6/11/2018, 01:47
Juro caminaba, felizmente. Hacía mucho que no tenía un compañero de viajes con el que poder hablar mientras exploraba el mundo. Su hermana casi nunca le acompañaba ya (demasiado trabajo en su tienda), y llevaba un tiempo sin ver a sus amigos, Yota o Daigo.
Datsue era un chico interesante. Tras su encuentro inicial, dónde Juro había dudado en huir o quedarse, ahora se alegraba bastante de haberse quedado.
— Me hice ninja por mi madre. Ella... bueno, falleció cuando me dio a luz. Mi padre también murió poco después, aunque fue por la botella. Vivo con mi hermana y me abuela — Le había llegado a contar —. Mi madre fue una gran kunoichi, y quise seguir sus pasos.
» Es gracioso, pero cuando era niño todo se veía muy... fácil, ¿sabes? — admitió Juro —. Era como un cielo claro y despejado. Pero ahora, cada vez esta más lleno de nubes, y ya ni si quiera veo el final. Todo se ha complicado tanto...
Le había contado unas cuantas cosas. Desde luego, no le había revelado información importante que pudiera aprovechar (era amable, pero tampoco idiota), ni le había contado cosas de su estilo ninja. Algunas cosas sencillas sí que se había atrevido a contarle: su familia tenía una tienda, había hecho varias misiones desde su inicio, y en una casi le había apaleado un panda furioso.
Sin embargo, la conversación se había vuelto más tranquila desde la llegada al bosque de los hongos. Juro sintió un fuerte escalofrío en cuanto pusieron un pie ahí. Era curioso, pero algo no le gustaba. Por una vez, no se sentía feliz entre los bosques que le habían visto nacer y criarse.
« Imaginaciones tuyas, supongo. Todo está bien. Pronto os separareis » — pensó, con decepción. Tendría que volver solo a casa. No es que le importase, pero probablemente se perdería, y acabaría en otro sitio. Y tendría que preguntar indicaciones, y puede que no se las diesen. O puede que se equivocase más. Dios, era un sin vivir.
Los dos avanzaron hasta un punto sin retorno. En aquella zona, en aquel lugar, en aquel momento, algo estaba caminando hacia su dirección.
Y el destino parecía haber decidido que ellos se chocaran.
Juro observó la figura que tenía delante, y entonces, sintió un estremecimiento. Un fantasma del pasado y del presente se alzaba ante ellos, claro y firme. Ayame, la jinchuriki del Gobi. Ayame, la que parecía odiar a Datsue con toda su alma. Ayame, la que había cooperado con Juro para sobrevivir en aquella mansión, hacía ya un tiempo. Sin embargo, ya ni si quiera conservaba la apariencia que el marionetista recordaba: su pelo se había vuelto totalmente blanco (Quién sabe, ¿Consecuencia de haber sido dominada por su bijuu?) y sus ojos habían adquirido unas extrañas marcas (le recordaba a algo, pero no sabía a qué). Estaba ahí, delante de ellos.
Las ruedas del destino, caprichosas, empezaron a girar.
Datsue era un chico interesante. Tras su encuentro inicial, dónde Juro había dudado en huir o quedarse, ahora se alegraba bastante de haberse quedado.
— Me hice ninja por mi madre. Ella... bueno, falleció cuando me dio a luz. Mi padre también murió poco después, aunque fue por la botella. Vivo con mi hermana y me abuela — Le había llegado a contar —. Mi madre fue una gran kunoichi, y quise seguir sus pasos.
» Es gracioso, pero cuando era niño todo se veía muy... fácil, ¿sabes? — admitió Juro —. Era como un cielo claro y despejado. Pero ahora, cada vez esta más lleno de nubes, y ya ni si quiera veo el final. Todo se ha complicado tanto...
Le había contado unas cuantas cosas. Desde luego, no le había revelado información importante que pudiera aprovechar (era amable, pero tampoco idiota), ni le había contado cosas de su estilo ninja. Algunas cosas sencillas sí que se había atrevido a contarle: su familia tenía una tienda, había hecho varias misiones desde su inicio, y en una casi le había apaleado un panda furioso.
Sin embargo, la conversación se había vuelto más tranquila desde la llegada al bosque de los hongos. Juro sintió un fuerte escalofrío en cuanto pusieron un pie ahí. Era curioso, pero algo no le gustaba. Por una vez, no se sentía feliz entre los bosques que le habían visto nacer y criarse.
« Imaginaciones tuyas, supongo. Todo está bien. Pronto os separareis » — pensó, con decepción. Tendría que volver solo a casa. No es que le importase, pero probablemente se perdería, y acabaría en otro sitio. Y tendría que preguntar indicaciones, y puede que no se las diesen. O puede que se equivocase más. Dios, era un sin vivir.
Los dos avanzaron hasta un punto sin retorno. En aquella zona, en aquel lugar, en aquel momento, algo estaba caminando hacia su dirección.
Y el destino parecía haber decidido que ellos se chocaran.
Juro observó la figura que tenía delante, y entonces, sintió un estremecimiento. Un fantasma del pasado y del presente se alzaba ante ellos, claro y firme. Ayame, la jinchuriki del Gobi. Ayame, la que parecía odiar a Datsue con toda su alma. Ayame, la que había cooperado con Juro para sobrevivir en aquella mansión, hacía ya un tiempo. Sin embargo, ya ni si quiera conservaba la apariencia que el marionetista recordaba: su pelo se había vuelto totalmente blanco (Quién sabe, ¿Consecuencia de haber sido dominada por su bijuu?) y sus ojos habían adquirido unas extrañas marcas (le recordaba a algo, pero no sabía a qué). Estaba ahí, delante de ellos.
Las ruedas del destino, caprichosas, empezaron a girar.
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
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Sellos implantados: Hermandad intrepida
- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60