19/12/2018, 14:18
—Aún así, ¿quieres algo? ¿Un chocolate caliente? ¿Café? —sugirió Daruu, mientras cogía una taza para sí mismo y comenzaba a prepararse un chocolate caliente.
Pero Kōri se le había quedado mirando fijamente, con sus ojos de hielo clavados en la nuca del chico.
—Un chocolate. Del tiempo. Por favor —especificó. A aquellas alturas, después de tanto tiempo conociéndose, Daruu ya debía de saber que Kōri repudiaba cualquier tipo de comida o bebida que estuviera caliente.
—Parecía tener un recurso ilimtado de chakra —respondió Daruu, a colación de la pregunta sobre el Bijū—. No importa lo que hiciese, siempre podía ejecutar otra técnica para anularlo. Por lo demás, usaba las técnicas de Ayame... y también sus tácticas. Aprendió cómo luchar como un ninja desde dentro, por lo visto.
Kōri tardó algunos segundos en responder. Había bajado la mirada, con aire pensativo y sombrío.
—Ha tenido tiempo de estudiarnos, desde el interior de Ayame —comentó en voz baja—. Y ya vimos lo terrible que puede ser, tanto en el lago de Kirigakure, como durante aquella misión, cuando Ayame perdió el control —añadió, haciendo referencia a la misión en la que los tres habían quedado encerrados dentro de un libro—. Pero hay algo que no me cuadra... Es una bestia compuesta por una ingente cantidad de chakra, un monstruo despiadado capaz de destruir ciudades enteras a su paso según cuentan las leyendas. Pero eso no fue lo que me pareció cuando vimos al Gobi allí, en el País del Agua. Se había ido a la otra punta del mundo, como si no quisiera ser descubierto por nadie, como si se estuviera escondiendo. Los monstruos de los que hablan las historias habrían buscado venganza, habrían venido a cualquiera de las aldeas shinobi a reducirlas a cenizas. ¿Por qué el Gobi no lo hizo? Ni siquiera encontramos un reguero de muertes en su trayecto, parecía que había ido viajando sin más, de forma... ¿pacífica?
Pero Kōri se le había quedado mirando fijamente, con sus ojos de hielo clavados en la nuca del chico.
—Un chocolate. Del tiempo. Por favor —especificó. A aquellas alturas, después de tanto tiempo conociéndose, Daruu ya debía de saber que Kōri repudiaba cualquier tipo de comida o bebida que estuviera caliente.
—Parecía tener un recurso ilimtado de chakra —respondió Daruu, a colación de la pregunta sobre el Bijū—. No importa lo que hiciese, siempre podía ejecutar otra técnica para anularlo. Por lo demás, usaba las técnicas de Ayame... y también sus tácticas. Aprendió cómo luchar como un ninja desde dentro, por lo visto.
Kōri tardó algunos segundos en responder. Había bajado la mirada, con aire pensativo y sombrío.
—Ha tenido tiempo de estudiarnos, desde el interior de Ayame —comentó en voz baja—. Y ya vimos lo terrible que puede ser, tanto en el lago de Kirigakure, como durante aquella misión, cuando Ayame perdió el control —añadió, haciendo referencia a la misión en la que los tres habían quedado encerrados dentro de un libro—. Pero hay algo que no me cuadra... Es una bestia compuesta por una ingente cantidad de chakra, un monstruo despiadado capaz de destruir ciudades enteras a su paso según cuentan las leyendas. Pero eso no fue lo que me pareció cuando vimos al Gobi allí, en el País del Agua. Se había ido a la otra punta del mundo, como si no quisiera ser descubierto por nadie, como si se estuviera escondiendo. Los monstruos de los que hablan las historias habrían buscado venganza, habrían venido a cualquiera de las aldeas shinobi a reducirlas a cenizas. ¿Por qué el Gobi no lo hizo? Ni siquiera encontramos un reguero de muertes en su trayecto, parecía que había ido viajando sin más, de forma... ¿pacífica?