14/11/2018, 12:25
Saltó, y sus pies se apoyaron con delicadeza sobre la rama del árbol. Tal y como había calculado, era una rama lo suficientemente fuerte como para soportar su peso aunque apenas lo suficientemente amplia como para dejar que se sostuviera de pie cómodamente. Sin embargo, aseguró su estadía aplicando el chakra en la planta de los pies para mantenerse adherida a aquella superficie y estiró un brazo. Sus dedos rozaron la superficie de una fruta madura, de forma redondeada y un color que variaba entre el naranja y el rojizo.
—¿Y esta? No me digáis que también es venenosa y podría morir.
El silencio se prolongó durante varios segundos. Para cuando Ayame se decidió a responder, su voz sonó taciturna y apagada.
—¿Y entonces qué coméis cuando viajáis por ahí? —replicó la Bijū, exasperada.
Kokuō dejó escapar el aire por la nariz. Terminó por arrancar la fruta y, con un diestro movimiento de muñeca, extrajo el kunai desde debajo de su manga y lo usó para partirla por la mitad. Su interior estaba compuesto por una gran multitud de granos rojos como la sangre. Mala pinta no tenían, afortunadamente, por lo que decidió probar suerte y se llevó un par a la boca. El sabor era extraño, entre amargo y ácido, pero tenía un regusto que lo hacía particularmente sabroso.
Kokuō no se había alejado demasiado del lugar donde se encontraba anteriormente. El hambre acuciaba, por lo que el Bijū se había limitado a subir a uno de los árboles más cercanos y saltar de rama en rama hacia el este hasta encontrar aquellos frutos.
Se detuvo, sin embargo, cuando le pareció escuchar la vegetación moviéndose. Frunció el ceño ligeramente, pero lejos de alarmarse, comenzó a tararear una canción sin letra mientras seguía comiendo.
1 AO
—¿Y esta? No me digáis que también es venenosa y podría morir.
El silencio se prolongó durante varios segundos. Para cuando Ayame se decidió a responder, su voz sonó taciturna y apagada.
«No lo sé. No conozco bien la vegetación del País de los Bosques.»
—¿Y entonces qué coméis cuando viajáis por ahí? —replicó la Bijū, exasperada.
«Ya deberías saberlo, suelo llevar una mochila conmigo con comida... Bueno... solía...»
Kokuō dejó escapar el aire por la nariz. Terminó por arrancar la fruta y, con un diestro movimiento de muñeca, extrajo el kunai desde debajo de su manga y lo usó para partirla por la mitad. Su interior estaba compuesto por una gran multitud de granos rojos como la sangre. Mala pinta no tenían, afortunadamente, por lo que decidió probar suerte y se llevó un par a la boca. El sabor era extraño, entre amargo y ácido, pero tenía un regusto que lo hacía particularmente sabroso.
Kokuō no se había alejado demasiado del lugar donde se encontraba anteriormente. El hambre acuciaba, por lo que el Bijū se había limitado a subir a uno de los árboles más cercanos y saltar de rama en rama hacia el este hasta encontrar aquellos frutos.
Se detuvo, sin embargo, cuando le pareció escuchar la vegetación moviéndose. Frunció el ceño ligeramente, pero lejos de alarmarse, comenzó a tararear una canción sin letra mientras seguía comiendo.
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