18/11/2018, 20:30
Mientras Datsue el Intrépido vociferaba desde las alturas, la réplica de Datsue fue la que vio la cortina de humo. Seis metros de humo oscuro como el tizón, su interior inaccesible incluso para sus ojos, incapaces de ver más allá de las partículas de polvo que envolvían su contenido. Se acerco, cauto y silencioso como una serpiente para ver qué descubría.
Y al cabo de varios largos segundos, cuando la humareda comenzó a disiparse, descubrió...
Absoluta y llanamente nada. Kokuō no estaba allí. Ni Ayame. Ni ninguna figura. No había huellas. No había absolutamente nada. Sólo la hierba, el tronco y la vegetación. Se había esfumado sin más.
Vergüenza sería la que sentiría el Uchiha cuando se diera cuenta de que su presa se le había escapado de entre los dedos.
Resollaba. Los pulmones le ardían. Las piernas le daban tirones constantemente. Llevaba poco tiempo en aquel cuerpo, pero Kokuō había estado viviendo en él quince largos años y lo conocía a la perfección. Ella podía tener una gran cantidad de chakra, pero era consciente de que el cuerpo de Ayame era el de un velocista, pero de sprint. Como un guepardo, podía recorrer cortas distancias a gran velocidad, pero enseguida se fatigaba. Y lo mismo le pasaba cuando realizaba varias técnicas seguidas... Sobre todo cuando dichas técnicas involucraban movimientos rápidos. Pero, aún sabiéndolo, no se detuvo en ningún momento. No podía permitirse el lujo de darse una tregua. No hasta que se sintiera a salvo de verdad. Así no pudiera correr, así tuviera que caminar o arrastrarse, debía seguir adelante. Al este. Siempre al este.
Y por eso, y por no dejar más rastros visibles, había decidido abandonar la vía terrestre y ahora volaba con alas de agua que brotaban desde su misma espalda. Aquel método no era tan rápido como ir a pie, pero al menos le daría un descanso a sus maltrechas piernas.
«No creería de verdad que me iba a enfrentar a él, ¿verdad?» Respondió mentalmente a la pregunta que había formulado Ayame durante su apresurada huida. Kokuō sacudió con esfuerzo las alas de agua una vez más para impulsarse a través del tronco de dos hongos. «Ambas sabemos cómo se las gasta ese Uchiha. No soy tan estúpida como para dejar que me atrapen de nuevo de esa manera. Y menos alguien tan cobarde y rastrero como él.»
Ayame tardó algunos segundos en responder. Estaba dubitativa, y Kokuō lo sabía. ¿Por qué Datsue había decidido volver después de haber salido huyendo de aquella manera? Y en aquella ocasión Juro no estaba con él... ¿Se habrían separado?
«Sí. Esos ojos del infierno pueden hacer cualquier cosa.»
Y al cabo de varios largos segundos, cuando la humareda comenzó a disiparse, descubrió...
Nada.
Absoluta y llanamente nada. Kokuō no estaba allí. Ni Ayame. Ni ninguna figura. No había huellas. No había absolutamente nada. Sólo la hierba, el tronco y la vegetación. Se había esfumado sin más.
Vergüenza sería la que sentiría el Uchiha cuando se diera cuenta de que su presa se le había escapado de entre los dedos.
. . .
Resollaba. Los pulmones le ardían. Las piernas le daban tirones constantemente. Llevaba poco tiempo en aquel cuerpo, pero Kokuō había estado viviendo en él quince largos años y lo conocía a la perfección. Ella podía tener una gran cantidad de chakra, pero era consciente de que el cuerpo de Ayame era el de un velocista, pero de sprint. Como un guepardo, podía recorrer cortas distancias a gran velocidad, pero enseguida se fatigaba. Y lo mismo le pasaba cuando realizaba varias técnicas seguidas... Sobre todo cuando dichas técnicas involucraban movimientos rápidos. Pero, aún sabiéndolo, no se detuvo en ningún momento. No podía permitirse el lujo de darse una tregua. No hasta que se sintiera a salvo de verdad. Así no pudiera correr, así tuviera que caminar o arrastrarse, debía seguir adelante. Al este. Siempre al este.
Y por eso, y por no dejar más rastros visibles, había decidido abandonar la vía terrestre y ahora volaba con alas de agua que brotaban desde su misma espalda. Aquel método no era tan rápido como ir a pie, pero al menos le daría un descanso a sus maltrechas piernas.
«No creería de verdad que me iba a enfrentar a él, ¿verdad?» Respondió mentalmente a la pregunta que había formulado Ayame durante su apresurada huida. Kokuō sacudió con esfuerzo las alas de agua una vez más para impulsarse a través del tronco de dos hongos. «Ambas sabemos cómo se las gasta ese Uchiha. No soy tan estúpida como para dejar que me atrapen de nuevo de esa manera. Y menos alguien tan cobarde y rastrero como él.»
Ayame tardó algunos segundos en responder. Estaba dubitativa, y Kokuō lo sabía. ¿Por qué Datsue había decidido volver después de haber salido huyendo de aquella manera? Y en aquella ocasión Juro no estaba con él... ¿Se habrían separado?
«¿Lo escuchaste? Dijo algo de que había absorbido tu bijuudama con un ojo...»
«Sí. Esos ojos del infierno pueden hacer cualquier cosa.»