4/11/2018, 00:47
Mismo ritual, mismo procedimiento. Si bien, esta vez, la cola se le hizo más corta. En aquella ocasión, le recibió el otro portero. Pelo largo, piel tan blanca que parecía no haber recibido en la vida ni un rayo de sol, e igual de fuerte que su compañero. Le miró de arriba abajo, con el ceño fruncido, y asintió.
—Adelante.
Cuando Umikiba Kaido cruzó la entrada, se encontró con un mostrador tras el que había una mujer, entrada en los cincuenta, de cabellos rizos y claros y mirada vacía. Una de esas miradas que se posaban en ti como se posaría en cualquier objeto mundano, sin verte realmente, sin darte importancia.
—Cincuenta ryos la entrada —le informó con voz monótona—. Cinco la toalla. Las habitaciones se pagan a veinte la hora.
Aparte del mostrador, poco más había. El suelo y las paredes eran de piedra —a excepción del falso techo, que parecía más bien de madera—. Y, a la derecha del mostrador, había unas cortinas rojas, enormes y cerradas, por la que iba pasando la gente una vez hubiese pagado.
—Adelante.
Cuando Umikiba Kaido cruzó la entrada, se encontró con un mostrador tras el que había una mujer, entrada en los cincuenta, de cabellos rizos y claros y mirada vacía. Una de esas miradas que se posaban en ti como se posaría en cualquier objeto mundano, sin verte realmente, sin darte importancia.
—Cincuenta ryos la entrada —le informó con voz monótona—. Cinco la toalla. Las habitaciones se pagan a veinte la hora.
Aparte del mostrador, poco más había. El suelo y las paredes eran de piedra —a excepción del falso techo, que parecía más bien de madera—. Y, a la derecha del mostrador, había unas cortinas rojas, enormes y cerradas, por la que iba pasando la gente una vez hubiese pagado.