16/11/2018, 00:28
«Maldito Uchiha... Le odio con toda mi alma... ¡¿Y por qué Juro-san estaba con él?!»
«No se preocupe más por ello y olvídeles. No volverá a verles.» Respondió Kokuō en su fuero interno.
Pero, lejos de tranquilizarle esa idea (por extraño que resultara), sólo consiguió angustiarla aún más. Porque el que no fuera a verlos nunca más, también quería decir que no volvería a ver a Daruu-kun, ni a su familia, ni a sus amigos, ni a su hogar...
«Kokuō... ¿Dónde estás yendo?»
La pregunta sonó tan resignada como la de un reo condenado a morir, sin la mínima esperanza de recibir un indulto de última hora.
«Lejos. Donde no puedan encontrarnos» —respondió el Bijū al cabo de varios segundos.
Y Ayame no volvió a hablar más.
Kokuō seguía su viaje hacia el este sin detenerse, saltando de rama en rama, procurando dejar tras de sí los mínimos rastros posibles. Comenzaba a apretar el paso, y sus saltos se volvieron más rápidos, aunque seguía midiéndolos al milímetro para no terminar cayendo al suelo. Enseguida alcanzó su máxima velocidad.