20/01/2019, 05:08
(Última modificación: 20/01/2019, 15:18 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Voy a decirles una cosa: los amejines siempre sacan pecho por ser los hijos de la tormenta, pero lo más que tienen que soportar es una lluvia fuerte, viento y truenos en su propia tierra. ¿Los uzujines? Los uzujines están acostumbrados a la mar, a los vientos huracanados que arrancan olas del tamaño de un edificio y engullen flotas enteras. Quizá la adversidad meteorológica sea menor, menos vistosa, pero todo hombre sabio teme más a una pequeña tormenta en mar abierto que a la madre de todas ellas en terreno firme.
Por eso, Hanabi, que sabía que esta llegaba, se acercó al mástil y aguardó. Aguardó a que terminara. Aguardó a que Yui se desahogara, a que se vaciara por completo de todas las jugarretas que le tenía guardado a Datsue. Sí, claro que conocía todo aquello que le contaba. Sabía lo mucho y las numerosas ocasiones en que se había equivocado. Sabe Shiona que no hubo Uzukage más paciente que él, y que aún así por momentos la perdió con el Uchiha.
Pero, al mismo tiempo, también creía que era una gran oportunidad para ponerle al fin en ristre. Para centrarle de una buena vez por todas. Datsue tenía más defectos de los que uno podía enumerar, pero tenía la rara virtud de arrastrar a la gente consigo. La misma Yui lo confirmaba. El ninja traidor que le había dicho lo de Aiko. El propio Daruu. Ninjas que, por un momento, habían sido conmovidos y habían tratado de ayudar a un ninja extranjero en un problema interno. ¿Qué conseguiría Datsue, si en vez de malgastar energía en batallas personales se centraba en luchar por los intereses de Uzu? ¿Qué lograría, si ponía al servicio de la Villa, no solo su cuerpo y su Sharingan, sino también su corazón?
Hanabi no lo sabía, pues nadie había visto aquella versión de Datsue todavía, pero quería averiguarlo. Al fin y al cabo, esa era una de las grandes funciones de un Kage: sacar la mejor versión de todos y cada uno de sus ninjas.
Pero a Yui no podía decirle eso, o volvería a reírse en su cara. Podía decirle, por otra parte, que él tampoco tenía muchas ganas de hacerle ningún favor a ella, después de que su segunda al mando le escupiese en la cara y siguiesen —aún a día de hoy— dejando caer que lo de Ayame había sido un intento de secuestro por su parte. Pero eso solo serviría para entrar en un duelo dialéctico del que nada sacaría.
Tenía que ser más listo. ¿Recuerdan que Hanabi solo se pondría duro en un momento que de verdad lo requiriese? Bien, pues todavía no había llegado ese momento. Esperaba que nunca llegase.
—Imagino que no tendrás muchas ganas, no —le reconoció—. Pero, más allá de que Datsue ya recibió su correspondiente castigo por todo lo mencionado —por mí, por el karma, y por la vida—, te equivocas en dos cosas.
»Primero, dudo mucho que le estuvieses haciendo favor alguno. Ya conocéis el dicho: Ten cuidado con lo que desees… —...porque lo podrías conseguir—. El chico la tiene idealizada. Si apenas la conocía. Ni siquiera ella se acordará de él. Lo más probable en estos casos, es que se lleve un chasco, y uno de los gordos.
»Segundo, no lo hago por él. Se nota que Shiona y tú os dejasteis de cartear cuando ascendiste a Arashikage, sí, o te hubiese contado la importancia que le doy yo al romance. —No iba a aclarar nada más al respecto—. No, Yui-dono, yo en Aiko lo que veo es una apuesta arriesgada. Una apuesta que me puede dar grandes frutos, o que me puede salir rana, si no logro hacerle entender lo que significa ser una kunoichi. —Suicidarse en medio de un torneo por las risas, desde luego, no lo era—. Pero en eso —se encogió de hombros—, tengo esa virtud —o ese defecto, como quieras llamarle—, de confiar mucho en los míos. Creo que al menos coincidirás en esto conmigo en que lo heredé de Shiona.
»Eso y su obsesión por el ramen especiado con curry. Oh, sí, especialmente su obsesión por el ramen especiado con curry —dijo, sin poder evitar que una tonalidad nostálgica invadiese su voz por un instante.
Por eso, Hanabi, que sabía que esta llegaba, se acercó al mástil y aguardó. Aguardó a que terminara. Aguardó a que Yui se desahogara, a que se vaciara por completo de todas las jugarretas que le tenía guardado a Datsue. Sí, claro que conocía todo aquello que le contaba. Sabía lo mucho y las numerosas ocasiones en que se había equivocado. Sabe Shiona que no hubo Uzukage más paciente que él, y que aún así por momentos la perdió con el Uchiha.
Pero, al mismo tiempo, también creía que era una gran oportunidad para ponerle al fin en ristre. Para centrarle de una buena vez por todas. Datsue tenía más defectos de los que uno podía enumerar, pero tenía la rara virtud de arrastrar a la gente consigo. La misma Yui lo confirmaba. El ninja traidor que le había dicho lo de Aiko. El propio Daruu. Ninjas que, por un momento, habían sido conmovidos y habían tratado de ayudar a un ninja extranjero en un problema interno. ¿Qué conseguiría Datsue, si en vez de malgastar energía en batallas personales se centraba en luchar por los intereses de Uzu? ¿Qué lograría, si ponía al servicio de la Villa, no solo su cuerpo y su Sharingan, sino también su corazón?
Hanabi no lo sabía, pues nadie había visto aquella versión de Datsue todavía, pero quería averiguarlo. Al fin y al cabo, esa era una de las grandes funciones de un Kage: sacar la mejor versión de todos y cada uno de sus ninjas.
Pero a Yui no podía decirle eso, o volvería a reírse en su cara. Podía decirle, por otra parte, que él tampoco tenía muchas ganas de hacerle ningún favor a ella, después de que su segunda al mando le escupiese en la cara y siguiesen —aún a día de hoy— dejando caer que lo de Ayame había sido un intento de secuestro por su parte. Pero eso solo serviría para entrar en un duelo dialéctico del que nada sacaría.
Tenía que ser más listo. ¿Recuerdan que Hanabi solo se pondría duro en un momento que de verdad lo requiriese? Bien, pues todavía no había llegado ese momento. Esperaba que nunca llegase.
—Imagino que no tendrás muchas ganas, no —le reconoció—. Pero, más allá de que Datsue ya recibió su correspondiente castigo por todo lo mencionado —por mí, por el karma, y por la vida—, te equivocas en dos cosas.
»Primero, dudo mucho que le estuvieses haciendo favor alguno. Ya conocéis el dicho: Ten cuidado con lo que desees… —...porque lo podrías conseguir—. El chico la tiene idealizada. Si apenas la conocía. Ni siquiera ella se acordará de él. Lo más probable en estos casos, es que se lleve un chasco, y uno de los gordos.
»Segundo, no lo hago por él. Se nota que Shiona y tú os dejasteis de cartear cuando ascendiste a Arashikage, sí, o te hubiese contado la importancia que le doy yo al romance. —No iba a aclarar nada más al respecto—. No, Yui-dono, yo en Aiko lo que veo es una apuesta arriesgada. Una apuesta que me puede dar grandes frutos, o que me puede salir rana, si no logro hacerle entender lo que significa ser una kunoichi. —Suicidarse en medio de un torneo por las risas, desde luego, no lo era—. Pero en eso —se encogió de hombros—, tengo esa virtud —o ese defecto, como quieras llamarle—, de confiar mucho en los míos. Creo que al menos coincidirás en esto conmigo en que lo heredé de Shiona.
»Eso y su obsesión por el ramen especiado con curry. Oh, sí, especialmente su obsesión por el ramen especiado con curry —dijo, sin poder evitar que una tonalidad nostálgica invadiese su voz por un instante.