2/12/2018, 15:46
Otohime esbozó una pequeña sonrisa.
—¿Piensas que vivimos como bárbaros? —preguntó, medio en broma—. No te culpo, siendo tu único contacto Shaneji. —Le hizo un gesto con la mano para que se levantase y la acompañase.
Caminaron entre las estalagmitas, dejando atrás a Ryū y Muñeca, y Kaido pudo darse cuenta que algunos de los potentes focos que iluminaban la cueva estaban fundidos o con la batería hidroeléctrica gastada. Se alejaron del lago, adentrándose todavía más en las profundidades de la guarida, y las paredes fueron estrechándose hasta formar un pasillo de unos seis metros de ancho. Y alto, tan alto como los edificios de Amegakure.
El pasillo volvió a abrirse, y llegaron a una zona pequeña comparada con la anterior, circular, y repleta de estalactitas color ocre. Kaido contó ocho entradas a su alrededor —sin contar el pasillo por el que había venido—, y tomaron la segunda a la derecha.
Esta vez, el pasillo fue estrechándose todavía más, y perdiendo altura. Las estalactitas y estalagmitas desaparecieron del paisaje, quedando solo las peculiares formas rocosas que eran las paredes, iluminadas por bombillas aquí y allá, y dos tubos de neón color carmesí que recorrían cada borde del suelo.
Tardaron unos minutos en llegar al final, coronado por una enorme puerta de madera color rojo. Era robusta, y se notaba que era antigua. Tallado en la superficie, el dibujo un gran dragón dándoles la bienvenida, de frente y con las fauces abiertas. Otohime agarró una de sus garras —que servía de pomo—, y la abrió.
—Esta era la habitación de Katame —le informó, adentrándose en ella.
Era una habitación bastante amplia, con una cama circular en el centro, de mantas rojas y almohadas blancas. Había varios muebles para la ropa, percheros —no para las chaquetas, sino las espadas—, y una mesa de escritorio, con pluma y tintero sobre ella. También una estantería colgante donde poder colocar libros o pequeños objetos.
Parecía que alguien le había pegado una rápida limpieza, porque no había pertenencia alguna de Katame.
—Las luces se apagan manualmente una a una —le indicó. No poseían un cableado para hacerlo a la vez—. Y antes de acostarte bébete una de esas —señaló una de las dos botellas de agua que había sobre la mesita de noche—. Necesitas hidratarte bien. Te quedarás dormido por al menos una semana. —Eso si llegaba a despertar siquiera—. Hasta entonces.
Y, con aquella despedida, Otohime cerró la puerta tras de sí y se fue.
—¿Piensas que vivimos como bárbaros? —preguntó, medio en broma—. No te culpo, siendo tu único contacto Shaneji. —Le hizo un gesto con la mano para que se levantase y la acompañase.
Caminaron entre las estalagmitas, dejando atrás a Ryū y Muñeca, y Kaido pudo darse cuenta que algunos de los potentes focos que iluminaban la cueva estaban fundidos o con la batería hidroeléctrica gastada. Se alejaron del lago, adentrándose todavía más en las profundidades de la guarida, y las paredes fueron estrechándose hasta formar un pasillo de unos seis metros de ancho. Y alto, tan alto como los edificios de Amegakure.
El pasillo volvió a abrirse, y llegaron a una zona pequeña comparada con la anterior, circular, y repleta de estalactitas color ocre. Kaido contó ocho entradas a su alrededor —sin contar el pasillo por el que había venido—, y tomaron la segunda a la derecha.
Esta vez, el pasillo fue estrechándose todavía más, y perdiendo altura. Las estalactitas y estalagmitas desaparecieron del paisaje, quedando solo las peculiares formas rocosas que eran las paredes, iluminadas por bombillas aquí y allá, y dos tubos de neón color carmesí que recorrían cada borde del suelo.
Tardaron unos minutos en llegar al final, coronado por una enorme puerta de madera color rojo. Era robusta, y se notaba que era antigua. Tallado en la superficie, el dibujo un gran dragón dándoles la bienvenida, de frente y con las fauces abiertas. Otohime agarró una de sus garras —que servía de pomo—, y la abrió.
—Esta era la habitación de Katame —le informó, adentrándose en ella.
Era una habitación bastante amplia, con una cama circular en el centro, de mantas rojas y almohadas blancas. Había varios muebles para la ropa, percheros —no para las chaquetas, sino las espadas—, y una mesa de escritorio, con pluma y tintero sobre ella. También una estantería colgante donde poder colocar libros o pequeños objetos.
Parecía que alguien le había pegado una rápida limpieza, porque no había pertenencia alguna de Katame.
—Las luces se apagan manualmente una a una —le indicó. No poseían un cableado para hacerlo a la vez—. Y antes de acostarte bébete una de esas —señaló una de las dos botellas de agua que había sobre la mesita de noche—. Necesitas hidratarte bien. Te quedarás dormido por al menos una semana. —Eso si llegaba a despertar siquiera—. Hasta entonces.
Y, con aquella despedida, Otohime cerró la puerta tras de sí y se fue.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado