21/11/2018, 17:56
Datsue le dio su espacio, sin saber qué hacer. El Uchiha podía ser muchas cosas, tener una gran labia y un enorme poder de convicción, pero consolar no era algo que se le diese bien. Ni tampoco saber qué hacer en esos momentos. La mayoría de las veces, como aquella, simplemente se quedaba callado.
Akame tampoco era de los que ponían fáciles las cosas. Al contrario que su Hermano, que exteriorizaba cada emoción como un libro abierto, él se encerraba en sí mismo. No se dejaba llevar por la cólera, ni se ponía a chillar o lanzar acusaciones para desahogarse. Simplemente se lo guardaba todo dentro, absorbiendo y absorbiendo como una esponja infinita. Un día iba a estallar, y ese día esperaba estar muy lejos.
El solo amago de que sucediese en aquel momento, al soltar un rugido de frustración tras patear el suelo, le puso la piel de gallina.
—Vámonos, compadre. —Y ahí estaba de nuevo, cortando las emociones que fluían por su cuerpo y metiéndolas a empujones de nuevo bajo su coraza.
No supo si decirle que era bueno desahogarse. Que dejar escapar toda la rabia y el llanto te limpiaban por dentro. Al menos, por unas horas.
Al final, como siempre, optó por callar.
Estaban en la entrada de una cueva que habían hallado antes de oscurecer. Junto al fuego, en aquella ocasión sin carne que cocinar. No habían tenido suerte con la caza, y habían tenido que tirar de los bocadillos que habían comprado en la última posada.
Era una bonita noche, sin luna, pero de un cielo estrellado. En ocasiones, el Uchiha se olvidaba de lo bello que a veces podía ser el mundo.
—¿Sabes? Dicen que en las montañas del norte, en cierta época del año, el cielo se cubre por una especie de ondas verdes, rosas o púrpuras. Aurora boreal, creo que le llaman. —Y todo el mundo que decía haberlas visto aseguraba que era un espectáculo que merecía presenciar al menos una vez en la vida—. Y hablando de lo místico —parecía que había hecho una mera introducción para poder soltarlo, pero realmente se había acordado por ello—, nunca me contaste qué hacía tu otro Mangekyō.
Akame tampoco era de los que ponían fáciles las cosas. Al contrario que su Hermano, que exteriorizaba cada emoción como un libro abierto, él se encerraba en sí mismo. No se dejaba llevar por la cólera, ni se ponía a chillar o lanzar acusaciones para desahogarse. Simplemente se lo guardaba todo dentro, absorbiendo y absorbiendo como una esponja infinita. Un día iba a estallar, y ese día esperaba estar muy lejos.
El solo amago de que sucediese en aquel momento, al soltar un rugido de frustración tras patear el suelo, le puso la piel de gallina.
—Vámonos, compadre. —Y ahí estaba de nuevo, cortando las emociones que fluían por su cuerpo y metiéndolas a empujones de nuevo bajo su coraza.
No supo si decirle que era bueno desahogarse. Que dejar escapar toda la rabia y el llanto te limpiaban por dentro. Al menos, por unas horas.
Al final, como siempre, optó por callar.
• • •
Estaban en la entrada de una cueva que habían hallado antes de oscurecer. Junto al fuego, en aquella ocasión sin carne que cocinar. No habían tenido suerte con la caza, y habían tenido que tirar de los bocadillos que habían comprado en la última posada.
Era una bonita noche, sin luna, pero de un cielo estrellado. En ocasiones, el Uchiha se olvidaba de lo bello que a veces podía ser el mundo.
—¿Sabes? Dicen que en las montañas del norte, en cierta época del año, el cielo se cubre por una especie de ondas verdes, rosas o púrpuras. Aurora boreal, creo que le llaman. —Y todo el mundo que decía haberlas visto aseguraba que era un espectáculo que merecía presenciar al menos una vez en la vida—. Y hablando de lo místico —parecía que había hecho una mera introducción para poder soltarlo, pero realmente se había acordado por ello—, nunca me contaste qué hacía tu otro Mangekyō.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado