2/11/2018, 15:57
—¡Ja! —soltó Hanabi, dándose la vuelta de golpe. Se sentó en el asiento una vez más, alzó los brazos y repitió—: ¡JA!
»Hace unos meses, yo también habría pensado que no eran capaces de destruir una estatua. Ni de muchas cosas más que al final sí que han acabado haciendo, los hijos de su madre. Pero oye, al fin y al cabo son ninjas de mi aldea, ¿no? Tengo que velar por ellos. Creerles. Quizá no siempre, pero en este caso no veo por qué habrían destrozado la cabeza de ese kage, la verdad.
Suspiró.
»Está claro que será arriesgado, pero creo que sería, de verdad te lo digo, más arriesgado que fueras acompañada. Por eso lo haremos con toda la discrección del mundo —aseguró Hanabi—. Precisamente gracias a tus compañeros conocemos la ubicación de Amegakure. Irás en barco, desde las Islas del Té, hasta un puerto de una conocida ciudad del País de la Tormenta. Desde ahí, pocos serán los obstáculos que te separen de Amegakure. Te proporcionaré un pergamino de mi puño y letra autorizándote a hablar por mi y explicando que nuestras intenciones son las de entablar contacto cordial.
»Si eso no les convence, o si ves que tu vida puede llegar a estar en peligro, quiero que vuelvas de inmediato. Tranquila, cuando llegue el momento, prepararemos algún truco más por si tienes que huir.
Sarutobi Hanabi se cruzó de brazos, bajó la mirada y cerró los ojos.
—Si no levantas la voz a Yui o a sus subalternos no ocurrirá nada. Te creo bastante sosegada como para lograrlo. Pero sí que hay algo que quiero que quede claro. Será nuestra única exigencia para empezar a hablar. Es innegociable.
»Hemos descubierto que Amedama Daruu puede teletransportarse a nuestros muelles con libertad, aunque tanto Akame como Datsue como nuestro especialista en Fuuinjutsu coinciden en que tiene que poder hacerlo porque ha preparado un medio aquí. La única condición para el diálogo es que ese ninja elimine el sello, o lo que sea que tiene aquí, para que no puedan invadirnos cuando a ellos se les antoje.
»Hace unos meses, yo también habría pensado que no eran capaces de destruir una estatua. Ni de muchas cosas más que al final sí que han acabado haciendo, los hijos de su madre. Pero oye, al fin y al cabo son ninjas de mi aldea, ¿no? Tengo que velar por ellos. Creerles. Quizá no siempre, pero en este caso no veo por qué habrían destrozado la cabeza de ese kage, la verdad.
Suspiró.
»Está claro que será arriesgado, pero creo que sería, de verdad te lo digo, más arriesgado que fueras acompañada. Por eso lo haremos con toda la discrección del mundo —aseguró Hanabi—. Precisamente gracias a tus compañeros conocemos la ubicación de Amegakure. Irás en barco, desde las Islas del Té, hasta un puerto de una conocida ciudad del País de la Tormenta. Desde ahí, pocos serán los obstáculos que te separen de Amegakure. Te proporcionaré un pergamino de mi puño y letra autorizándote a hablar por mi y explicando que nuestras intenciones son las de entablar contacto cordial.
»Si eso no les convence, o si ves que tu vida puede llegar a estar en peligro, quiero que vuelvas de inmediato. Tranquila, cuando llegue el momento, prepararemos algún truco más por si tienes que huir.
Sarutobi Hanabi se cruzó de brazos, bajó la mirada y cerró los ojos.
—Si no levantas la voz a Yui o a sus subalternos no ocurrirá nada. Te creo bastante sosegada como para lograrlo. Pero sí que hay algo que quiero que quede claro. Será nuestra única exigencia para empezar a hablar. Es innegociable.
»Hemos descubierto que Amedama Daruu puede teletransportarse a nuestros muelles con libertad, aunque tanto Akame como Datsue como nuestro especialista en Fuuinjutsu coinciden en que tiene que poder hacerlo porque ha preparado un medio aquí. La única condición para el diálogo es que ese ninja elimine el sello, o lo que sea que tiene aquí, para que no puedan invadirnos cuando a ellos se les antoje.