20/11/2018, 20:10
Ah, la furia. Aquella era una emoción mucho más fácil de digerir para Akame cuando le venía en contra. Mucho mejor que cualquier otra que conociese, porque la ira era precedible. Si uno observaba con suficiente atención, veía que la furia tenía arnés y correajes, como una bestia descontrolada; si se tiraba lo suficiente de las riendas hacia un lado, u otro, era posible dirigirla. Y a Uchiha Akame le gustaban las cosas que podía controlar. Le hacían sentirse a salvo, porque lo que puedes dominar jamás podrá vencerte.
Por eso mismo, cuando Datsue estalló en furibundas réplicas —exactamente como Akame pensaba que haría—, el jōnin se limitó a poner los ojos en blanco y aguantar el chaparrón con admirable estoicismo. Ya no sintió ganas de replicar, ni de liarse a ostias con él, ni nada parecido. Todo cuanto su Hermano decía, le entraba por un oído y le salía por el otro.
¿Todo?
No, hubo algo, algo que llamó su atención. Algo inesperado, algo que no encajaba y que por tanto no debía estar ahí. Una variable inesperada en la ecuación de la ira de Datsue. Akame, como observador avezado que era, la advirtió al momento. Frunció el ceño con escepticismo y se cruzó de brazos.
—¿Ah, sí? —inquirió el Uchiha—. ¿Y qué es eso que estás haciendo por mí?
Sin darse cuenta, ambos se habían detenido. Ahora eran dos figuras inmóviles en mitad de las solitarias Planicies del Silencio, sólo alteradas por las ráfagas de viento veraniego que hacían tintinear sus armas dentro de sus portaobjetos y les revolvían el pelo.
Por eso mismo, cuando Datsue estalló en furibundas réplicas —exactamente como Akame pensaba que haría—, el jōnin se limitó a poner los ojos en blanco y aguantar el chaparrón con admirable estoicismo. Ya no sintió ganas de replicar, ni de liarse a ostias con él, ni nada parecido. Todo cuanto su Hermano decía, le entraba por un oído y le salía por el otro.
¿Todo?
No, hubo algo, algo que llamó su atención. Algo inesperado, algo que no encajaba y que por tanto no debía estar ahí. Una variable inesperada en la ecuación de la ira de Datsue. Akame, como observador avezado que era, la advirtió al momento. Frunció el ceño con escepticismo y se cruzó de brazos.
—¿Ah, sí? —inquirió el Uchiha—. ¿Y qué es eso que estás haciendo por mí?
Sin darse cuenta, ambos se habían detenido. Ahora eran dos figuras inmóviles en mitad de las solitarias Planicies del Silencio, sólo alteradas por las ráfagas de viento veraniego que hacían tintinear sus armas dentro de sus portaobjetos y les revolvían el pelo.