Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
10/10/2018, 00:31 (Última modificación: 10/10/2018, 00:34 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Kaido, sencillamente, asintió también. Partiría esa misma noche. Lloviera, tronara, o relampagueara.
—¿Lo harán público, no? —preguntó. Era evidente que se refería a...—. ¿cuál será la historia? ¿qué le contaréis a la gente?
Su rostro lucía anacrónico. Era una pregunta bastante lacónica, auspiciada por la más pura intriga de lo que Daruu o Ayame oirían de él.
Porque tenía la impresión de que en su caso particular, no tenía potestad de decidir si contar la verdad a sus amigos era necesario. Aunque, ¿creerían ellos los motivos de su exilio?
Kaido realizó una pregunta… delicada. Muchos eran los infiltrados que querían que tan solo un reducido grupo de personas supiese de su verdadero trabajo, para evitar posibles filtraciones. Otros muchos, no obstante, preferían que toda la Villa supiese la verdad, para ahorrar disgustos a conocidos y evitar un lío a la vuelta.
Hageshi solía seguir siempre el mismo procedimiento:
—Los ninjas sabrán la verdad. Para ahorrarnos problemas con futuros encontronazos y posibles disgustos. Tendrán, sin embargo, orden de actuar como si verdaderamente fueses un exiliado para que mantengas tu coartada. Respecto a los aldeanos… No se les dirá nada, no al menos de forma activa, pero si preguntan directamente la respuesta será que te exiliaste. Lo último que queremos es que tu subterfugio se vaya a la mierda por culpa de algún civil con la lengua suelta.
—Me parece bien —respondió, conforme. De esa manera se iba a evitar una buena cuando Daruu o Ayame se enterasen—. ¿Algún consejo? ¿una sugerencia? ¿detalles que crees conveniente cambiar? —se reclinó en el espaldar de su asiento, y cruzó los brazos, mientras una mirada soslaya acaecía a Hageshi—. me debo estar dejando algo. Es mi primera misión de infiltración, después de todo.
Y había una alta probabilidad de que también fuera la última. Aunque eso, más que asustarle, le excitaba muchísimo más.
—Conoces mi opinión, Kaido. —Y su opinión era, tal y como le había dicho el día anterior, que no le creía con la experiencia y el bagaje necesario para afrontar aquella misión. Pero Hageshi no era de esas que se pasaba el día repitiendo cosas inútiles para su interlocutor—. En mi experiencia, los planes elaborados no sirven de demasiado en estos casos. Siempre surge algún imprevisto que lo trastoca todo. Tendrás que improvisar en la toma de decisiones, Kaido, e improvisar mucho.
»Pero lo que sí has de hacer, desde ya, es mentalizarte. Mentalizarte en el nuevo Kaido que debes ser. En tus nuevos objetivos. En tus nuevas aspiraciones. En cómo estas se benefician de entrar en Dragón Rojo. Hazlo natural. Como si estuvieses ligando, Kaido. No parezcas desesperado. Deja que la cosa fluya. Y, especialmente, ten muy claro qué has estado haciendo y dónde desde que te has exiliado. Es poco, pero es lo único que puedo aconsejarte.
Una sonrisa aliciente ensombreció el gesto dubitativo de Kaido, quien no se sintió menos, aquella vez, cuando Hageshi se mostró reacia a que fuera él quien se ocupara de aquella misión; y no lo haría ahora, cuando volvía a demostrárselo. Pero no le iba a llevar la contraria en ningún momento, ni en ningún otro. Simplemente le iba a probar con hechos que estaba errada, como debe hacerlo un verdadero ninja.
Pero si en algo tenía razón, era en aquello de que a partir de esa noche, el escualo tendría que transmutar a un Kaido muy distinto al que venía siendo hasta ahora. Allá en el exilio no podía ser un simple chunin de Amegakure, con aspiraciones tan simples y acopladas al status quo. Allá afuera tendría libertad, podía ser quién él quisiera. Y por sobre todo, tenía que poder creérselo.
De otro modo, no iba a funcionar.
Un leve asentir con la cabeza, y el silencio más rotundo. A veces no había mejor respuesta que esa.
—Me servirá —alegó, poniéndose de pie y, finalmente, estirando el brazo derecho—. espero que la próxima vez que nos veamos las caras, sea para presenciar la caída de Dragón Rojo.
El viento le azotaba muy fuerte allá arriba. Sus pies apuntaban hacia un oscuro vacío, con pequeños destellos de neón y turquesas alumbrando a lo largo y ancho de su amplio esplendor. Se encontraba en lo más alto de un rascacielos, que a pesar de no ser el más alto de todos, tenía una posición bastante privilegiada cuando se quería presenciar la majestuosidad de la Aldea de la Lluvia a través de los ojos de un Dios. La luna, tan esplendorosa como siempre, así lo atestiguaba.
Siempre iba allí para contemplar su hogar en paz. Llevaba una vida ajetreada, su personalidad también lo era y en ocasiones resultaba bastante agobiante tener que ser él. Arriba, sin embargo, nada importaba. Fue el primer lugar que visitó cuando llegó a Amegakure, hará ocho años atrás. Y sería el último que visitaría antes de recitar su tan ansiado hasta luego. Encapuchado con la nostalgia, el gyojin alzó pronto vuelo y abandonó el nido. Sumergiéndose finalmente al corazón de la gran urbe por una última vez en quién sabe qué cuánto tiempo. Encima llevaba su mochila, repleta de recuerdos. Y las armas que le ayudarían a despedazarlos todos para que no interfirieran en su nuevo y único objetivo.
Los guardias de la entrada asintieron en un silencio sepulcral cuando vieron pasar a Kaido encapuchado. No pidieron pergamino de misión —pues estaban avisados, y sabían que para aquel tipo de misiones los pergaminos eran, más que un deber, una maldita amenaza—, ni hicieron comentario alguno más que un buena suerte mientras desaparecía en la oscuridad de la noche.
La luna estaba enorme, como más cerca de lo normal, y tan llena como el vientre de una embarazada. No eran pocas las personas que relacionaban la luna con la mujer. Hageshi era una de ellas.
La kunoichi avanzaba por el suelo encharcado sin hacer ruido, por imposible que pudiese parecer. Seguía un rastro evidente, y no tardó en dar con el dueño de las pisadas. Se acercó a Kaido por la espalda como un depredador sobre su presa. Tan cerca que ya podía olerle. Tan pegada que ya podía tocarle. Y, entonces…
—Eh —le tocó un hombro—. Esto es para ti.
Extendió la mano y le ofreció un pequeño frasquito de cristal con un líquido rojizo en su interior.
Cuando creyó haber dejado atrás el puente que hacía de conexión entre los caminos principales a las llanuras con su antiguo hogar, la sorpresa le invadió cuando algo le tocó el hombro. Sus oídos estaban alertas, así también su olfato, y sin embargo; nada. No lo vio venir. Podrían haberlo matado ahí mismo y ni él se hubiera dado cuenta.
Hageshi había avanzado hasta él tan silente como el alma en pena de un espíritu. Y le tendió, poco después, un frasco con un líquido rojo.
Los ojos de Umikiba Kaido se alternaron entre el envase, y la mirada impía de la jounin. ¿Qué significaba aquello? ¿era ese acaso su regalo de despedida?
Kaido no era estúpido. Ese frasco podía ser dos cosas.
Una, un veneno. Aquel que iba a ingerir en el momento exacto donde estuviera acorralado, sin salida. Donde estar vivo significaba comprometer una misión que se venía cuajando desde hacía un par de años atrás.
O dos, sangre. La de algún Cabeza de Dragón. Una que él, por suerte, podía olisquear.
—¿Tan poca fe me tienes? —comentó, probando suerte;—. ¿A quién me lleva?
12/10/2018, 01:54 (Última modificación: 12/10/2018, 01:55 por Uchiha Datsue.)
¿A quién le llevaba el frasco?
—Al valor —le respondió fácilmente. Porque no, aquel frasco no contenía sangre de ningún miembro de Dragón Rojo. Tampoco era un veneno mortal, pues Yui había contado con pelos y señales la prueba Chūnin de Kaido. Cuando se había visto acorralado, teniendo que confesar el nombre de su Jinchūriki, el Umikiba se había salido por la tangente. Simplemente, se había suicidado. Tal era su lealtad a la Villa.
Claro que una cosa era hacerlo en un Genjutsu, y otra muy distinta en la realidad. Pero no, no se trataba de un veneno, sino de…
—Estuve con Manase Mogura —tratando asuntos que a Kaido ya no le interesaban—, y tras comentarle tu misión me pidió que te diese esto. Es un frasco diseñado por él mismo, que otorga a su consumidor una gran fuerza de voluntad por unos largos minutos. Puedes ingerirla, aunque Mogura me aseguró que sus efectos son mucho mejores si te la inyectas. No me preguntes por qué, pero insistió mucho en que te la diese. Tenía la corazonada de que la ibas a necesitar.
Manase Mogura tenía que ser. Siempre sorprendiéndolo, aún en la clandestinidad. El escualo sonrió y tomó el frasco.
Esperaba no tener que agradecérselo luego. Que su corazonada no fuera más que eso.
—Dale las gracias de mi parte, y dile que vuelva pronto al ruedo. O se va a oxidar.
El frasco fue a parar a su kit ninja, finalmente. Ahí, entre algún par de objetos que no comprometieran su contenido. Luego, alzó la vista una vez más e increpó a la jounin con un semblante lúgubre.
—Mejor me voy yendo. Tengo un largo viaje hasta Unraikyo.
Hageshi asintió, pese a que probablemente no iba a decirle a Mogura ni una cosa ni la otra. Sus asuntos con él ya habían concluido y no pensaba buscarle para simplemente transmitirle las gracias y unas palabras motivantes.
—Kaido —le llamó, con voz más oscura de lo normal—. Recuerda quién eres. Eres Kaido el Exiliado. Un traidor, un prófugo. Y lo serás hasta que vuelvas a cruzar las puertas de la Villa. No antes.
»Recuérdalo —diría por última vez, antes de desaparecer en una nube de humo.
—Kaido, recuerda quién eres. Eres Kaido el Exiliado. Un traidor, un prófugo. Y lo serás hasta que vuelvas a cruzar las puertas de la Villa. No antes.
»Recuérdalo.
—Lo haré.
. . .
Una bandana shinobi con cuatro líneas verticales marcadas en su hierro, y cuya placa estaba tallada a un listón ancho de color negro, yacía recostada sobre uno de los amplios ventanales de un viejo departamento. Mirando hacia el horizonte, para así presenciar algún día el tan ansiado retorno de su dueño.
Para poder vestir su frente de nuevo.
. . .
Y así, Umikiba Kaido, el Exiliado, partió rumbo hacia su nueva aventura, cuyo imperioso destino estaba por llevarle hasta la otra punta de ōnindo, a un país ajeno al suyo. Para llegar hasta Kaminari no kuni le esperaba un largo viaje de por medio, empezando por cruzar de cabo a rabo toda la Llanura de la Tempestad Eterna.
Aquello hubiera sido pan comido, de ser él un amejin, ¿cierto?
Pero Kaido ya no lo era más. Y por tanto, atravesar el túnel, que por lo general yacía fuertemente custodiado por las fuerzas de Amekoro Yui, no resultaba factible. O sí que lo era —después de todo, Hageshi bien le había dicho que informarían de la situación a todos los shinobi enlistados—. pero no podía empezar su travesía cometiendo un error tan estúpido como ese. Dragón Rojo podría estar viéndole en cualquier momento. La coartada ahora mismo lo era todo. Absolutamente todo. Tal realización acabó por convencerlo de que la mejor forma de llegar su destino era abandonando la seguridad de la Tormenta a través de su frontera con el país de la Tierra. Era un trayecto que conocía a medias, pues en algún momento había estado por Notsuba. Así que le llevó al menos día y medio para llegar a la capital, donde bien habría hecho en pegarse un buen descanso en algún motel de mala muerte que no le obligase a gastar demasiada pasta. Después de todo, no era el rōnin más forrado del mundo, ni mucho menos. Tenía que administrar muy bien sus pavos. ¿Quién lo diría?
La instancia en Notsuba fue cuanto menos breve. En cuanto tuvo la energía necesaria, partió una vez más a la ruta y divagó por las rocosas superficies de Tsuchi no Kuni, previendo no sumergirse demasiado en los riscos y acantilados que bien tenían la fama de servir como tugurio y refugios de la peor calaña. Sabía de las principales aldeas que hacían de pasos conexos para todos los viajeros de paso, así que procuró de tomar esa ruta y seguirla a paso de rajatabla.
Al fin y al cabo, resultaba ser la más simple y menos comprometedora. Aquella que, con suerte, le iba a permitir llegar hasta lo que parecía ser un lejano bosque fronterizo que, desde la distancia, daba la sensación de ser un espejismo que mostraba cientos y cientos de caños de bambúes meciéndose en las alturas.
El sol desprendía sus últimos rayos de sol cuando Umikiba Kaido traspasó la frontera del país. Por suerte para él, sin guardia a la vista, se internó en el bosque de cañas de bambú sin tener que responder a preguntas comprometedoras. Y, como si la fortuna realmente fuese su amante inseparable, la suerte quiso que se encontrase con una pequeña aldea con posada.
Al día siguiente, no obstante, Fortuna decidió ponerle los cuernos con otro.
Percepción 40
Para empezar, se perdió. Se perdió muchas veces entre tanto bambú. ¿Cuál era el camino correcto? ¿El de la izquierda, o el de la derecha? A veces tomaba uno y se terminaba abruptamente, teniendo que dar vuelta para coger la segunda opción. Otras veces, tomaba el otro con la sensación de que, aunque no se terminaba, sí se desviaba en una dirección que no creía la correcta.
Al final no sabía ni dónde estaba.
No fue hasta casi el anochecer cuando sus pasos le condujeron hacia un pueblo de no más de veinte casas pegada a una ribera situada al Norte. El cielo estaba teñido de rojo, y las temperaturas habían caído abruptamente en la última hora. Varios perros pequeños le salieron al paso, ladrándole, mientras atravesaba el pueblo. Una anciana que llenaba botellas de agua junto a un pozo dejó la mitad de estas si rellenar nada más verle, instando a su nieto a meterse en casa pese a las insistencias del niño en terminar la tarea. Y Kaido se sentía observado. Lo sentía en su nuca. En cada ventana. En cada cortina al cerrarse.
Y, pese a que el resto del camino lo encontró más o menos vacío, si oyó cierto bullicio a medida que se iba aproximando al edificio más grande del pueblo. Un letrero tallado en madera coronaba la entrada:
Kaido siempre creyó tener buen ojo para las direcciones. En sus misiones, solía ser el que tomaba la batuta a la hora de elegir las rutas de tránsito, dependiendo del encargo. También, es que un propio amejin tenía la obligación impírica de saber y poder moverse por Arashi no Kuni casi que con los ojos cerrados. Ahora, en una tierra lejana que estaba inundada pero de vegetación y no agua, la cosa se planteaba ser muy distinta.
Había gastado su gramo de suerte al poder penetrar la frontera sin toparse con ninguna guardia, y no le iba a quedar la suficiente como para encontrar un lugar de estadía, a pleno anochecer. Si de día ya podía ser jodidamente difícil atravesar los Parajes del Bambú, ¿cómo no lo iba a ser con los últimos rayos de luz escondiéndose temerosa ante la sutil danza de la luna?
Tras severas horas dando golpes de ahogado, el Tiburón dio, finalmente, con un pueblo.
—¿En dónde cojones estoy? —murmuró, por lo bajo.
Se trataba de una hilera de casas que se abría paso a través de una Ribera. ¿Ribera? oh, sí; algo había oído de Riberas en el País del Bosque.
Kaido no tuvo más remedio que atravesar el corazón de aquel pueblo, a mitad de la noche, como si aquello no fuera lo suficientemente sospechoso. Esperaba que los extranjeros —y por sobre todo, aquellos que no iban identificados—. fueran bien recibidos. Aunque por la reacción de la anciana, y el encierro temeroso de la mayoría de sus habitantes que corrían a clausurar sus ventanas ante el paso de la Bestia azul, temía lo peor.
Pero quedar en ese sitio era ahora su única opción si no quería congelarse ahí afuera. Ahora Kaido era más un pájaro en busca de un nido para resguardarse de los cazadores nocturnos que un propio Tiburón.