2/10/2015, 23:57
Blame halagó su destreza para colarse, pero Ayame no se sentía nada orgullosa de sí misma. Se mordía el labio sin cesar, y evitaba por todos los medios cruzar la mirada con el albino. Algo bullía dentro de ella como un furioso torbellino de vergüenza.
Pero la tortura no había terminado. Blame volvió a tomar la delantera. Ante la alarmada mirada de Ayame, Blame empujó bruscamente a una muchacha. En un efecto dominó, aquella joven empujó a un siniestro hombre vestido con gabardina, y aquel a un grupo de mujeres de avanzada edad. Los gritos de sorpresa e indignación no tardaron en sucederse. Y, por si no fuera suficiente con aquel empujón, Blame exhaló una exclamación falseando su voz desde las penumbras de la capucha que ocultaban su rostro.
Al pobre hombre no tardaron en lloverle los golpes, tal y como habían sufrido las anteriores víctimas.
—¡Esto no está bien! —le recriminó Ayame, en apenas un susurro sin embargo.
Pero Blame había vuelto a agarrarla y se adelantaron varias posiciones. Prácticamente, las últimas posiciones que les separaban de la entrada del castillo, del museo de armas, de su padre y su hermano. Habiendo tan sólo un par de personas por delante de ellos, ya no era prudente continuar con aquellas pericias para adelantar puestos. Les sería más conveniente esperar unos pocos minutos más.
—Esto no ha estado bien... esto no ha estado bien... —repetía Ayame, una y otra vez. Pero ahora estaba hablando prácticamente consigo misma. Se tapaba los ojos con una mano. No era capaz de mirar a su alrededor. Tenía la sensación de que todos a su alrededor sabían lo que habían hecho.
Y, si no lo sabían, seguro que eran capaces de verlo a través de sus iris.
Pero la tortura no había terminado. Blame volvió a tomar la delantera. Ante la alarmada mirada de Ayame, Blame empujó bruscamente a una muchacha. En un efecto dominó, aquella joven empujó a un siniestro hombre vestido con gabardina, y aquel a un grupo de mujeres de avanzada edad. Los gritos de sorpresa e indignación no tardaron en sucederse. Y, por si no fuera suficiente con aquel empujón, Blame exhaló una exclamación falseando su voz desde las penumbras de la capucha que ocultaban su rostro.
Al pobre hombre no tardaron en lloverle los golpes, tal y como habían sufrido las anteriores víctimas.
—¡Esto no está bien! —le recriminó Ayame, en apenas un susurro sin embargo.
Pero Blame había vuelto a agarrarla y se adelantaron varias posiciones. Prácticamente, las últimas posiciones que les separaban de la entrada del castillo, del museo de armas, de su padre y su hermano. Habiendo tan sólo un par de personas por delante de ellos, ya no era prudente continuar con aquellas pericias para adelantar puestos. Les sería más conveniente esperar unos pocos minutos más.
—Esto no ha estado bien... esto no ha estado bien... —repetía Ayame, una y otra vez. Pero ahora estaba hablando prácticamente consigo misma. Se tapaba los ojos con una mano. No era capaz de mirar a su alrededor. Tenía la sensación de que todos a su alrededor sabían lo que habían hecho.
Y, si no lo sabían, seguro que eran capaces de verlo a través de sus iris.