14/11/2018, 00:59
Juro retrocedió un paso, aterrorizado. Sin embargo, enseguida se daría cuenta de que no había sido el primero en echarse atrás: Datsue, el Cobarde, como era típico de él, había huido con el rabo entre las piernas, corriendo como un pollo sin cabeza y desgañitándose como un cerdo en el matadero por la vida de su supuesto compañero.
Kokuō resopló con desdén y sacudió el brazo hacia el suelo. Las partículas negras y blancas revolotearon a su alrededor una última vez en torno a este como un enjambre de insectos justo antes de deshacerse. Dirigió a Juro, que aún seguía en la escena, sus ojos aguamarina y antes de que decidiera seguir a Datsue, habló:
—No me importa lo más mínimo las relaciones que tenéis los humanos, pero si puedo darle un consejo, escuche con atención: no crea ni media palabra de lo que salga de los labios de ese Uchiha.
Por el nuevo cambio en su actitud, quedaba claro que la presencia de Juro no la molestaba. Había recobrado toda su elegancia señorial, abandonando todo rastro de ferocidad, e incluso la mirada de sus iris se había suavizado. Pero aún así levantó la barbilla en una clara invitación hacia el Kusajin para que se marchara. No le importaba adónde, ni si seguía los pasos de Datsue, ni si decidía aceptar su consejo o hacerle oídos sordos. Nunca le habían importado los humanos, y no iban a importarle ahora. Ya los conocía lo suficiente para saber que sólo eran unas pequeñas criaturas ávidas de poder que se movían por el más absoluto y egoísta interés como diminutas y molestas garrapatas. No había ninguno de ellos que se librara de aquel hecho, todos ellos terminaban por descubrirse tarde o temprano. Y desde luego había especímenes como Uchiha Datsue que confirmaban a la perfección su teoría.
Y estaba segura de que, de haber tenido la oportunidad y el tiempo, Aotsuki Ayame también lo habría hecho.
Realizó el sello del tigre con una mano, cerró los ojos momentáneamente, y sólo cuando no percibió ninguna fuente de chakra cercana y comprobó que se encontraba completamente a solas, susurró para sí:
—Relájese, señorita. Sus emociones me están afectando a mí también —dijo, masajeándose el puente de la nariz.
No recibió respuesta alguna, y aquello la extrañó. Pero no le dio demasiadas vueltas. Simplemente, giró sobre sus propios talones y reanudó su marcha hacia el este. Siempre hacia el este. Ya había cumplido su cometido avisando a sus Hermanos de las intenciones de Kurama, por lo que el norte y el sur habían perdido todo su interés. Quedaba en sus manos decidir los siguientes pasos a dar.
Ella comenzaba su viaje en libertad.
Aunque primero tendría que encontrar algo para aliviar el hambre de aquel cuerpo.
Kokuō resopló con desdén y sacudió el brazo hacia el suelo. Las partículas negras y blancas revolotearon a su alrededor una última vez en torno a este como un enjambre de insectos justo antes de deshacerse. Dirigió a Juro, que aún seguía en la escena, sus ojos aguamarina y antes de que decidiera seguir a Datsue, habló:
—No me importa lo más mínimo las relaciones que tenéis los humanos, pero si puedo darle un consejo, escuche con atención: no crea ni media palabra de lo que salga de los labios de ese Uchiha.
Por el nuevo cambio en su actitud, quedaba claro que la presencia de Juro no la molestaba. Había recobrado toda su elegancia señorial, abandonando todo rastro de ferocidad, e incluso la mirada de sus iris se había suavizado. Pero aún así levantó la barbilla en una clara invitación hacia el Kusajin para que se marchara. No le importaba adónde, ni si seguía los pasos de Datsue, ni si decidía aceptar su consejo o hacerle oídos sordos. Nunca le habían importado los humanos, y no iban a importarle ahora. Ya los conocía lo suficiente para saber que sólo eran unas pequeñas criaturas ávidas de poder que se movían por el más absoluto y egoísta interés como diminutas y molestas garrapatas. No había ninguno de ellos que se librara de aquel hecho, todos ellos terminaban por descubrirse tarde o temprano. Y desde luego había especímenes como Uchiha Datsue que confirmaban a la perfección su teoría.
Y estaba segura de que, de haber tenido la oportunidad y el tiempo, Aotsuki Ayame también lo habría hecho.
Realizó el sello del tigre con una mano, cerró los ojos momentáneamente, y sólo cuando no percibió ninguna fuente de chakra cercana y comprobó que se encontraba completamente a solas, susurró para sí:
—Relájese, señorita. Sus emociones me están afectando a mí también —dijo, masajeándose el puente de la nariz.
No recibió respuesta alguna, y aquello la extrañó. Pero no le dio demasiadas vueltas. Simplemente, giró sobre sus propios talones y reanudó su marcha hacia el este. Siempre hacia el este. Ya había cumplido su cometido avisando a sus Hermanos de las intenciones de Kurama, por lo que el norte y el sur habían perdido todo su interés. Quedaba en sus manos decidir los siguientes pasos a dar.
Ella comenzaba su viaje en libertad.
Aunque primero tendría que encontrar algo para aliviar el hambre de aquel cuerpo.