11/10/2015, 20:27
La chica parecía aliviada tras escuchar al albino decir que las bromas de mal gusto se habían acabado. Quizás era cierto, o simplemente se había metido demasiado en su papel de chica inocente... Que gran artista del engaño era esta chica, una auténtica kunoichi, reina del engaño y la mentira. Era imposible que una chica de esa edad fuese tan... tan... tan como ella.
El albino encogió de hombros, así como alzó las manos en una muca de desdén.
—Todo lo bueno suele terminar mas bien pronto que tarde...que se le va a hacer...—
Pagada la entrada, a ambos le obsequiaron con una pulsera de color. Fuere por A o por B, la chica se quejó levemente, casi en un susurro. Al parecer, tenía una cierta afinidad al color azul, color que complementaba la mayor parte de su vestuario a decir verdad.
Hizo caso omiso a ésto, pues ni tan siquiera debía haber sido escuchado. Se limitó a entrar, casi a la par de la kunoichi.
El lugar que se anteponía a los chicos pasó de parecer un antiguo castillo estropeado a verse un iluminado y cuidado centro de visitas. Un abovedado techo, columnas de mármol, numerosos escaparates bien cuidados... el sitio era fascinante. Para rematar, estaba hasta los topes de armamento de todo tipo. Habían desde viejas reliquias que ni tan siquiera llegarían a haberse usado en guerras hasta las espadas de los mejores shinobis y samurais. Al albino le brillaban los ojos. Mil y un arma para aniquilar a todo humano frente a él.
—Waaaaoh!— Se le escapó al chico.
Sin embargo, no fue lo único que se le escapó. La kunoichi de Ame se había escabullido, y eso que no había pasado ni un solo minuto de haber entrado al museo. La chica sin embargo no se había ido a propósito, simplemente algo había llamado su atención.
No había sido poca cosa lo que había llamado la atención de la joven, se trataba de una espada con forma de katana, pero de un tamaño digno de cualquier gigante. Esa espada no la podría manejar el chico ni con ambas manos, era realmente sobrecogedora... el terror de cualquier espadachín.
Como un niño chico, el albino se abalanzó sobre el escaparate, acercándose todo lo que pudo y mas.
—Ostras! La espada de un gigante! COMO MOLA!—
No tardó demasiado en dirigirse al siguiente escaparate, donde se exponía una daga realmente fina, al parecer se usaban como armas en misiones de sigilo gracias a su minúsculo tamaño.
—Y la espada de un enano! Ostras! COMO MOLA!— Vociferó eufórico, al menos esa fue la impresión que daría.
Para él todo estaba encuadrado en "espada", ya fuese para hombres grandes, ágiles, pequeños, diestros, zurdos... para todos había algo, pero habían de llamarse solo espadas.
El albino encogió de hombros, así como alzó las manos en una muca de desdén.
—Todo lo bueno suele terminar mas bien pronto que tarde...que se le va a hacer...—
Pagada la entrada, a ambos le obsequiaron con una pulsera de color. Fuere por A o por B, la chica se quejó levemente, casi en un susurro. Al parecer, tenía una cierta afinidad al color azul, color que complementaba la mayor parte de su vestuario a decir verdad.
Hizo caso omiso a ésto, pues ni tan siquiera debía haber sido escuchado. Se limitó a entrar, casi a la par de la kunoichi.
El lugar que se anteponía a los chicos pasó de parecer un antiguo castillo estropeado a verse un iluminado y cuidado centro de visitas. Un abovedado techo, columnas de mármol, numerosos escaparates bien cuidados... el sitio era fascinante. Para rematar, estaba hasta los topes de armamento de todo tipo. Habían desde viejas reliquias que ni tan siquiera llegarían a haberse usado en guerras hasta las espadas de los mejores shinobis y samurais. Al albino le brillaban los ojos. Mil y un arma para aniquilar a todo humano frente a él.
—Waaaaoh!— Se le escapó al chico.
Sin embargo, no fue lo único que se le escapó. La kunoichi de Ame se había escabullido, y eso que no había pasado ni un solo minuto de haber entrado al museo. La chica sin embargo no se había ido a propósito, simplemente algo había llamado su atención.
No había sido poca cosa lo que había llamado la atención de la joven, se trataba de una espada con forma de katana, pero de un tamaño digno de cualquier gigante. Esa espada no la podría manejar el chico ni con ambas manos, era realmente sobrecogedora... el terror de cualquier espadachín.
Como un niño chico, el albino se abalanzó sobre el escaparate, acercándose todo lo que pudo y mas.
—Ostras! La espada de un gigante! COMO MOLA!—
No tardó demasiado en dirigirse al siguiente escaparate, donde se exponía una daga realmente fina, al parecer se usaban como armas en misiones de sigilo gracias a su minúsculo tamaño.
—Y la espada de un enano! Ostras! COMO MOLA!— Vociferó eufórico, al menos esa fue la impresión que daría.
Para él todo estaba encuadrado en "espada", ya fuese para hombres grandes, ágiles, pequeños, diestros, zurdos... para todos había algo, pero habían de llamarse solo espadas.