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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Volveremos a Amegakure cuando disponga del chakra suficiente para hacerlo —replicó Daruu, también sobresaltado ante la ira de Aotsuki Zetsuo. Tal fue el susto que se llevó que dio un salto hacia atrás y terminó aterrizando sobre el agua—. Y Zetsuo. Deberías calmarte un poco. La ira no será lo que nos devuelva a Ayame.

—¡¿CALMARME, AMEDAMA?! ¡¿QUIÉN COJONES TE CREES QUE ERES PARA DARME ÓRDENES?! —rugió.

En aquellos instantes, la ira de Zetsuo poco tenía que envidiar a la ira de un bijuu. Pero Daruu se dio la vuelta y se alejó hacia la orilla del lago, y el médico se volvió hacia Kiroe:

—Zetsuo, por favor...

—¿Y QUÉ HAY DE TI? Tú también conoces la técnica, ¡¿no?! ¡¡¿¿O es que también te has quedado sin chakra??!!

—Padre, por favor, basta. La situación es muy difícil para todos, pero esto no nos va a ayudar a recuperar a Ayame. Debemos mantenernos unidos y mantener la cabeza fría, como tú me enseñaste.

Zetsuo resopló y les dio la espalda a todos. Malhumorado se sentó en el suelo frente al Gobi.
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Kiroe se levantó y se dio la vuelta lentamente. Comenzó a caminar en dirección a donde había ido su hijo.

Las marcas son personales, Zetsuo. Creo que ya lo sabes, o es que te has perdido tanto en ese orgullo tuyo que te has vuelto tremendamente estúpido —espetó, sin ningún tipo de tacto—. Estás avergonzando a un ninja con tu experiencia. Tranquilízate primero, y luego, volvemos. O cuando hables con Yui podrías perder más que tu orgullo.


· · ·


Daruu dejó marcado uno de los árboles de un pequeño grupo semi-forestal cercano a la orilla del lago con una de sus insignias sangrientas. «Esta técnica ha servido para salvar a Ayame. Más vale que deje todas las marcas que pueda, nunca se sabe cuándo pueden ser un recurso útil.»

Kiroe le acompañó un minuto después. Sin mediar palabra alguna, ella dejó su propia marca y se apoyó en un árbol, cruzándose de brazos.

Se cree más de lo que es. Como si fuera él el mismísimo Señor Feudal de la Tormenta.

¡Ja! Apuesto a que si pudiera tomaría el cargo gustosamente. Es... un buen hombre. Pero demasiado temperamental, sobretodo cuando se trata de su familia.

Daruu observó a Zetsuo, que, en silencio, yacía sentado frente al cuerpo de Kokuo.

Bijuus en cuerpos humanos. Organizándose y rebelándose contra los ninjas. Cosa de locos.

Odio tener que admitirlo, Daruu —dijo—. ¿Pero crees que alguien en la villa sería capaz de... devolverla a la normalidad?

Si no lo hay... Habrá que buscarlo —constató Daruu—. Donde sea. En cualquier parte de Oonindo.

¿Sabes que es...?

En cualquier parte. —Daruu echó a caminar de nuevo hacia los demás—. Vamos. Voy a intentar transportarnos.


· · ·


¡FSUSUSUSUSUMM!!


Apenas cabían en la habitación de Daruu, en Amegakure. El muchacho cayó de rodillas, totalmente exhausto, y jadeó trabajosamente. Sintió la vista nublarse, pero sonrió con satisfacción. El aterrizaje había sido casi perfecto. Con tantas personas...

Bien. Kori y Daruu, os quedáis en la Pastelería hasta que volvamos. O aquí en casa. Llevamos varios días desaparecidos y nos estarán buscando, lo último que queremos es que os pase algo.

¡Pero no es justo!

Cállate y obedece. Es una orden —escupió Kiroe, y se echó a Kokuo al hombro—. Vamos, Zetsuo, tenemos algunas explicaciones que dar.
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Zetsuo no respondió a la última provocación de Kiroe. Se mantuvo estático, sentado frente al Gobi con los ojos entrecerrados y clavados en el Bijū y con su mente perdida en pensamientos que sólo él conocía. La mujer se alejó en la misma dirección que Daruu y Kōri, a las espaldas de su padre, dejó escapar el aire por la nariz. Pocos segundos después siguió la estela de los dos Amedama.

El agua siseaba de frío bajo las suelas del joven que las atravesaba con sus ojos es escarcha fijos en las pequeñas ondulaciones que se producían bajo sus pies. Abajo, mucho más abajo, se intuían ciertas formas oscuras con un cierto patrón que le ponía el vello de punta al pensar en la ciudad que una vez se alzó allí, seguramente tan orgullosa como la mismísima Amegakure. Pero ya no quedaba nada de la esplendorosa Kirigakure, sólo unas ruinas ahogadas en el fondo de un lago neblinoso. Y pensar que la misma historia podía repetirse ahora con las tres aldeas... El Hielo alejó aquellos funestos pensamientos de su mente, los congeló como estaba congelando el innegable hecho de que su hermana pequeña estaba siendo poseída por un monstruo constituido por chakra que la había encerrado dentro de su propio cuerpo, y saltó a la orilla cerca de Daruu y Kiroe, que conversaban entre sí sobre lo sucedido.

—Disculpadle —pidió, tan falto de emoción como siempre, pero con una humilde inclinación de cabeza—. Esta situación es muy difícil para todos, pero... padre no soportaría perder a otro miembro de la familia —explicó de forma escueta, y su mente irremediablemente retrocedió muchos años atrás: con él siendo apenas un crío esperando en un pasillo oscuro apenas iluminado por unas pocas bombillas y sosteniendo el pequeño cuerpecito recién nacido de Ayame envuelto en mantas y con Zetsuo saliendo de la habitación del hospital con la mirada perdida y las manos manchadas de sangre—. Sé que su forma de actuar no es la correcta —añadió, antes de que pudieran reprocharle nada—. Pero lo que le mueve ahora no es el orgullo, es el miedo.

De hecho, cuando regresaron hasta donde se encontraba el hombre, todos pudieron apreciar un violento cambio en su actitud. No se disculpó ni dio explicaciones, pero se mantuvo sumido en un apacible silencio mientras Daruu hacía los preparativos para el teletransporte.

Y, de un momento a otro, estaban de nuevo en Amegakure. Pese a la ingente cantidad de personas y la distancia que los separaba, Daruu había conseguido transportarlos a todos sin mayores consecuencias que una inevitable fatiga que le hizo caer al suelo de rodillas entre incontrolables resuellos.

—Bien. Kōri y Daruu, os quedáis en la Pastelería hasta que volvamos —indicó Kiroe—. O aquí en casa. Llevamos varios días desaparecidos y nos estarán buscando, lo último que queremos es que os pase algo.

—¡Pero no es justo! —protestó Daruu, pero Kiroe le calló de inmediato:

—Cállate y obedece. Es una orden —escupió Kiroe, y se echó a Kokuo al hombro—. Vamos, Zetsuo, tenemos algunas explicaciones que dar.

—Espera, Kiroe —gruñó Zetsuo, quitándose la túnica que había estado vistiendo. Se acercó a Kokuō y se la echó por encima, tapando su cabeza con la capucha—. Lo último que queremos es que vean así a Ayame por la calle y que se esparzan rumores innecesarios... o que cunda el pánico. Kōri, mantén el comunicador encendido, por lo que pudiera pasar.

No. No se fiaba de lo que pudiera ocurrir en el despacho de Amekoro Yui. Aquella mujer era tan explosiva y tan inmediata como la misma tormenta, no podían prever qué podía ocurrir.

Con los preparativos hechos, Zetsuo se dirigió a la puerta de la habitación de Daruu y dejó que Kiroe, con su hija maniatada sobre el hombro y aún inconsciente, pasara primero. Después se dispuso a salir, pero antes de dar un paso fuera del umbral de la puerta se detuvo en seco y giró ligeramente la cabeza, aunque sus ojos no eran visibles desde la posición de los dos jóvenes.

—Am... Daruu, gracias. Y buen trabajo.

Se marchó y cerró la puerta tras de sí, dejando a los dos jóvenes a solas.

Había llegado la hora de enfrentarse al ojo de la tormenta.
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Kiroe asintió y ayudó a Zetsuo a cubrir bien la figura de Ayame. Si los amejin veían a su jinchuuriki por la aldea con una apariencia totalmente diferente, después de los rumores que ya corrían sobre su desaparición, no les auguraría nada bueno.

Dejándolos plantados, con un Daruu de brazos cruzados y molesto, los dos adultos abandonaron la habitación. No obstante, antes de despedirse, Zetsuo se despidió de Daruu redimiento toda la espuma escupida en momentos anteriores.

Zetsuo cerró la puerta, y Daruu sintió un extraño calor en el pecho.

«Psché, como si me importase tu reconocimiento», pensó Daruu con una media sonrisa triste.

¿Y ahora, qué? —dijo en voz alta, tanto para Kori-sensei como para sí mismo—. Estoy francamente asustado, sensei.
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Kōri había estado ocupado asegurando que su comunicador estuviera a punto. Después de encenderlo y fijar la frecuencia de emisión, volvió a colocárselo en el oído izquierdo justo en el momento en el que Daruu decidía hablar.

—¿Y ahora, qué? Estoy francamente asustado, sensei.

El Hielo suspiró, expulsando el aire por la nariz.

—Ahora no nos queda más remedio que esperar, Daruu-kun —habló, con sus iris clavados en la puerta que se acababa de cerrar. Calló durante algunos segundos, con los labios apretados y entonces añadió algo más—: Si te soy sincero, yo también tengo miedo.

No era algo que quisiera admitir en voz alta para alimentar su terror, pero no era ningún secreto que la relación de Ayame con la Arashikage no era la más idílica del mundo. La muchacha ya la había sacado de sus casillas con su ingenua curiosidad en varias ocasiones, y eso sumado a los líos en los que se había visto envuelta con Uchiha Datsue y al hecho de que ya había perdido varias veces el control... Por no hablar de que los cuatro habían decidido actuar por su propia cuenta y riesgo a la hora de ir a buscar y rescatarla, sin haber contado previamente con su beneplácito. Por mucho que en aquella ocasión no hubiese tenido ella la culpa, dudaba que Amekoro Yui fuera a recibir aquella noticia con demasiada alegría.

—Bajemos a la pastelería —sugirió Kōri, dirigiéndose a la puerta. Con la tensión del momento, se asfixiaba en un espacio tan pequeño como era la habitación de su pupilo.
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Daruu miró a Kori y le dedicó una tímida sonrisa. Sí, eran tiempos del miedo. Ya no sólo por Yui, sino por el futuro que auguraba a Ayame. Si el sello había sido manipulado para que el Gobi tomase el control, ¿cuál era la forma de devolverlo al estado habitual? El cambio lo había hecho un bijuu. ¿Había alguien en Oonindo siquiera que fuese capaz de replicar el movimiento a la inversa?

—Bajemos a la pastelería.

Daruu asintió, y abrió la puerta, ofreciendo a Kori salir. Antes de salir él, se mordió la yema del dedo pulgar y dibujó una marca de sangre en la puerta, para reestablecer la que habían utilizado al volver del País del Agua.

Ya abajo, Daruu se agazapó un momento detrás de la barra y activó un interruptor, que encendió las luces del local.

Lo siento, sensei. No creo que me de tiempo a prepararte unos bollos de vainilla. —Sonrió, cómplice.
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Daruu accedió y, después de salir de su habitación, ambos bajaron las escaleras que habrían de conducirlos al piso inferior, a la Pastelería de Kiroe-chan. Se notaba que llevaba varios días cerrada, tantos como había durado su peculiar aventura: las persianas estaban echadas, las sillas recogidas sobre las mesas y el ambiente estaba cargado, húmedo y frío. El muchacho se agachó tras el mostrador y encendió las luces, que titilaron brevemente antes de terminar de iluminar el local.

—Lo siento, sensei. No creo que me de tiempo a prepararte unos bollos de vainilla —se excusó, y un triste destello decepcionado cruzó los iris de Kōri.

—No importa —dijo, sin embargo. Tomó asiento en una de las banquetas que se encontraban frente al mostrador y entrelazó los dedos de ambas manos. Se mantuvo durante algunos segundos en silencio, pensativo. Pero no tardó demasiado en alzar la cabeza y clavar la mirada de sus ojos en los de Daruu y expresar lo que rondaba por su cabeza—. El Bijū... ¿Cómo fue... lo de luchar contra él?
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Aún así, ¿quieres algo? ¿Un chocolate caliente? ¿Café? —mencionó Daruu, mientras se preparaba su propio chocolate caliente. La Pastelería de Kiroe-chan llevaba días cerrada. Normalmente, entre el calor de los hornos, las bebidas calientes y la multitud, allí dentro se estaba bien sin necesidad de calefacción. Pero ahora hacía frío.

Y más con Kori dentro, aunque a él, por supuesto, nunca le importaría.

—El Bijuu... ¿Cómo fue... lo de luchar contra él?

Daruu suspiró.

Parecía tener un recurso ilimtado de chakra —dijo Daruu—. No importa lo que hiciese, siempre podía ejecutar otra técnica para anularlo. Por lo demás, usaba las técnicas de Ayame... y también sus tácticas.

»Aprendió cómo luchar como un ninja desde dentro, por lo visto.
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—Aún así, ¿quieres algo? ¿Un chocolate caliente? ¿Café? —sugirió Daruu, mientras cogía una taza para sí mismo y comenzaba a prepararse un chocolate caliente.

Pero Kōri se le había quedado mirando fijamente, con sus ojos de hielo clavados en la nuca del chico.

—Un chocolate. Del tiempo. Por favor —especificó. A aquellas alturas, después de tanto tiempo conociéndose, Daruu ya debía de saber que Kōri repudiaba cualquier tipo de comida o bebida que estuviera caliente.

—Parecía tener un recurso ilimtado de chakra —respondió Daruu, a colación de la pregunta sobre el Bijū—. No importa lo que hiciese, siempre podía ejecutar otra técnica para anularlo. Por lo demás, usaba las técnicas de Ayame... y también sus tácticas. Aprendió cómo luchar como un ninja desde dentro, por lo visto.

Kōri tardó algunos segundos en responder. Había bajado la mirada, con aire pensativo y sombrío.

—Ha tenido tiempo de estudiarnos, desde el interior de Ayame —comentó en voz baja—. Y ya vimos lo terrible que puede ser, tanto en el lago de Kirigakure, como durante aquella misión, cuando Ayame perdió el control —añadió, haciendo referencia a la misión en la que los tres habían quedado encerrados dentro de un libro—. Pero hay algo que no me cuadra... Es una bestia compuesta por una ingente cantidad de chakra, un monstruo despiadado capaz de destruir ciudades enteras a su paso según cuentan las leyendas. Pero eso no fue lo que me pareció cuando vimos al Gobi allí, en el País del Agua. Se había ido a la otra punta del mundo, como si no quisiera ser descubierto por nadie, como si se estuviera escondiendo. Los monstruos de los que hablan las historias habrían buscado venganza, habrían venido a cualquiera de las aldeas shinobi a reducirlas a cenizas. ¿Por qué el Gobi no lo hizo? Ni siquiera encontramos un reguero de muertes en su trayecto, parecía que había ido viajando sin más, de forma... ¿pacífica?
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Daruu no contestó de inmediato. La mirada perdida en las bebidas que preparaba, meditaba seriamente sobre las palabras de Kori-sensei. No fue hasta que colocó los dos vasos frente a el Hielo y se sentó junto a él cuando respondió:

A mi me dio la sensación de que el monstruo que tanto nos han enseñado a temer no es menos humano que cualquiera de nosotros —sostuvo Daruu—. Por lo poco que pude conversar con ella, sí que quería huir, que la dejaran en paz. No quería ser apresada de nuevo. Sí, cualquiera haría eso en su lugar. No obstante —añadió, levantando el dedo índice—, uno tiene que ser consciente de sus crímenes, aún siendo humano, y responder ante ellos. Si la masacre de la Ciudad Fantasma fue en defensa propia, lo mismo se puede decir de una guerra. El rencor es mutuo.

»Va de víctima, pintando a los humanos del origen de todos los males, pregonando que no se puede confiar en nosotros. Si ella es tan parecida a los humanos en mente y alma, ¿por qué no se incluye? Los humanos, muchas veces, tampoco demuestran humanidad con otros humanos. Llegamos a llamar a muchos humanos 'monstruos'.


Dio un sorbo de su vaso de chocolate.

»Por lo que a mi respecta, me da absolutamente igual lo que quisiera hacer. Si no hubiera estado poseyendo el cuerpo de Ayame, la habría dejado marchar. No parecía estar del bando del Kyuu... de ese tal Kurama.

»Pero es Ayame la que está en peligro. Y si necesita acabar con Ayame para tener su libertad, por mi, que se pudra en los barrotes del sello para toda la puta eternidad.
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Daruu también se tomó su tiempo para responder, mientras preparaba las bebidas. No era para menos. Estaban tratando con un tema delicado, terriblemente delicado. Tan delicado como una bomba a punto de estallar. Era cuestión de tocar el cable equivocado y...

—A mi me dio la sensación de que el monstruo que tanto nos han enseñado a temer no es menos humano que cualquiera de nosotros —sostuvo Daruu, colocando los dos vasos frente a ambos y tomando asiento junto a Kōri, que le escuchaba mirándole con gélida fijeza—. Por lo poco que pude conversar con ella, sí que quería huir, que la dejaran en paz. No quería ser apresada de nuevo. Sí, cualquiera haría eso en su lugar. No obstante —añadió, levantando el dedo índice—, uno tiene que ser consciente de sus crímenes, aún siendo humano, y responder ante ellos. Si la masacre de la Ciudad Fantasma fue en defensa propia, lo mismo se puede decir de una guerra. El rencor es mutuo.

»Va de víctima, pintando a los humanos del origen de todos los males, pregonando que no se puede confiar en nosotros. Si ella es tan parecida a los humanos en mente y alma, ¿por qué no se incluye? Los humanos, muchas veces, tampoco demuestran humanidad con otros humanos. Llegamos a llamar a muchos humanos 'monstruos'.


Daruu dio un sorbo a su chocolate, y Kōri aprovechó aquella pausa para intervenir:

—Humano... No sería extraño, según las leyendas los Bijū fueron creados por un humano después de todo —meditó, dándole un sorbo a su chocolate para después relamerse los labios—. Pero aunque tengan tintes de humanidad, no pueden ser humanos. Y parece ser que ellos mismos reniegan de serlo. ¿Podrían considerarse... otra especie inteligente aparte?

Kōri inspiró hondo por la nariz, llenándose del olor dulzón de la pastelería.

—Padre nos habló hace mucho tiempo sobre ello. Sobre cómo las Cinco Grandes Aldeas utilizaron a los Bijū para combatir entre ellas. Después, las Bestias se revelaron y las arrasaron... tal y como hemos visto en el Lago de Kirigakure. Cuando escuché la historia sólo pude pensar en ellos como monstruos sedientos de sangre, pero ahora, después de escuchar hablar al Gobi y comprobar el rencor que le tienen a los seres humanos, no puedo evitar preguntarme si no se sentirían esclavizados por nosotros.

—Por lo que a mi respecta, me da absolutamente igual lo que quisiera hacer. Si no hubiera estado poseyendo el cuerpo de Ayame, la habría dejado marchar. No parecía estar del bando del Kyuu... de ese tal Kurama. Pero es Ayame la que está en peligro. Y si necesita acabar con Ayame para tener su libertad, por mi, que se pudra en los barrotes del sello para toda la puta eternidad.

Kōri entrecerró ligeramente los ojos.

—Eso también me escama —respondió, volviéndose para mirar a Daruu con el ceño fruncido—. Podría haberlo hecho. Está controlando el cuerpo de Ayame, podría haberla matado y ella haber sido libre. Y no lo ha hecho. ¿Por qué?
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Daruu clavó la mirada fijamente en el brevaje mientras su sensei atacaba con otra pregunta. La levantó y la dirigió hacia aquellos ojos azules como un carámbano de hielo en las montañas.

Dime una cosa —comenzó—: si tu objetivo fuera apartarte de todo el mundo y ser libre, ¿cómo te sería más fácil? ¿Con un cuerpo gigantesco, reconocido por todos como una calamidad que debe ser encerrada o aniquilada?

El muchacho movió la cuchara en el vaso, pensativo.

»¿O quizás en el cuerpo de una adolescente humana cualquiera? Pequeño, ágil, escurridizo. Con manos para hacer sellos y ejecutar técnicas de todo tipo. Con un cuerpo que puede deshacerse en agua y esconderse con facilidad de otros humanos.

El Kage Bunshin, el Sunshin no Jutsu y el Kawarimi no Jutsu son recursos muy útiles de los que dudo muchísimo que disponga un bijuu de varias toneladas de peso y decenas de metros de altura, ¿no crees?
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Daruu le devolvió una mirada cargada de intensidad.

—Dime una cosa: si tu objetivo fuera apartarte de todo el mundo y ser libre, ¿cómo te sería más fácil? ¿Con un cuerpo gigantesco, reconocido por todos como una calamidad que debe ser encerrada o aniquilada? —El chico movió la cucharilla dentro de su vaso—. ¿O quizás en el cuerpo de una adolescente humana cualquiera? Pequeño, ágil, escurridizo. Con manos para hacer sellos y ejecutar técnicas de todo tipo. Con un cuerpo que puede deshacerse en agua y esconderse con facilidad de otros humanos. El Kage Bunshin, el Sunshin no Jutsu y el Kawarimi no Jutsu son recursos muy útiles de los que dudo muchísimo que disponga un bijuu de varias toneladas de peso y decenas de metros de altura, ¿no crees?

—No, pero sí de bombas y láseres supersónicos capaces de desintegrar estadios y ciudades enteras. No parece algo contra lo que se pueda luchar así como así —rebatió Kōri, que se le había puesto el vello de punta al recordar la sensación que había tenido cuando el Gobi les estaba amenzando directamente con una de aquellas bombas de destrucción masiva. La valiente intervención de Ayame les había salvado a todos aquel día... pero ella seguía encerrada dentro de sí misma. Y ni siquiera tenían la certeza de que pudieran revertir su estado—. Pero tienes razón: con un cuerpo tan grande y su identidad al descubierto llamaría demasiado la atención. Tarde o temprano las hormigas trabajarían unidas para derrotar al gigante.

»Creo que esto es algo que deberían conocer la otras aldeas, sobre todo Uzushiogakure
—añadió, terriblemente sombrío—. Con un bijuu liberando a sus congéneres, los Jinchūriki corren peligro. Y no lo estoy diciendo sólo por ellos, sino por lo que supondría tener a los bijuu merodeando libres por ahí de nuevo.
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Y, por mucho que Daruu odiase tener que adveritr a Uzushiogakure de un peligro que en primera instancia les concernía a ellos, no pudo evitar darle la razón a Kori-sensei. Asintió.

Es que al lado de lo del Nueve Colas buscando venganza, todo lo demás parece una gilipollez —dijo. Al fin y al cabo, les habían entrenado para ello. Habían aprendido que los bijuus eran un peligro—. Ja. En las clases de historia se nos dijo mil y una veces que el mayor error de las antiguas aldeas fue utilizar los bijuu como un arma de guerra.

Hizo una pausa.

»Pero no estábamos preparados para que uno de ellos decidiera atacarnos él mismo.
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—Es que al lado de lo del Nueve Colas buscando venganza, todo lo demás parece una gilipollez —respondió Daruu, antes de soltar una seca risotada—. Ja. En las clases de historia se nos dijo mil y una veces que el mayor error de las antiguas aldeas fue utilizar los bijuu como un arma de guerra. —Hizo una pausa—. Pero no estábamos preparados para que uno de ellos decidiera atacarnos él mismo.

Kōri volvió a darle un sorbo a su chocolate y se quedó mirando al frente, con un extraño brillo desangelado en sus iris.

—Aún no conocemos las intenciones del Nueve Colas; pero, desde luego, no creo que podamos contar con que todos los bijuu sean como el Gobi. Si sigue liberándolos, puede que el rencor que sienta le lleve a atacarnos directamente y no a huir como hizo ella.

Se le hacía extraño, sumamente extraño, hablar de los bijuu y de sus planes como si de enemigos corrientes e inteligentes se trataran. Después de haberlos contemplado como meras bestias sedientas de sangre, aquella nueva visión era un verdadero choque a la visión que se habían hecho como seres humanos. Pero si algo había aprendido Kōri a lo largo de su vida como shinobi, era el no subestimar a ningún adversario, por débil o por poco inteligente que pareciera.

Y aquella conversación le acababa de recordar algo.

—En el último momento, Ayame nos salvó a todos —habló, mirando directamente a Daruu de nuevo. El muchacho había estado inconsciente durante los últimos minutos, pero Kōri creía que era importante que lo supiera—. Volvió a resistirse al bijuu, y consiguió desviar la bijuudama que nos habría evaporizado a todos.
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