15/11/2018, 23:09
Kokuō ladeó la cabeza repetidas veces. Nada. No había detectado nada significativo. Debía de haber sido algún pájaro o alguna ardilla. Terminó por encogerse de hombros y cambiar el peso del cuerpo de una pierna a otra. Tampoco esperaba que el Uchiha o Juro se hubiesen atrevido a volver a por ella después de haber salido corriendo así, pero en aquellos momentos lo que menos le apetecía era encontrarse con otro humano. Y nunca estaba de más ser precavida. Aunque era una sensación que odiaba, la hacía sentir... como una presa.
Seguía degustando aquella exótica fruta granulada, y se gratuló al descubrir que no sólo estaba saciando su hambre, sino otra sensación que le hacía la boca pastosa y le secaba la garganta.
—Para ser tan molestos, los humanos sois terriblemente frágiles —comentó para sí en voz baja.
El Bijū torció el gesto y se llevó un par de granos más a la boca. Alzó la cabeza, mirando a su alrededor en el cielo. En mitad de un bosque tan frondoso como aquel era difícil ubicar la posición del sol para orientarse. Además, se encontraban en una zona más sombría y húmeda (precisamente esas características habían propiciado el exuberante crecimiento de los hongos) por lo que recurrió a otro método. Aún apoyada en la rama, giró sobre sus talones y se volvió hacia el tronco. Y no tardó en encontrar lo que buscaba: musgo. Kokuō sabía que no era el método más exacto para orientarse, pero le serviría para salir del paso. Al menos, hasta salir de aquel frondoso bosque. Buscó en el tronco la parte en la que el musgo crecía de forma más densa y exuberante y lo tomó como el norte. Si su deseo era viajar hacia el este, sólo tenía que girar hacia la derecha desde aquella posición.
—Bien —asintió para sí.
Le esperaba un largo viaje. Si su memoria geográfica no le fallaba, dos días como mínimo la separaban de su destino. Pero no le importó. Habiéndose saciado por el momento, tiró la fruta hacia el lado contrario (el que suponía que sería el oeste), y emprendió la marcha saltando de rama en rama por el dosel arbóreo, apoyándose de vez en cuando en los enormes sombreros de las setas que salían a su paso.
Seguía degustando aquella exótica fruta granulada, y se gratuló al descubrir que no sólo estaba saciando su hambre, sino otra sensación que le hacía la boca pastosa y le secaba la garganta.
«Sed.»
—Para ser tan molestos, los humanos sois terriblemente frágiles —comentó para sí en voz baja.
«Quizás sería mejor que dejaras de hablar sobre "los humanos" en voz alta. Va a resultar muy raro como alguien te escuche. Mejor, no hables sola en voz alta a secas. O acabaremos las dos encerradas en un manicomio.»
El Bijū torció el gesto y se llevó un par de granos más a la boca. Alzó la cabeza, mirando a su alrededor en el cielo. En mitad de un bosque tan frondoso como aquel era difícil ubicar la posición del sol para orientarse. Además, se encontraban en una zona más sombría y húmeda (precisamente esas características habían propiciado el exuberante crecimiento de los hongos) por lo que recurrió a otro método. Aún apoyada en la rama, giró sobre sus talones y se volvió hacia el tronco. Y no tardó en encontrar lo que buscaba: musgo. Kokuō sabía que no era el método más exacto para orientarse, pero le serviría para salir del paso. Al menos, hasta salir de aquel frondoso bosque. Buscó en el tronco la parte en la que el musgo crecía de forma más densa y exuberante y lo tomó como el norte. Si su deseo era viajar hacia el este, sólo tenía que girar hacia la derecha desde aquella posición.
—Bien —asintió para sí.
Le esperaba un largo viaje. Si su memoria geográfica no le fallaba, dos días como mínimo la separaban de su destino. Pero no le importó. Habiéndose saciado por el momento, tiró la fruta hacia el lado contrario (el que suponía que sería el oeste), y emprendió la marcha saltando de rama en rama por el dosel arbóreo, apoyándose de vez en cuando en los enormes sombreros de las setas que salían a su paso.