18/11/2018, 12:41
(Última modificación: 18/11/2018, 15:37 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Kokuō seguía desplazándose. Hacia el este. Siempre hacia el este. Su intención viajando en las alturas, entre las ramas y sorteando los múltiples sombreros de los hongos que le salían al camino, era precisamente dejar los mínimos rastros posibles por si alguien decidía ponerse a buscarla. Algo que, a ciencia cierta, sabía que acabaría ocurriendo tarde o temprano. Lo que no había esperado es que fuera más temprano que tarde.
El Bijū asintió para sí. Lo había escuchado alto claro. En el silencio del bosque, donde el único sonido que debería acompañarte para sentirte seguro debería ser el de tus propios pasos y el de los pajarillos o algún animal pequeño moviéndose entre la hojarasca, una repentina explosión de viento era como el escopetazo de un cazador en mitad de un claro.
Pero Kokuō no era ningún cervatillo desvalido.
El kunai se clavó en su espalda, atravesando tela y carne, y la Bestia arqueó el cuerpo hacia delante en respuesta a la inercia del movimiento. Esta inercia la llevo a precipitarse, sus pies perdieron contacto con la rama que la sostenía...
Y tras un breve estallido de humo, su cuerpo se transformó en un tocón de madera carcomida por la humedad del bosque.
—¡¡¡Kokuō!!! —bramó la voz de Datsue—. ¡Shukaku tiene una pregunta que hacerte!
«Por supuesto, y yo soy el mismísimo Kurama.» Pensó Kokuō, llena de sarcasmo.
Si el Uchiha pensaba que se iba a quedar allí para escucharle, estaba loco de remate. Pues nada más apoyar los pies en el suelo en su nueva posición, de nuevo unos quince metros más abajo en suelo firme y oculta entre los matorrales detrás de un tronco, su mano izquierda estalló algo contra el suelo y una densa nube de humo cubrió su posición.
El ataque con el kunai era bastante para confirmar que aquellas palabras no eran más que una vil patraña. Que sus intenciones no eran para nada pacíficas. Que Uchiha Datsue no sólo se había atrevido a volver a ella, sino que además se había atrevido a tomar la lanza del cazador.
Y que pretendía capturarla de nuevo.
«NO PIENSO VOLVER A DEJARME CAPTURAR POR UN VIL HUMANO.»
«¡¡Kokuō!!»
El Bijū asintió para sí. Lo había escuchado alto claro. En el silencio del bosque, donde el único sonido que debería acompañarte para sentirte seguro debería ser el de tus propios pasos y el de los pajarillos o algún animal pequeño moviéndose entre la hojarasca, una repentina explosión de viento era como el escopetazo de un cazador en mitad de un claro.
Pero Kokuō no era ningún cervatillo desvalido.
El kunai se clavó en su espalda, atravesando tela y carne, y la Bestia arqueó el cuerpo hacia delante en respuesta a la inercia del movimiento. Esta inercia la llevo a precipitarse, sus pies perdieron contacto con la rama que la sostenía...
Y tras un breve estallido de humo, su cuerpo se transformó en un tocón de madera carcomida por la humedad del bosque.
«¿Pero qué demonios...?»
—¡¡¡Kokuō!!! —bramó la voz de Datsue—. ¡Shukaku tiene una pregunta que hacerte!
«Por supuesto, y yo soy el mismísimo Kurama.» Pensó Kokuō, llena de sarcasmo.
Si el Uchiha pensaba que se iba a quedar allí para escucharle, estaba loco de remate. Pues nada más apoyar los pies en el suelo en su nueva posición, de nuevo unos quince metros más abajo en suelo firme y oculta entre los matorrales detrás de un tronco, su mano izquierda estalló algo contra el suelo y una densa nube de humo cubrió su posición.
El ataque con el kunai era bastante para confirmar que aquellas palabras no eran más que una vil patraña. Que sus intenciones no eran para nada pacíficas. Que Uchiha Datsue no sólo se había atrevido a volver a ella, sino que además se había atrevido a tomar la lanza del cazador.
Y que pretendía capturarla de nuevo.
«NO PIENSO VOLVER A DEJARME CAPTURAR POR UN VIL HUMANO.»