5/01/2019, 01:27
Cuando la Pastelería de Kiroe-chan quedó en silencio y a oscuras, con la única compañía de su bautista, el local parecía pequeño, triste y opresivo. Las cafeterías eran lugares alegres, no como las tabernas, que aunque albergasen jolgorios también solían ser hombros de buen llorar. Kiroe cerró los puños unos segundos y se los miró. Abrió las palmas de sus manos y se preguntó qué habría podido hacer ella si hubiese sido algo más que una pastelera. Pastelera, así es como la llamaba Zetsuo. Así es como ella era feliz. ¿Lo era, realmente? Lo había sido, desde luego. ¿Pero lo era ahora mismo?
Cerró los puños y suspiró. Se acercó a la puerta, llaves en mano. Introdujo la llave en la cerradura y la giró lentamente. Reflexionó sobre su papel en todo aquello, en la enseñanza de Daruu, quien había demostrado aprender mucho de Kori y de Zetsuo; quizás incluso demasiado. Sí, porque también había aprendido orgullo. Zetsuo era demasiado orgulloso. Siempre lo había sido. Kiroe pensaba que era más líder que soldado raso, más apropiado para el alto mando que para ser jounin. Pero él era un médico y estaba dedicado a su familia. Servía a la aldea como mejor podía. ¿Estaba ella dedicada a su familia? ¿Estaba ella dedicada a su aldea?
No. Sí le debía lealtad. Pero le había fallado. Se había fallado a sí misma. A la promesa que hizo años atrás, cuando hundió la espada en el pecho de Hanaiko Danbaku. De su marido. Del amor de su vida. Se había dejado. Se había abandonado.
Cuando la llave dio el último giro, supo que estaba cerrando la puerta por tan sólo unos minutos.
Kiroe subió a casa, y mientras Daruu ocupaba el baño, rebuscó en el cajón de su mesita de noche. Cogió su bandana de Amegakure y su placa dorada de jounin, y salió de casa para ocuparse de su futuro.
Cerró los puños y suspiró. Se acercó a la puerta, llaves en mano. Introdujo la llave en la cerradura y la giró lentamente. Reflexionó sobre su papel en todo aquello, en la enseñanza de Daruu, quien había demostrado aprender mucho de Kori y de Zetsuo; quizás incluso demasiado. Sí, porque también había aprendido orgullo. Zetsuo era demasiado orgulloso. Siempre lo había sido. Kiroe pensaba que era más líder que soldado raso, más apropiado para el alto mando que para ser jounin. Pero él era un médico y estaba dedicado a su familia. Servía a la aldea como mejor podía. ¿Estaba ella dedicada a su familia? ¿Estaba ella dedicada a su aldea?
«¿¡Qué pasa, Kiroe!? ¿¡Qué porque te hayas retirado piensas que ya no me debes lealtad!?»
No. Sí le debía lealtad. Pero le había fallado. Se había fallado a sí misma. A la promesa que hizo años atrás, cuando hundió la espada en el pecho de Hanaiko Danbaku. De su marido. Del amor de su vida. Se había dejado. Se había abandonado.
Cuando la llave dio el último giro, supo que estaba cerrando la puerta por tan sólo unos minutos.
Kiroe subió a casa, y mientras Daruu ocupaba el baño, rebuscó en el cajón de su mesita de noche. Cogió su bandana de Amegakure y su placa dorada de jounin, y salió de casa para ocuparse de su futuro.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)