6/11/2018, 21:43
(Última modificación: 6/11/2018, 21:46 por Aotsuki Ayame. Editado 3 veces en total.)
La reacción de los dos muchachos fue la esperada. Como si acabaran de ver a un fantasma del pasado, ambos se habían quedado lívidos, boquiabiertos, con los ojos abiertos de par en par. Y aquella reacción no tuvo nada que ver con la que reflejaron sus rostros cuando les habló y pronunció aquellos dos nombres. Y ellos no eran los únicos, percibía las sensaciones de Ayame a flor de piel como si fueran suyas propias:
—¿Q-Qué dices? ¿A quién le hablas? —balbuceó Juro, que parecía que en cualquier momento iba a salir corriendo en dirección contraria. Lejos, muy lejos, hasta Kusagakure.
—No a ustedes —replicó—. Sino los que conocen por el nombre de Ichibi y Nanabi —explicó, y su voz se vio manchada por un ligero tinte de irritación.
Juro devolvió la mirada a su compañero, igual de desconcertado que él:
—¿Se te ha ido la olla tras el Examen, o qué? ¿Crees que con teñirte un poco el pelo y maquillarte ya nadie te reconocerá? ¿O acaso…?
—¿Tú... eres Ayame? ¿Qué quieres?
—No. No soy Ayame —negó con la cabeza, y sus cabellos níveos ondearon al son del movimiento—. Soy Kokuō, al que conocen como el Gobi.
Y de repente Datsue pegó un chillido que le hizo caer al suelo de culo antes de arrastrarse por él como un cachorrillo asustado. Sus ojos estaban teñidos por el color de la sangre, y todo su cuerpo temblaba sin control como si acabara de ver a un auténtico demonio del infierno. Dolorida ante aquel súbito alarido, Kokuō chaqueó la lengua, entrecerró los ojos ligeramente y se llevó una mano a la oreja derecha, ladeando la cabeza un poco para masajear el canal auditivo.
—Im-imposible —balbuceó Datsue, aterrorizado como un chiquillo—. Esto es… imposible.
—Tengo que hablar con Shukaku y Chōmei —insistió ella, avanzando un paso hacia los dos shinobi—. Es importante. Me he encontrado con Kurama.
»Y agradecería que apague esos ojos, Uchiha.
—¿Q-Qué dices? ¿A quién le hablas? —balbuceó Juro, que parecía que en cualquier momento iba a salir corriendo en dirección contraria. Lejos, muy lejos, hasta Kusagakure.
—No a ustedes —replicó—. Sino los que conocen por el nombre de Ichibi y Nanabi —explicó, y su voz se vio manchada por un ligero tinte de irritación.
«Q... ¿Qué...? ¿Ellos son... también...? ¿Pero cuándo capturó Kusagakure un bijuu?»
Juro devolvió la mirada a su compañero, igual de desconcertado que él:
—¿Se te ha ido la olla tras el Examen, o qué? ¿Crees que con teñirte un poco el pelo y maquillarte ya nadie te reconocerá? ¿O acaso…?
—¿Tú... eres Ayame? ¿Qué quieres?
—No. No soy Ayame —negó con la cabeza, y sus cabellos níveos ondearon al son del movimiento—. Soy Kokuō, al que conocen como el Gobi.
Y de repente Datsue pegó un chillido que le hizo caer al suelo de culo antes de arrastrarse por él como un cachorrillo asustado. Sus ojos estaban teñidos por el color de la sangre, y todo su cuerpo temblaba sin control como si acabara de ver a un auténtico demonio del infierno. Dolorida ante aquel súbito alarido, Kokuō chaqueó la lengua, entrecerró los ojos ligeramente y se llevó una mano a la oreja derecha, ladeando la cabeza un poco para masajear el canal auditivo.
—Im-imposible —balbuceó Datsue, aterrorizado como un chiquillo—. Esto es… imposible.
—Tengo que hablar con Shukaku y Chōmei —insistió ella, avanzando un paso hacia los dos shinobi—. Es importante. Me he encontrado con Kurama.
»Y agradecería que apague esos ojos, Uchiha.