29/01/2019, 10:24
Con destreza, la ANBU de Uzushiogakure desplegó como pudo un pergamino sobre los restos aún supervivientes de la mesa destrozada. En ese papel redactó los tres puntos enumerados por Moyashi Kenzou y, debajo del texto, trazó tres grandes círculos entrelazados. Después de eso, se volvió hacia Shanise y hacia el Morikage para explicarles los entresijos de aquella excepcional técnica de sellado: las claves debían colocarse donde las líneas de cada círculo se adentraban en el área del otro, y cada uno de los tres debería grabarla en una línea diferente.
—Por favor, realicen un pequeño corte en la palma de la mano y apóyenla dentro de una de las circunferencias —pidió Kuza.
Kenzou esperó a que Yui y Hanabi cumplieran su palabra antes de extender su propia mano hacia Hana en silencio. La mujer no necesitó de ninguna orden hablada, sacó un kunai de su portaobjetos y con el filo dibujó una línea profunda y sangrienta en su palma. Pero él ni siquiera se inmutó, se acercó al pergamino y posó la mano sobre el círculo derecho.
—¿Juráis respetar los tres grandes pilares de la Alianza de las Tres Grandes? —pronunció Kuza, solemne—. ¿Juráis trabajar fielmente por cumplir todos y cada uno de los puntos aquí descritos, comprometiéndoos a no infringirlos jamás? Los que digan que sí, quedarán unidos por el Pacto de Sangre. Y quebrantarlo, costará la vida.
—Sí, lo juro —pronunció Kenzou, a coro con los otros dos.
Los círculos se iluminaron alrededor de sus manos: Verde el de Moyashi Kenzou, azul el de Amekoro Yui y rojo el de Sarutobi Hanabi. Y en el área interna que compartían dichos círculos los tres colores se entremezclaron y difuminaron, hasta volverse de un blanco tan puro como la nieve. El blanco de la paz.
Kenzou fue el primero en retirar la mano.
—Bien, ¡pues ya está hecho!