11/01/2019, 17:41
—Primero deberíamos ir a ver a Kajiya-san y luego ya vemos, pero no le digo que no a una barbacoa... Venga, no queda mucho.
Y tan poco que quedaba. A apenas unos metros se erigía un enorme edificio de piedra negra. Cada piedra que formaba parte de las paredes era rigurosamente rectangular, como si la hubiesen construido ayer. Si no fuera por el enorme cartel de hierro colgado sobre la puerta donde ponía "La Forja Incandescente" o por su tamaño increiblemente pequeño para albergar una forja, podría haber sido un palacio o un prostíbulo, por la calidad del material.
En cuanto a tamaño, desde fuera no parecía mucho más grande que un piso normal de Uzushiogakure y no parecía tener más de un piso de alto, pero algo de eso tenía que ser un engaño, porque era una forja de las que debían de tener encargos de grandes tesoros y espadas hechas de oro. ¿Cómo metías una forja así en un piso de Uzushiogakure? La puerta, que también era de hierro negro, tenía clavado torpemente un cartel que rezaba “Cerrado”. Parecía estar puesto con prisa y mala hostia. Antes de poder plantear todas mis dudas al respecto, una voz empezó a resonar de dentro de la forja.
— … a esperar más. Ya hace dos días que mandamos la petición a esos malditos ninjas. Si se creen que me voy a quedar aquí esperando mientras mi yerno y mi honor como herrero penden de un hilo van apañaos. ¡Esto con Shiona no pasaba!
— ... matarnos a disgustos? Primero Tanzō y ahora tú detrás de cabeza. No sé a tu hija, pero a mi algo me da. ¡Kaji! Por Shiona-sama te juro que como salgas por esa puerta, no vuelves a entrar.
— No voy a entrar a mi forja porque tú lo digas, mujer.
— Haz lo que te dé la gana con tu puta forja, pero cojo a la niña y nos vamos, eso te lo aseguro. No voy a permitir que pierda a su marido y a su padre por una estúpida espada de algún niño pijo.
— Te he dicho mil veces que ni es una espada ni es para un niño pijo.
— ¿Eso es lo que te importa de todo lo que te he dicho?
— ¡Claro que no! Pero ¿qué quieres que haga? ¿Quedarme sin hacer nada?
— ¡Claro que sí! ¡Quedarte con nosotras, idiota! Deja que los ninjas que vengan sean los que hagan su trabajo.
Eran un hombre y una mujer. Y el hombre iba perdiendo. De hecho, su tono que había empezado enfadado ahora sonaba totalmente derrotado. Me giré a mirar a Eri, esperando que decidiese algo y le di un dato importante por si no había estado atenta a la situación.
— Creo que están discutiendo.
El hombre tenía que estar bastante cerca de la puerta, porque se le escuchaba perfectamente, la mujer no tanto, pero se podía escuchar entre las dudas y los suspiros del hombre.
Y tan poco que quedaba. A apenas unos metros se erigía un enorme edificio de piedra negra. Cada piedra que formaba parte de las paredes era rigurosamente rectangular, como si la hubiesen construido ayer. Si no fuera por el enorme cartel de hierro colgado sobre la puerta donde ponía "La Forja Incandescente" o por su tamaño increiblemente pequeño para albergar una forja, podría haber sido un palacio o un prostíbulo, por la calidad del material.
En cuanto a tamaño, desde fuera no parecía mucho más grande que un piso normal de Uzushiogakure y no parecía tener más de un piso de alto, pero algo de eso tenía que ser un engaño, porque era una forja de las que debían de tener encargos de grandes tesoros y espadas hechas de oro. ¿Cómo metías una forja así en un piso de Uzushiogakure? La puerta, que también era de hierro negro, tenía clavado torpemente un cartel que rezaba “Cerrado”. Parecía estar puesto con prisa y mala hostia. Antes de poder plantear todas mis dudas al respecto, una voz empezó a resonar de dentro de la forja.
— … a esperar más. Ya hace dos días que mandamos la petición a esos malditos ninjas. Si se creen que me voy a quedar aquí esperando mientras mi yerno y mi honor como herrero penden de un hilo van apañaos. ¡Esto con Shiona no pasaba!
— ... matarnos a disgustos? Primero Tanzō y ahora tú detrás de cabeza. No sé a tu hija, pero a mi algo me da. ¡Kaji! Por Shiona-sama te juro que como salgas por esa puerta, no vuelves a entrar.
— No voy a entrar a mi forja porque tú lo digas, mujer.
— Haz lo que te dé la gana con tu puta forja, pero cojo a la niña y nos vamos, eso te lo aseguro. No voy a permitir que pierda a su marido y a su padre por una estúpida espada de algún niño pijo.
— Te he dicho mil veces que ni es una espada ni es para un niño pijo.
— ¿Eso es lo que te importa de todo lo que te he dicho?
— ¡Claro que no! Pero ¿qué quieres que haga? ¿Quedarme sin hacer nada?
— ¡Claro que sí! ¡Quedarte con nosotras, idiota! Deja que los ninjas que vengan sean los que hagan su trabajo.
Eran un hombre y una mujer. Y el hombre iba perdiendo. De hecho, su tono que había empezado enfadado ahora sonaba totalmente derrotado. Me giré a mirar a Eri, esperando que decidiese algo y le di un dato importante por si no había estado atenta a la situación.
— Creo que están discutiendo.
El hombre tenía que estar bastante cerca de la puerta, porque se le escuchaba perfectamente, la mujer no tanto, pero se podía escuchar entre las dudas y los suspiros del hombre.
—Nabi—