12/10/2018, 03:19
—Kaido, recuerda quién eres. Eres Kaido el Exiliado. Un traidor, un prófugo. Y lo serás hasta que vuelvas a cruzar las puertas de la Villa. No antes.
»Recuérdalo.
—Lo haré.
Una bandana shinobi con cuatro líneas verticales marcadas en su hierro, y cuya placa estaba tallada a un listón ancho de color negro, yacía recostada sobre uno de los amplios ventanales de un viejo departamento. Mirando hacia el horizonte, para así presenciar algún día el tan ansiado retorno de su dueño.
Para poder vestir su frente de nuevo.
Y así, Umikiba Kaido, el Exiliado, partió rumbo hacia su nueva aventura, cuyo imperioso destino estaba por llevarle hasta la otra punta de ōnindo, a un país ajeno al suyo. Para llegar hasta Kaminari no kuni le esperaba un largo viaje de por medio, empezando por cruzar de cabo a rabo toda la Llanura de la Tempestad Eterna.
Aquello hubiera sido pan comido, de ser él un amejin, ¿cierto?
Pero Kaido ya no lo era más. Y por tanto, atravesar el túnel, que por lo general yacía fuertemente custodiado por las fuerzas de Amekoro Yui, no resultaba factible. O sí que lo era —después de todo, Hageshi bien le había dicho que informarían de la situación a todos los shinobi enlistados—. pero no podía empezar su travesía cometiendo un error tan estúpido como ese. Dragón Rojo podría estar viéndole en cualquier momento. La coartada ahora mismo lo era todo. Absolutamente todo. Tal realización acabó por convencerlo de que la mejor forma de llegar su destino era abandonando la seguridad de la Tormenta a través de su frontera con el país de la Tierra. Era un trayecto que conocía a medias, pues en algún momento había estado por Notsuba. Así que le llevó al menos día y medio para llegar a la capital, donde bien habría hecho en pegarse un buen descanso en algún motel de mala muerte que no le obligase a gastar demasiada pasta. Después de todo, no era el rōnin más forrado del mundo, ni mucho menos. Tenía que administrar muy bien sus pavos. ¿Quién lo diría?
La instancia en Notsuba fue cuanto menos breve. En cuanto tuvo la energía necesaria, partió una vez más a la ruta y divagó por las rocosas superficies de Tsuchi no Kuni, previendo no sumergirse demasiado en los riscos y acantilados que bien tenían la fama de servir como tugurio y refugios de la peor calaña. Sabía de las principales aldeas que hacían de pasos conexos para todos los viajeros de paso, así que procuró de tomar esa ruta y seguirla a paso de rajatabla.
Al fin y al cabo, resultaba ser la más simple y menos comprometedora. Aquella que, con suerte, le iba a permitir llegar hasta lo que parecía ser un lejano bosque fronterizo que, desde la distancia, daba la sensación de ser un espejismo que mostraba cientos y cientos de caños de bambúes meciéndose en las alturas.
»Recuérdalo.
—Lo haré.
. . .
Una bandana shinobi con cuatro líneas verticales marcadas en su hierro, y cuya placa estaba tallada a un listón ancho de color negro, yacía recostada sobre uno de los amplios ventanales de un viejo departamento. Mirando hacia el horizonte, para así presenciar algún día el tan ansiado retorno de su dueño.
Para poder vestir su frente de nuevo.
. . .
Y así, Umikiba Kaido, el Exiliado, partió rumbo hacia su nueva aventura, cuyo imperioso destino estaba por llevarle hasta la otra punta de ōnindo, a un país ajeno al suyo. Para llegar hasta Kaminari no kuni le esperaba un largo viaje de por medio, empezando por cruzar de cabo a rabo toda la Llanura de la Tempestad Eterna.
Aquello hubiera sido pan comido, de ser él un amejin, ¿cierto?
Pero Kaido ya no lo era más. Y por tanto, atravesar el túnel, que por lo general yacía fuertemente custodiado por las fuerzas de Amekoro Yui, no resultaba factible. O sí que lo era —después de todo, Hageshi bien le había dicho que informarían de la situación a todos los shinobi enlistados—. pero no podía empezar su travesía cometiendo un error tan estúpido como ese. Dragón Rojo podría estar viéndole en cualquier momento. La coartada ahora mismo lo era todo. Absolutamente todo. Tal realización acabó por convencerlo de que la mejor forma de llegar su destino era abandonando la seguridad de la Tormenta a través de su frontera con el país de la Tierra. Era un trayecto que conocía a medias, pues en algún momento había estado por Notsuba. Así que le llevó al menos día y medio para llegar a la capital, donde bien habría hecho en pegarse un buen descanso en algún motel de mala muerte que no le obligase a gastar demasiada pasta. Después de todo, no era el rōnin más forrado del mundo, ni mucho menos. Tenía que administrar muy bien sus pavos. ¿Quién lo diría?
La instancia en Notsuba fue cuanto menos breve. En cuanto tuvo la energía necesaria, partió una vez más a la ruta y divagó por las rocosas superficies de Tsuchi no Kuni, previendo no sumergirse demasiado en los riscos y acantilados que bien tenían la fama de servir como tugurio y refugios de la peor calaña. Sabía de las principales aldeas que hacían de pasos conexos para todos los viajeros de paso, así que procuró de tomar esa ruta y seguirla a paso de rajatabla.
Al fin y al cabo, resultaba ser la más simple y menos comprometedora. Aquella que, con suerte, le iba a permitir llegar hasta lo que parecía ser un lejano bosque fronterizo que, desde la distancia, daba la sensación de ser un espejismo que mostraba cientos y cientos de caños de bambúes meciéndose en las alturas.