29/01/2019, 21:10
(Última modificación: 29/01/2019, 21:10 por Moyashi Kenzou.)
—¡Otra ronda para aquí! ¡A esta invito yo! —bramó la voz del Akimichi que acompañaba a Hanabi, varias horas más tardes.
Todas las personas de la taberna se habían vuelto hacia ellos, atónitos ante el espectáculo que se estaba desarrollando frente a sus ojos. Y no era para menos. Nueve eran las personas que protagonizaban aquel esperpento. Y no nueve personas cualquiera. A juzgar por aquel distintivo uniforme, tres de ellos eran los mismísimos Kage, los líderes de las tres aldeas shinobi que gobernaban Oonindo. Y las otras seis personas debían ser sus ninjas de confianza.
¿Pero quién iba a imaginar que podrían encontrar a los tres máximos líderes... empachándose de alcohol en una taberna cualquiera en el Valle de los Dojos? Nadie les creería a ninguno de ellos si se atrevían a contarlo fuera...
El Morikage, con la cabeza apoyada en el dorso de una de sus manos, estaba asistiendo a un espectáculo sin igual. Desconocía si el camarero dominaba el arte del Ninjutsu, pero lo que estaba haciendo con aquel licor de dioses era auténtica magia. Y eso que aquella no era la primera kimada, o como quiera que se llamara, que llevaban. Pero aquel baile de brillantes llamas azules atrapadas en aquel cuenco de barro le fascinaba hasta cotas completamente inesperadas y sus ojos estaban atrapados por los metódicos y expertos movimientos del sirviente.
Desafortunadamente, parecía que era el único que se sentía así. Sus compañeros tenían sus intereses ya puestos en otros menesteres.
—¡Eshto ya eshtá al punto! —exclamaba el Uzukage, inusualmente contento... y con las mejillas encendidas. El alcohol ya hacía tiempo que había comenzado a atolondrar su lengua—. ¡Eshcuchad, eshcuchad! —añadió en un renovado grito, cuando todos se hubieron servido aquella nueva ronda de kimada. Hipó—. ¡Un brindish! ¡Por nueve locosh que decidieron que hoy, hoy, era el día para dejar nueshtra huella en la hishtoria! —levantó su vaso al centro de la mesa, derramando un poco del contenido por el camino, para entrechocarla con el resto—. ¡Por noshotrosh, coño, POR NOSHOTROSH!
«Je... ¿Ya os ha embriagado el licor? Pobres jovenzuelos.» Al contrario que Hanabi, Kenzou aún se mantenía fresco como una rosa. ¡Hacía falta mucho más alcohol que eso para tumbarle!
Junto al Morikage, Hana aún seguía con los ojos firmemente cerrados y entre sus manos sostenía uno de aquellos vaso de barro... que le duraba desde la primera ronda. El otro ANBU se mantenía en el más estricto anonimato, y para no quitarse la máscara del rostro se negaba a beber una sola gota.
—¡Por las tres aldeas! ¡Y por sus shinobi! —correspondió Kenzou a los gritos de Hanabi.
Por muy buenas que fueran sus intenciones para con la Alianza, no podían saber si aquella deliciosa paz iba a durar para siempre. Por eso más les valía disfrutar del momento...
Ya se preocuparían de Kurama y los Generales más tarde. Y ellos les devolverían el golpe con sus Guardianes.
Todas las personas de la taberna se habían vuelto hacia ellos, atónitos ante el espectáculo que se estaba desarrollando frente a sus ojos. Y no era para menos. Nueve eran las personas que protagonizaban aquel esperpento. Y no nueve personas cualquiera. A juzgar por aquel distintivo uniforme, tres de ellos eran los mismísimos Kage, los líderes de las tres aldeas shinobi que gobernaban Oonindo. Y las otras seis personas debían ser sus ninjas de confianza.
¿Pero quién iba a imaginar que podrían encontrar a los tres máximos líderes... empachándose de alcohol en una taberna cualquiera en el Valle de los Dojos? Nadie les creería a ninguno de ellos si se atrevían a contarlo fuera...
El Morikage, con la cabeza apoyada en el dorso de una de sus manos, estaba asistiendo a un espectáculo sin igual. Desconocía si el camarero dominaba el arte del Ninjutsu, pero lo que estaba haciendo con aquel licor de dioses era auténtica magia. Y eso que aquella no era la primera kimada, o como quiera que se llamara, que llevaban. Pero aquel baile de brillantes llamas azules atrapadas en aquel cuenco de barro le fascinaba hasta cotas completamente inesperadas y sus ojos estaban atrapados por los metódicos y expertos movimientos del sirviente.
Desafortunadamente, parecía que era el único que se sentía así. Sus compañeros tenían sus intereses ya puestos en otros menesteres.
—¡Eshto ya eshtá al punto! —exclamaba el Uzukage, inusualmente contento... y con las mejillas encendidas. El alcohol ya hacía tiempo que había comenzado a atolondrar su lengua—. ¡Eshcuchad, eshcuchad! —añadió en un renovado grito, cuando todos se hubieron servido aquella nueva ronda de kimada. Hipó—. ¡Un brindish! ¡Por nueve locosh que decidieron que hoy, hoy, era el día para dejar nueshtra huella en la hishtoria! —levantó su vaso al centro de la mesa, derramando un poco del contenido por el camino, para entrechocarla con el resto—. ¡Por noshotrosh, coño, POR NOSHOTROSH!
«Je... ¿Ya os ha embriagado el licor? Pobres jovenzuelos.» Al contrario que Hanabi, Kenzou aún se mantenía fresco como una rosa. ¡Hacía falta mucho más alcohol que eso para tumbarle!
Junto al Morikage, Hana aún seguía con los ojos firmemente cerrados y entre sus manos sostenía uno de aquellos vaso de barro... que le duraba desde la primera ronda. El otro ANBU se mantenía en el más estricto anonimato, y para no quitarse la máscara del rostro se negaba a beber una sola gota.
—¡Por las tres aldeas! ¡Y por sus shinobi! —correspondió Kenzou a los gritos de Hanabi.
Por muy buenas que fueran sus intenciones para con la Alianza, no podían saber si aquella deliciosa paz iba a durar para siempre. Por eso más les valía disfrutar del momento...
Ya se preocuparían de Kurama y los Generales más tarde. Y ellos les devolverían el golpe con sus Guardianes.