20/11/2018, 19:34
El jōnin tragó cada palabra de lo que decía Datsue con una resignación casi religiosa, a sabiendas de que todas ellas eran verdad. Uzushiogakure, ya fuese por sus precedentes históricos, el clima, la calidad de sus valores o la personalidad desenvuelta y afable de sus gentes, se veía últimamente como el tonto de la clase entre las Aldeas. Dastue tenía razón; la Lluvia había cometido numerosos atropellos contra ellos en los últimos tiempos y ninguno había sido contestado más que con sumisión y la cabeza gacha. «Joder, incluso mandaron un pergamino-bomba al despacho del Uzukage». Cuanto más lo pensaba, más le ardía el estómago; Amekoro Yui no tenía reparos en contestar cualquier provocación con una violencia desmedida, y lo mismo aplicaba a sus subordinados. Pero luego eran ellos quienes reclamaban reposición por los daños causados de parte de sus propias víctimas.
«Es de locos.»
Akame tomó una gran bocanada de aire y respiró profundamente. Era consciente de que asuntos tan delicados como la política internacional no podían ser tratados con las entrañas en caliente. De lo contrario, todos acabarían matándose a la primera de cambio. «Parece que nadie de Ame ha llegado jamás a esta conclusión, y debemos ser los demás los que demos nuestro brazo a torcer por el bien de la paz en Oonindo... Shiona-sama, ¿cómo pudo mantener buenas relaciones con semejantes bárbaros?» Se esforzó por apartar aquellos pensamientos cargados de resentimiento y agresividad de su mente.
Entonces Datsue sacó trapos sucios a pasear, y el jōnin le confrontó con actitud serena pero decidida. Se plantó frente a él, cara a cara, y habló con la dureza del hierro.
—Te salvé la vida, coño, ¿es que no lo ves? ¿Tantas ganas tenías de morirte? Me cago en todo, compadre, hay que joderse... —negó con la cabeza y se apartó del camino de su compañero—. ¿Cuándo vas a superarlo?
«Es de locos.»
Akame tomó una gran bocanada de aire y respiró profundamente. Era consciente de que asuntos tan delicados como la política internacional no podían ser tratados con las entrañas en caliente. De lo contrario, todos acabarían matándose a la primera de cambio. «Parece que nadie de Ame ha llegado jamás a esta conclusión, y debemos ser los demás los que demos nuestro brazo a torcer por el bien de la paz en Oonindo... Shiona-sama, ¿cómo pudo mantener buenas relaciones con semejantes bárbaros?» Se esforzó por apartar aquellos pensamientos cargados de resentimiento y agresividad de su mente.
Entonces Datsue sacó trapos sucios a pasear, y el jōnin le confrontó con actitud serena pero decidida. Se plantó frente a él, cara a cara, y habló con la dureza del hierro.
—Te salvé la vida, coño, ¿es que no lo ves? ¿Tantas ganas tenías de morirte? Me cago en todo, compadre, hay que joderse... —negó con la cabeza y se apartó del camino de su compañero—. ¿Cuándo vas a superarlo?