Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El resto del viaje se convirtió en una velada silenciosa, sin dirigirse más que monosílabos y lo suficiente para mantenerse informado del estado del otro. Entre todo aquel silencio ambos lograron llegar a Los Herreros, donde llevarían a cabo la misión que les habían destinado a la Uzumaki y al Inuzuka.
Miró el mapa que le había dado Kiyomi junto con el pergamino de la misión, releyendo el nombre de la herrería a la que se dirigían: La Forja Incandescente. Estaba al Este de la ciudad desde donde ellos entraban, así que tendrían que ir al centro —donde todo el bullicio— y girar por las calles principales para llegar hasta allí.
—Tenemos que ir a la Forja Incandescente, está aquí —indicó ella, tendiéndole el mapa y señalando la X marcada en él—. Una vez allí deberíamos hablar con Kajiya-san, con suerte no le habrá pasado nada a su hermano... —pero al comprobar de nuevo su pergamino, negó rápidamente—. Uh, no, no es su hermano, es su trabajador... —se corrigió.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Por suerte para todos, sobre todo para la gente que no es yo, no podía enfadarme durante mucho tiempo con mis allegados. No era que cambiase de opinión, si no que el enfado se diluía en un mar de amor que era yo por dentro. Obviamente, si Eri volvía a hablar de su idílica visión de la situación internacional mi preocupación por su falta de preocupación saldría a flote de nuevo.
Mientras tanto, yo seguiría mirando la gran cantidad de forjas que había en aquel pueblo, si no me hubiese convertido en shinobi, hubiese sido herrero. Hubiese forjado un montón de armas mágicas y con ellas, Uzushiogakure hubiese conquistado el mundo. Como tenía que ser.
—Tenemos que ir a la Forja Incandescente, está aquí. Una vez allí deberíamos hablar con Kajiya-san, con suerte no le habrá pasado nada a su hermano... —
Me pasó el mapa como si yo fuese el experto en mapas, sin embargo, no lo rechacé, lo cogí alegremente.
— Pues vamos va. Aunque tal vez deberíamos buscar un sitio donde pasar la noche, llevamos todo el día de viaje.
El Sol empezaba a ocultarse en el horizonte, aunque yo aún tenía energía para un par de horas más, no sabía como iba Eri de constitución.
— O no, como tú veas. Yo puedo seguir, no sé cómo vas tú de energía. No has comido mucho, eso no puede ser sano. ¿Quieres que cenemos algo? Seguro que con tanta forja, por aquí hay unas barbacoas de no te menees.
Dije mientras miraba en todas direcciones para comprobarlo.
—Pues vamos va. Aunque tal vez deberíamos buscar un sitio donde pasar la noche, llevamos todo el día de viaje.
No era mala idea, la verdad es que seguramente necesitarían buscar algún lugar para descansar aquella noche —y probablemente algún que otro día más que durase la misión—, pero lo primero que debían hacer era buscar a Kajiya y que les pusiera al corriente del asunto.
—O no, como tú veas —se corrigió, para sorpresa de Eri—. Yo puedo seguir, no sé cómo vas tú de energía. No has comido mucho, eso no puede ser sano. ¿Quieres que cenemos algo? Seguro que con tanta forja, por aquí hay unas barbacoas de no te menees.
Eri rió, por primera vez en todo el viaje, sin embargo se apresuró a taparse la boca, sin entender como aquello le había hecho gracia.
—Primero deberíamos ir a ver a Kajiya-san y luego ya vemos, pero no le digo que no a una barbacoa... —sus tripas resonaron ante la visión mental de carne asada—. Venga, no queda mucho.
A unos diez metros se encontraba una de las forjas más grandes de la calle, cuyo cartel en grande rezaba el nombre que andaban buscando: La Forja Incandescente.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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—Primero deberíamos ir a ver a Kajiya-san y luego ya vemos, pero no le digo que no a una barbacoa... Venga, no queda mucho.
Y tan poco que quedaba. A apenas unos metros se erigía un enorme edificio de piedra negra. Cada piedra que formaba parte de las paredes era rigurosamente rectangular, como si la hubiesen construido ayer. Si no fuera por el enorme cartel de hierro colgado sobre la puerta donde ponía "La Forja Incandescente" o por su tamaño increiblemente pequeño para albergar una forja, podría haber sido un palacio o un prostíbulo, por la calidad del material.
En cuanto a tamaño, desde fuera no parecía mucho más grande que un piso normal de Uzushiogakure y no parecía tener más de un piso de alto, pero algo de eso tenía que ser un engaño, porque era una forja de las que debían de tener encargos de grandes tesoros y espadas hechas de oro. ¿Cómo metías una forja así en un piso de Uzushiogakure? La puerta, que también era de hierro negro, tenía clavado torpemente un cartel que rezaba “Cerrado”. Parecía estar puesto con prisa y mala hostia. Antes de poder plantear todas mis dudas al respecto, una voz empezó a resonar de dentro de la forja.
— … a esperar más. Ya hace dos días que mandamos la petición a esos malditos ninjas. Si se creen que me voy a quedar aquí esperando mientras mi yerno y mi honor como herrero penden de un hilo van apañaos. ¡Esto con Shiona no pasaba!
— ... matarnos a disgustos? Primero Tanzō y ahora tú detrás de cabeza. No sé a tu hija, pero a mi algo me da. ¡Kaji! Por Shiona-sama te juro que como salgas por esa puerta, no vuelves a entrar.
— No voy a entrar a mi forja porque tú lo digas, mujer.
— Haz lo que te dé la gana con tu puta forja, pero cojo a la niña y nos vamos, eso te lo aseguro. No voy a permitir que pierda a su marido y a su padre por una estúpida espada de algún niño pijo.
— Te he dicho mil veces que ni es una espada ni es para un niño pijo.
— ¿Eso es lo que te importa de todo lo que te he dicho?
— ¡Claro que no! Pero ¿qué quieres que haga? ¿Quedarme sin hacer nada?
— ¡Claro que sí! ¡Quedarte con nosotras, idiota! Deja que los ninjas que vengan sean los que hagan su trabajo.
Eran un hombre y una mujer. Y el hombre iba perdiendo. De hecho, su tono que había empezado enfadado ahora sonaba totalmente derrotado. Me giré a mirar a Eri, esperando que decidiese algo y le di un dato importante por si no había estado atenta a la situación.
— Creo que están discutiendo.
El hombre tenía que estar bastante cerca de la puerta, porque se le escuchaba perfectamente, la mujer no tanto, pero se podía escuchar entre las dudas y los suspiros del hombre.
Nabi y Eri se acercaron al lugar que era La Forja Incandescente, donde, desde dentro, se escuchaba a una pareja, un hombre y una mujer; discutir sobre ninjas de Uzushiogakure, Shiona y un yerno.
— Creo que están discutiendo.
—Yo también —alegó ella, acercándose a dar varios golpes firmes a la puerta de la forja.
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Eri se acercó sin temor ninguno a la puerta de hierro y la golpeó con contundencia. Tragué saliva por si aquel hombre iba a soltarnos la tipica chapa de siempre, debía estar preparados. No hubo casi tiempo entre los golpes de Eri y que la puerta se abriese. De ella salió un hombre enfundado en una armadura de cuero completa, sin casco, pero con el resto equipado, los brazos, los antebrazos, las piernas, los muslos, las botas, todo era de armadura ligera.
Supuse que esa era la versión del dicho "En casa del herrero cucharas de palo" para el caso de la guerra. "Las guerras de herreros con armaduras de cuero y espadas de madera".
El hombre era robusto, aunque su rostro delataba una edad ya avanzada, con una barba plateada que acababa a tres dedos de la barbilla en un nudo que tenía más de un quemazón. Además era calvo, lo cual, con esa barba frondosa, era dificil de compaginar.
— ¿Quienes sois?
Preguntó colocándose el martillo que sujetaba con la mano derecha sobre el hombro mientras con la izquierda mantenía la puerta abierta.
Como en cada intervención verbal, esperé a que Eri tomase las riendas del asunto.
Eri no tuvo que esperar mucho para ser recibida, así fue como un hombre de una edad algo avanzada, calvo y con una grisácea barba algo quemada y enfundado en una armadura de aspecto ligero y de cuero salió de la forja, con un martillo que se echó al hombro como si aquello no costase nada. Ella, sin embargo, mantuvo la compostura, aunque si Nabi había estado atento, la habría visto retroceder un poco.
— ¿Quiénes sois?
—Buenas tardes, señor, somos los ninjas enviados desde Uzushiogakure, mi compañero es Inuzuka Nabi y su acompañante se llama Stuffy, ambos son expertos en el arte del rastreo —indicó señalando a la pareja—. Yo soy Uzumaki Eri, jounin de Uzushiogakure y experta en técnicas de sellado.
Hizo una breve inclinación de cabeza.
—Venimos por una misión, estamos buscando al señor Tetsuya Kajiya-san.
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—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
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—Buenas tardes, señor, somos los ninjas enviados desde Uzushiogakure, mi compañero es Inuzuka Nabi y su acompañante se llama Stuffy, ambos son expertos en el arte del rastreo. Yo soy Uzumaki Eri, jounin de Uzushiogakure y experta en técnicas de sellado.
El herrero miró a la pelirroja de arriba a abajo, por un momento se le ocurrió escupirle el tipico "Como va a ser Jounin una niña", pero algo le dijo que por algo sería, y la seriedad que emanaba de la Uzumaki, además de ser Uzumaki, era bastante acojonante.
—Venimos por una misión, estamos buscando al señor Tetsuya Kajiya-san.
Recordando lo de la misión, torció el gesto.
— Pues ya lo habéis encontrado, ahora podeis empezar a buscar a Tanzō, que es el que está desaparecido.
Contestó contrariado. Una figura apareció por detrás del hombre y le arrebató el martillo como si no pesase y lo dejó en el suelo.
— Dejales pasar y deja de tocar las narices.
El hombre le sacaba una cabeza y media de altura a la mujer y solo una a los ninjas, con lo cual, era el más alto del lugar. La mujer era más bien pequeña y delgada, con algunas arrugas en el rostro pero una belleza sobria. Su pelo negro con algunas franjas blancas estaba recogido en una coleta corta y llevaba bata gris de andar por casa.
— ¡No vayas tras los bandidos! ¡Deja pasar a los ninjas! Siempre mandando.
Finalmente, se apartó hacia una habitación que había a la derecha y la mujer hizo un gesto a los ninjas para que pasasen tras dedicarle una mirada asesina a su marido que fue ignorada.
— Perdonadle, está... tenso desde el incidente. Pasad.
El gesto de la mujer les señalaba a que pasasen a la misma sala donde había entrado su marido, detrás suyo, en linea recta con la entrada, había unas escaleras de piedra que bajaban y bajaban y a la izquierda había otra habitación. Si la forja tenía que estar en algún sitio, sin duda tenía que ser abajo.
En la sala de la derecha, apenas había nada que no fuese de madera, menos las paredes, claro. El mobiliario eran varios muebles de madera, estantes de madera colgados de las paredes, por suerte, con clavos de hierro, una gran mesa de madera y unas seis sillas en total, de madera. Todo de madera pulida y de una calidad buena, entre eso y el exterior, el negocio debía rentar.
El hombre ya estaba sentado en la mesa, dando golpecitos con los dedos en la mesa, impaciente.
—Pues ya lo habéis encontrado, ahora podéis empezar a buscar a Tanzō, que es el que está desaparecido.
—Per- —antes de reprocharle que necesitaban información antes de actuar, una mujer apareció tras el hombre, a quien arrebató la herramienta como si ésta no pesase más de diez gramos y la cual regañó al hombre que miraba a los ninjas con gesto torcido.
—Dejales pasar y deja de tocar las narices.
Cualquiera que los viera a simple vista diría que la mujer no podría enfrentarse a él, pero los estereotipos no podían enfrentarse a la realidad: aquella preciosa mujer de cabellos oscuros le hacía perfectamente frente al herrero que, haciendo ligeramente burla a la mujer, entró de nuevo en la forja. Ella le dedicó una mirada que lo hubiera matado si éstas matasen y luego se dirigió a Nabi y Eri.
— Perdonadle, está... tenso desde el incidente. Pasad.
—Gracias —agradeció Eri, dedicándole una inclinación de cabeza, y luego entró a la sala donde había entrado el hombre.
Rodeados de muebles de madera comenzó el interrogatorio típico antes de comenzar con la misión. Así que Eri, murmurando con permiso, tomó asiento en una de las sillas que rodeaban la mesa de madera donde aguardaba Kajiya.
—Estamos aquí por la desaparición, tanto de un arma como de un hombre, así que necesitamos hacerles unas preguntas antes de actuar —explicó—. Primero, me gustaría que nos hablasen del arma realizada y a quién iba dirigida y también sobre el hombre desaparecido, cuándo y cómo ocurrió —pidió—, y sobre los bandidos que os llevaban acosando tiempo.
Luego le dio un codazo a Nabi ligeramente, por si él quería preguntar algo más.
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Imité a Eri en todo, siguiendola en silencio, inclinando la cabeza al pasar y sentandome en una de esas sillas de madera. Llegó un punto que de tanto imitarla, por un momento, me llevé las manos al pecho por si me habían crecido unas preciosas, pero no. Así que, triste por dentro, neutro por fuera, atendí a la conversación.
—Estamos aquí por la desaparición, tanto de un arma como de un hombre, así que necesitamos hacerles unas preguntas antes de actuar. Primero, me gustaría que nos hablasen del arma realizada y a quién iba dirigida y también sobre el hombre desaparecido, cuándo y cómo ocurrió, y sobre los bandidos que os llevaban acosando tiempo.
Ante el codazo de Eri tuve que decir algo.
— Y una prenda que huela a él, a poder ser una prenda intima, como un calcetín o un calzoncillo con sustancia.
Y eso es lo que pasa cuando llevas mucho tiempo sin hablar. Que cuando abres la boca, ya no sabes lo que es el decoro ni la normalidad social.
Kaji se frotó los ojos con los dedos intentando tranquilizarse.
— Pero a ver, todo eso ya lo expliqué en la petición. Simplemente una mañana no estaban ni él ni el arma. Supongo que sería por la noche hace tres días ya. Sobre quien es el cliente, me temo que no veo qué relación puede tener, pero el arma... Oh, dios, era una locura, se suponía que iba a ser únicamente decorativa. Como haya algún loco capaz de blandirla.
Tomó una buena bocanada de aire antes de continuar.
— Es un hacha de doble filo, la más grande y gorda que haya hecho en mi vida, toda de acero. El mango mide casi dos metros y cada filo más de 60 cm de largo. Todo bien revestido para que nada ceda por el peso, alocado, que tiene ese cacharro. Para moverla por la forja, teníamos que hacerlo entre los dos. Obviamente, además tenía algunos detalles con oro. Pero eso ya no me preocupa, me preocupa más que un bicharraco así, que puede partir a una persona en dos solo por peso esté en manos de unos locos.
Contra más hablaba del arma, más pasaba de la preocupación a la histeria. Había empezado a quitarse trozos de la armadura de encima, sobrepasado por la situación.
— Ah, sí, los bandidos. Están escondidos en alguna de las minas abandonadas. Aunque todas están conectadas, hay muchas entradas que se abandonaron cuando se abrieron otras más cerca del hierro. Querían armas gratis, los muy canallas.
Miré al herrero y miré a Eri. Me había ignorado por completo.
— Y una prenda que huela a él, a poder ser una prenda intima, como un calcetín o un calzoncillo con sustancia.
«Bien, así lo pillaremos antes...»
—Pero a ver, todo eso ya lo expliqué en la petición. Simplemente una mañana no estaban ni él ni el arma. Supongo que sería por la noche hace tres días ya. Sobre quien es el cliente, me temo que no veo qué relación puede tener, pero el arma... Oh, dios, era una locura, se suponía que iba a ser únicamente decorativa. Como haya algún loco capaz de blandirla.
Kajiya se dedicó a explicar cómo estaba hecha el arma, y Eri entendió que era un arma bastante... Imponente: grande, pesada, afilada y destructiva, como todas las hachas.
—Ah, sí, los bandidos. Están escondidos en alguna de las minas abandonadas. Aunque todas están conectadas, hay muchas entradas que se abandonaron cuando se abrieron otras más cerca del hierro. Querían armas gratis, los muy canallas.
—Gracias —agradeció, luego se giró para mirar a Nabi—. Y, por favor, tienen que darnos alguna prenda del hombre desaparecido que huela a él, que tenga su olor, para poder rastrearlo —pidió amablemente—. En cuanto la tengamos iremos en su búsqueda.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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—Gracias. Y, por favor, tienen que darnos alguna prenda del hombre desaparecido que huela a él, que tenga su olor, para poder rastrearlo. En cuanto la tengamos iremos en su búsqueda.
— Oh, sí, sí...
Ya deshecho de su armadura, se levantó, mucho más pesadamente de lo que se había movido con ella puesta, como si le diesen una bonificación de agilidad o algo.
— Pero sobre todo que huela, un calcetín o una camiseta sudada serían perfectos.
Recalqué. Porque la gente te viene con una camiseta impoluta que no huele una mierda y te dice 'Enga, rastrea' y te pasas más tiempo buscando un buen olor en la puta prenda que buscando al tio. Lo mejor es que desborde olor.
En el lapso de tiempo que tardó el hombre en llegar a la puerta podríamos habernos comido dos barbacoas y media, por lo menos yo. Entonces reparé en que la mujer no estaba, y la verdad es que no recordaba haberla visto irse. Ni no irse.
— Aquí está.
Anunció entrando con el calcetín en la mano, estaba decolorado, lo cual indicaba un buen usaje. Perfecto. Le acepté amablemente la prenda a la mujer, volviendome un elfo libre en el proceso. Pero antes de montar mi propio feudo de elfo y cobrar a los humanos por servirnos a nosotros, que eramos una raza superior, teníamos que encontrar a aquel hombre.
— Muy bien, Stuffy. Ya sabes qué hacer.
Esa frase siempre quedaba bien. 'No nos queda bacon' 'Muy bien, Stuffy. Ya sabes qué hacer' y alejarse mientras todo lo que queda atrás son explosiones. En este caso, le tendí el calcetín y le pegó un par de olfateadas profundas, saliendo a la calle después de hacerlo.
— Algo ha encontrado.
Agarré a Eri y le seguí, a ver hasta donde nos llevaba.
Al parecer por fin les habían hecho caso con la prenda del hombre desconocido, sin embargo cuando el herrero ya se levantaba, la mujer ya había ido y vuelto con una prenda para que el can lo olfatease.
—Aquí está.
Era un calcetín decolorado, por lo que parecía lo que ambos buscaban. Nabi lo tomó y se lo acercó a Stuffy, mientras Eri se levantaba y observaba atentamente como el perro comenzaba a olisquear la prenda.
—Muy bien, Stuffy. Ya sabes qué hacer.
Tras un par de olfateadas, el can decidió salir a la calle. Al parecer había encontrado algo.
— Algo ha encontrado.
«Eso había pensado...» Pero no dijo nada, así que tras asentir, Eri le dedicó una inclinación de cabeza a los señores de la alforja y salió tras Stuffy.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Seguimos a Stuffy durante un rato, corriendo por las calles, apartando a las personas que claramente no entendían la prisa que llevábamos pero que se lo pensaban dos veces antes de calumniarnos por apartarles al ver nuestras bandanas. Doblamos esquinas y corrimos en linea recta para volver a doblar esquinas durante un rato hasta que la gente se redujo al igual que la calidad de los habitáculos.
Las forjas se sustituyeron por otros lugares donde también podías encontrar potentes fuentes de calor y también fundían cosas, pero a lo mejor con las espadas que usan allí no podías armar un ejercito. Crear uno, si envainas tu espada en suficientes vainas y esperas, igual sí, pero armarlo desde luego no. A menos que fueses muy bueno con tu espada y te pagasen por ello.
Volviendo a Stuffy, bajó el ritmo y empezó a hacer eses pasando a la fase de la localización precisa. Tras andar casi un minuto se metió en un callejón lleno de basura. Y cuando digo lleno de basura, digo que parecía que todo el vecindario se hubiese puesto de acuerdo en tirar toda su mierda ahí. Bolsas enteras llenas de botellas vacías, envoltorios de comida rápida, envoltorios de comida lenta, liquido amarillento que desprendía un reconocible olor a orina, alguna que otra cagada que definitivamente NO era de perro... Stuffy se lanzó a nadar esa piscina de restos hasta desaparecer bajo estos.
Durante unos ricos segundos de contemplación, el montón empezó a moverse hacia mi y Eri y de él, echando marcha atrás, apareció Stuffy arrastrando algo con su boca. Era un pie. Por suerte, ese pie venía pegado a un hombre.
— Al menos sabemos que no estaba con ellos.
El pestazo del callejón enmascaraba el olor a muerto a la perfección, pero la palidez y los ojos sin vida, como los de un pez, certificaban que llevaba muerto un tiempecito ya. Por suerte, el olor de sus pies no se había acabado de borrar de ellos. Puse los brazos en jarra. El difunto no llevaba más ropa que la interior, parecía que le habían lavado bien. Robarle la ropa a un muerto era la más baja de las calañas entre los ladrones.
Cuando Stuffy acabó de sacarlo del montón de mierda se corroboró que habían robado el arma los mismos que lo habían matado. Tenía un enorme corte en el hombro que le bajaba casi hasta el pecho, partiendolo casi en dos. Ahí estábamos, en medio de la calle de los prostibulos con un cuerpo con el brazo a medio amputar.
— ¿Y ahora qué? Bien hecho, Stuffy, pero sueltale el pie ya, anda.
El can me hizo caso por primera vez en su vida y soltó el pie, que cayó al suelo con un golpe seco, puede que se rompiera algo en el proceso, pero poco le iba a importar ya. Empezó a olfatear el resto del cadaver, sin tener en cuenta los gusanos que estaba criando ya en orificios y heridas.
— Sí que es bestia el arma, sí.
Me acuclillé para ver la herida y era terrible, había atravesado hueso y todo lo que había, un poco más de puntería y desde luego lo hubiese partido en dos.
15/01/2019, 18:51 (Última modificación: 15/01/2019, 19:11 por Uzumaki Eri. Editado 1 vez en total.)
Stuffy corrió por las concurridas calles de Los Herreros sin pararse ni un momento, mientras Nabi y Eri le seguían como podían, aunque Eri no tuvo dificultad en superar a Nabi mientras corría. Doblaron esquinas, recorrieron calles apartando a todos a su paso, y continuaron hasta que al final se encontraron en un callejón que desagradó a Eri nada más entrar: basura desperdigada por todo el lugar, botellas vacías en bolsas rotas, defecaciones y orina en rincones donde ni si quiera parecía que los perros querían utilizar..., tuvo que taparse ligeramente con su túnica para no marearse allí mismo, sin embargo, ni Nabi ni Stuffy parecieron inmutarse.
Stuffy incluso se zambulló en todo aquello.
Tras unos segundos donde Eri se planteaba la opción de no volver a ver al perro con vida si sobrevivía a aquel maloliente olor, de la montaña de basura emergió de nuevo el can, trayendo algo que estaban buscando.
Y que no era nada agradable.
El cadáver del yerno del peticionario se encontraba allí, únicamente vestido con la ropa interior.
—Al menos sabemos que no estaba con ellos.
—No sé si lo prefería si por esa razón hubiera seguido vivo —se lamentó ella, acuclillándose para divisar mejor el cuerpo del hombre o si delataba algo, pero no encontró más que lo evidente.
Estaba frío, helado; y los ojos no mostraban ningún signo de vida en ellos, pero no solo aquello corroboraría la muerte del hombre, no, el corte que nacía desde el hombro acababa en el pecho, casi cortándole el brazo en el proceso. Eri cerró los ojos por un momento, incapaz de imaginarse la escena que habría vivido el pobre hombre. Stuffy dejó el pie del cadáver y comenzó a olfatearlo.
—Sí que es bestia el arma, sí.
—No entiendo como alguien quiere tener un arma así de peligrosa colgada de algún lugar —puntualizó ella, levantándose—. Pero nos hemos vuelto a quedar sin pistas, genial —maldijo con tono sarcástico, luego se giró a Stuffy—. ¿Reconoces algún olor diferente del hombre o alguno que nos pueda llevar a otro sitio?
Luego se giró a Nabi.
—Deberíamos llevar el cadáver con su familia, quizá quieran darle un entierro digno —mencionó, echándole una última ojeada, luego realizó una secuencia de sellos y mantuvo el último, haciendo que el cuerpo se volviera una masa de chakra que se terminó por guardar en el guante de su mano derecha—. Llevémoslo a su familia y luego vamos a las minas...
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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