9/10/2015, 10:19
A Yarou se le comenzaban a acabar las ideas para mantener ocupado a su pupilo. Era bien sabido que cuando el Gyojin se aburría las probabilidades de que algo malo ocurriera eran bastante altas, por lo que había estado priorizando diversas actividades para que Kaido tuviese algo entre manos de lo que encargarse. Eso mantenía su mente ocupada y aunque dichas tareas le daban la libertad que tanto había buscado, el hecho de ser lo más cercano a una labor "oficial" le hacía comportarse acorde a lo esperado.
Para el tiburón era imposible quejarse. No es que le importase en lo absoluto cumplir con el objetivo impuesto por su tutor pero en el transcurso del mismo lograba hacer muchas cosas que siempre había querido. Una de ellas era viajar, conocer; mostrar su imagen allí a donde nadie podría imaginarse a un pez humano parlante. Ver las reacciones de la gente, comenzar a construir la leyenda alrededor de su persona. Semejante propósito ya le había llevado hasta el majestuoso valle del Fin, también un poco más allá del país del fuego a una ciudad llamada Taikarune y por supuesto, a cada rincón aledaño a las cercanías de su aldea.
Aunque aún quedaba una isla misteriosa que visitar pero se le había prohibido siquiera pensar en llevar su azulado trasero a ese lugar. En cambio, la encomienda era ahora hacia el país de la tierra. Notsuba era su destino.
Tardó quizás un día entero en adentrarse en el nuevo país. Y teniendo en cuenta que empezó su travesía durante la noche, ya para el siguiente amanecer se encontraba muy cerca de su imperioso destino. Salvo que, según el mapa; ya debía encontrarse dentro de Notsuba y lo cierto es que a su alrededor no había en lo absoluto algo parecido a una ciudad. En su lugar sólo podía ver una gran torre de madera de troncos zigzageantes que se abrían paso hacia el cielo como si de una escalera de peregrinación se tratara. Kaido desconocía la historia detrás de lo que para los lugareños era un monumento pero de cualquier forma veía en ella una oportunidad de saber donde se encontraba.
Así que subió y lo hizo en tiempo record, aunque llegó jadeando como perro de Inuzuka a la cima. Una vez allá arriba, se tiró en la gran plataforma y cerró los ojos, pensando en darse un par de minutos para recobrar el aire.
Antes de que pudiera levantarse ya el tiburón se había quedado dormido debido a las pocas energías restantes del largo viaje en el que se había embarcado.
Sin quererlo se había convertido en un blanco sencillo de eliminar, aunque por suerte no tenía enemigos —aún—. que quisiesen librase del molesto Gyojin. Y sin embargo, quien decidiese visitar la torre de Meditación ese día, en esa mañana, a esa hora exacta; se encontraría con un espécimen azul roncando a todo pulmón.
Para el tiburón era imposible quejarse. No es que le importase en lo absoluto cumplir con el objetivo impuesto por su tutor pero en el transcurso del mismo lograba hacer muchas cosas que siempre había querido. Una de ellas era viajar, conocer; mostrar su imagen allí a donde nadie podría imaginarse a un pez humano parlante. Ver las reacciones de la gente, comenzar a construir la leyenda alrededor de su persona. Semejante propósito ya le había llevado hasta el majestuoso valle del Fin, también un poco más allá del país del fuego a una ciudad llamada Taikarune y por supuesto, a cada rincón aledaño a las cercanías de su aldea.
Aunque aún quedaba una isla misteriosa que visitar pero se le había prohibido siquiera pensar en llevar su azulado trasero a ese lugar. En cambio, la encomienda era ahora hacia el país de la tierra. Notsuba era su destino.
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Tardó quizás un día entero en adentrarse en el nuevo país. Y teniendo en cuenta que empezó su travesía durante la noche, ya para el siguiente amanecer se encontraba muy cerca de su imperioso destino. Salvo que, según el mapa; ya debía encontrarse dentro de Notsuba y lo cierto es que a su alrededor no había en lo absoluto algo parecido a una ciudad. En su lugar sólo podía ver una gran torre de madera de troncos zigzageantes que se abrían paso hacia el cielo como si de una escalera de peregrinación se tratara. Kaido desconocía la historia detrás de lo que para los lugareños era un monumento pero de cualquier forma veía en ella una oportunidad de saber donde se encontraba.
Así que subió y lo hizo en tiempo record, aunque llegó jadeando como perro de Inuzuka a la cima. Una vez allá arriba, se tiró en la gran plataforma y cerró los ojos, pensando en darse un par de minutos para recobrar el aire.
Antes de que pudiera levantarse ya el tiburón se había quedado dormido debido a las pocas energías restantes del largo viaje en el que se había embarcado.
Sin quererlo se había convertido en un blanco sencillo de eliminar, aunque por suerte no tenía enemigos —aún—. que quisiesen librase del molesto Gyojin. Y sin embargo, quien decidiese visitar la torre de Meditación ese día, en esa mañana, a esa hora exacta; se encontraría con un espécimen azul roncando a todo pulmón.