme las cosas con algo más de frialdad. Y a poder ser... hablemos de ello en un sitio más cómodo y caliente. Por favor.
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#6
Daruu se echó la capucha de la chaqueta impermeable que vestía por encima de la cabeza, aunque eso no hizo demasiado por contener los temblores que sacudían su cuerpo.

—Kōri-sensei. Verá, he estado pensando que mientras Ayame entrena con su padre, nosotros podríamos... no sé. Hacer lo mismo —sugirió, con la mirada clavada en el suelo con con gesto avergonzado—. Siempre he admirado cómo... te tomas las cosas. Durante el viaje a Uzushiogakure, perdí los nervios cuando me secuestraron y me esposaron. Eso casi hace que nos maten a Ayame y a mí. No quiero volver a repetir ese error. Por favor, enséñeme —solicitó, haciendo una reverencia—. Enséñeme a tomarme las cosas con algo más de frialdad. Y a poder ser... hablemos de ello en un sitio más cómodo y caliente. Por favor.

En el rostro de Kōri no hubo ningún cambio apreciable. Ni halago ante los elogios del recién ascendido Chūnin, ni sorpresa ante la repentina propuesta, ni mucho menos enojo ante el recuerdo de que ambos, Daruu y Ayame, podrían haber acabado muertos en Uzushiogakure. El Hielo simplemente ladeó la cabeza, mirando a su alrededor, y entonces señaló un pequeño establecimiento que había cerca de allí: "Los dangos de Dana", rezaba el cartel de neón que había encima de la puerta, con tres adorables bolitas sonrientes y de colores diferentes ensartadas por un palo. Se dirigió hacia allí, esperando que Daruu le acompañara, y en la misma puerta apartó el paraguas de su cabeza e hizo una elegante floritura con su mano que desintegró el hielo prácticamente en el acto. Pese a su aspecto exterior, el interior del local contrastaba con su aspecto clásico y cuidado. Una barra de madera, tras la cual trabajaban dos personas, separaba el lugar; mientras que el resto del local estaba ocupado por mesas dispersas y sillas con cojines que alternaban los colores rojo, verde y blanco en cada una de ellas. Kōri se acercó a una de las mesas más retiradas, en una esquina del local, e invitó a Daruu a sentarse con él mientras tomaba una carta con gesto distraído.

—¿Qué es lo que quieres saber, Daruu-kun? —le cuestionó.
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#7
Se evidenciaba, una vez más, el aparente desconocimiento que Kori-sensei tenía sobre las miradas que atraía con sus extravagantes particularidades; el jounin deshizo el paraguas de hielo con una elaborada floritura que lo hizo desintegrarse en pequeños cristalinos. Dos niños le miraron embobados desde una esquina mientras entraba en el local de Dangos. Daruu se encogió de hombros mientras los miraba; se quitó la capucha y se internó en el establecimiento.

El contraste con la temperatura del exterior le hizo sentir un escalofrío agradable. Se afanó por seguir a su mentor, que se había sentado en una de las mesas del fondo. Daruu tomó asiento enfrente de él y cogió también su carta, aunque como acababa de comer una porción de pizza no tenía demasiada hambre.

—¿Qué es lo que quieres saber, Daruu-kun? —le cuestionó Kori.

Ya te lo he dicho, sensei —insistió—. Quiero aprender a... templarme. A que al menos una pequeña parte de mí sepa comportarse como el Hielo de Amegakure. Quiero aprender a no dejarme llevar por la ira, a mantener la calma.
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#8
Daruu repitió su petición y Kōri le escuchó con suma atención, con sus ojos de escarcha clavados en el muchacho y los dedos entrelazados debajo de su barbilla. No intervino en ningún momento, ni siquiera cuando su pupilo terminó de hablar, y es que una mujer se acercó a ellos desde la barra. El Jōnin pidió un plato de dangos para compartir y, sólo una vez la camarera se hubo alejado tras una respetuosa reverencia, habló:

—Supongo que serás consciente de que algo así no se consigue de la noche a la mañana, Daruu-kun —le dijo, sincero—. Además tú no eres El Hielo, y no puedes aspirar a serlo jamás. Tú eres diferente. Eres El Caramelo —Kōri inspiró por la nariz y se irguió en la silla, estirando la espalda—. Ya te conozco desde hace un tiempo y sé cómo eres. Eres un shinobi muy capaz que ha logrado adquirir esa placa plateada que ahora luces en tu brazo. Pero te pierde la impaciencia, el fuego arde en tus venas y "derrite" tu sentido común. Eso es lo que tienes que trabajar, porque eso fue lo que estuvo a punto de perderos en Uzushiogakure: a ti y a Ayame.
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#9
La camarera interrumpió su conversación, y Kori la despachó rápidamente solicitando un plato de dangos para compartir. Daruu, además, pidió una botella de agua para aliviar su sed.

El Hielo habló, y lo hizo con un jarro de agua fría que apagó las ilusiones de Daruu en un primer momento. Pero con sus ojos clavados en Kori, Daruu fue dándole una vuelta a su mensaje, y una ligera sonrisa de medio lado se le dibujó en el rostro pecoso cuando había terminado.

Tienes razón, Kori-sensei —dijo—. Soy El Caramelo, pero el caramelo se derrite si está caliente. Cuando se enfría, se vuelve duro como la roca. Por eso te necesito. Necesito que me enseñes a dejar de ser un blando y convertirme en un auténtico Amedama(1). Eres el Hielo. Puede que nunca llegue a ser tú, pero si paso tiempo a tu lado seguro que bajo esa temperatura.

Daruu le miró, implorante, con una mezcla de admiración y de desesperación en los ojos púrpura.

(1): Las Amedama son bolas de caramelo japonés.
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#10
Daruu replicó y su respuesta placó con valentía las palabras de Kōri. Aquella era otra de las cualidades que el Jōnin apreciaba del chico: su inteligencia. Y por ello una fina y apenas apreciable sonrisa curvó sus labios.

En ese momento regresó la camarera. Colocó el plato entre los dos y una jarra de agua con cubitos de hielo. También había traído dos vasos de agua con ella, pese a que Kōri no lo había pedido. Tras darle las gracias con una inclinación de cabeza, la mujer se alejó y volvieron a quedarse a solas. Kōri tomó uno de los cuatro dangos y lo esgrimió en el aire, apuntándole directamente con él.

—Desde luego, no voy a negar que ya eres mucho más templado que Ayame —dijo, regresando a su habitual serenidad—. Pero hay que trabajar en ello. Daruu-kun, ¿recuerdas cuando nos tuvimos que infiltrar en la guarida de los Kajitsu?
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#11
A Daruu le pareció que Kori sonreía, algo inédito. Estaba a punto de decir algo al respecto cuando nuevamente la camarera les interrumpió, trayendo consigo la bandeja de dangos para compartir y una jarra de agua. Kori le dio las gracias con una inclinación de cabeza.

Muchas gracias. —Daruu prefirió ser más directo.

Kori cogió uno de los dangos y le apuntó con él. Daruu cogió otro de ellos y le dio un bocado mientras su maestro le hablaba.

—Desde luego, no voy a negar que ya eres mucho más templado que Ayame —dijo, regresando a su habitual serenidad—. Pero hay que trabajar en ello. Daruu-kun, ¿recuerdas cuando nos tuvimos que infiltrar en la guarida de los Kajitsu?

Daruu tragó.

Sí, claro que lo recuerdo. —La incursión en el nido de aquellas alimañas le parecía algo tan lejano... Puede que suene increíble, pero entonces los tiempos eran más sencillos y los problemas mucho más mundanos. Incluyendo aquella misión de rescate. Incluso aquello.
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#12
Daruu lo recordaba. Por supuesto que lo recordaba. Aquella misión de infiltración y rescate había supuesto un punto de inflexión en la vida de todos los participantes. Y no sólo por lo que habían vivido en las fauces de los monstruos acuáticos.

—Recuerda cada instante que pasamos allí —asintió Kōri y se llevó una de las bolas a la boca. Después de masticar durante unos instantes y tragar, habló—: Recuerda todo lo que hiciste y recuerda por qué lo hiciste. Ayame es mi hermana, es la hija de Zetsuo, casi una hija para Kiroe, una buena amiga de Mogura-kun y Kaido-kun y... tu novia. Todos trabajamos codo con codo y todos supimos mantener la cabeza fría pese a lo peliagudo de la situación. Porque teníamos que pensar en lo que estábamos haciendo, y en por qué, por quién, lo estábamos haciendo. Somos de la Tormenta, Daruu-kun, pero tenemos que mantener esa tormenta a raya. No podemos dejar que nos consuma ni nos ciegue. Por eso, cuando estabas esposado en Uzushiogakure, no debiste lanzarte de forma suicida a por el Uchiha —le soltó, pero no había enfado ni recriminación en su voz. Simplemente estaba exponiendo un hecho como que el Sol sale por el este todas las mañanas. Y, sin embargo, sus ojos brillaron gélidos cuando los clavó en los suyos—: Piénsalo fríamente ahora, Daruu. Estabas dentro de una aldea ajena a la tuya, frente al Uzukage, capaz de desplegar todo un ejército con un solo movimiento de su dedo. ¿Qué habrías conseguido matando al Uchiha?
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#13
Daruu recordó. Daruu recordó como entonces había aprendido de todos sus mayores, de cómo cada uno de ellos resolvía el conflicto interno con su corazón para aplacar los nervios. Entonces todos habían colaborado por un bien mayor, el de salvar a Ayame. ¿Qué diferenciaba la situación en Uzushiogakure? ¿Qué se sentía traicionado por los uzujin? ¿Por Akame? ¿Por el propio Hanabi? ¿Por... Eri? Reflexionó un largo rato. No, la diferencia es que había estado sólo. Ayame estaba en peligro, Zetsuo, Kori y Kiroe no estaban allí para que él se sintiese seguro, sobre un colchón en el que caer si tropezaba. Sintió vértigo. Se enfrentó a la maldad desmedida de alguien que mentía descaradamente a su superior, a las acusaciones a las que no podría responder porque era un extranjero y sus palabras valían menos que nada.

¿Pero era eso?

No.

La diferencia es que la primera vez había mantenido la calma. Fuese por tener a alguien a su alrededor, fuese porque el enemigo siempre lo había sido. Daba igual. Lo único que sí había marcado la diferencia es que había mantenido la calma.

¿Qué habrías conseguido matando al Uchiha?

Un enemigo menos —contestó, y bajó la mirada—... y dos mil más. Mi muerte y la de mis seres queridos. Probablemente, la guerra. Y ser recordado como un imbécil inconsciente que rompió la paz.

»Esa lección está aprendida... pero nada me garantiza que no volvería actuar igual. Me hierve la sangre con el Uchiha delante.
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#14
—Un enemigo menos... y dos mil más. Mi muerte y la de mis seres queridos. Probablemente, la guerra. Y ser recordado como un imbécil inconsciente que rompió la paz —respondió Daruu, y Kōri asintió, satisfecho—. Esa lección está aprendida... pero nada me garantiza que no volvería actuar igual. Me hierve la sangre con el Uchiha delante.

El Hielo terminó con el segundo dango en un abrir y cerrar de ojos. Se mantuvo impasible, contemplando con gesto pensativo a su pupilo mientras terminaba de masticar y tragar, y entonces...

—Dame tus manos, Daruu-kun —le exigió.
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#15
Daruu le dio un bocado a su dango mientras Kori terminaba el segundo de ellos. Entonces, formuló una solicitud que le tomó por sorpresa.

¿C-cómo...? —dijo. Lentamente, le tendió las manos, sin embargo. Sin rechistar—. ¿Q-qué pretendes, sensei?
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