30/01/2019, 13:46
—¿Pero por qué te disculpas, Ayame? —preguntó Shanise, con los ojos anegados de lágrimas, y Ayame no supo bien que responder—. ¡Oh, sí! Las esposas... lo siento.
Shanise sacó unas llaves desde la parte posterior de su espalda y se inclino sobre ella. Con un ligero chasquido, las esposas se abrieron y las muñecas de Ayame quedaron libres. Y no sólo eso, el chakra volvía a recorrerla con normalidad. El corazón le latía con fuerza. Volvía a ser el Agua.
—¿Puedes levantarte, o te ayudamos? —le preguntó la Jōnin.
Pero Ayame, deseosa de saborear su libertad, ya había apoyado sendas manos y había intentado reincorporarse. Demasiado rápido. Las piernas le fallaron en el último momento y calló de nuevo al suelo de rodillas. Pese a que su cuerpo se encontraba en perfecto estado, ella aún se sentía terriblemente débil. Era como si su espíritu aún no se hubiese amoldado a la carne que le pertenecía, como si de verdad hubiera estado casi tres meses sin andar y sin moverse...
Casi tres meses... Una estación entera.
—¡Al fin! La jinchuuriki ha vuelto.
—Estaba harto de tener que lidiar con ese monstruo día sí y día también... Bienvenida, Guardiana.
«Kokuō no es un monstruo... Y yo no soy una Guardiana. Ya no.» Ayame les dirigió una mirada sombría. Había reconocido las voces de sus carceleros, no, de los carceleros de Kokuō. Por supuesto que lo había hecho. Había sido testigo de todos aquellos días de prisión. Y le habría encantado tener las fuerzas para corregirles y ponerles en su lugar, pero...
—Se llama Ayame —les espetó Shanise por ella—. Y ahora, moved el culo de vuelta a Amegakure y decidle a Yui-sama que todo ha salido bien. Yo me quedaré hasta que Ayame pueda emprender el viaje sana y salva.
Ayame había dejado de prestarles atención. Se contemplaba las manos con lágrimas en los ojos, incapaz de creer aún que la pesadilla se había acabado. Se palpó el rostro, acarició sus cabellos, sus hombros, sus brazos... Volvía a ser ella. Aún con aquellas ropas de carcelera, volvía a ser Aotsuki Ayame. Quiso chillar de pura felicidad, quiso reír, quiso levantarse y bailar, correr, elevarse en el cielo con sus alas de agua. Pero lo único que lograba hacer era llorar y llorar...
Anhelante de contacto humano, la muchacha se arrojó a los brazos de Shanise.
—Gracias... gracias... gracias... —repetía una y otra vez.
Shanise sacó unas llaves desde la parte posterior de su espalda y se inclino sobre ella. Con un ligero chasquido, las esposas se abrieron y las muñecas de Ayame quedaron libres. Y no sólo eso, el chakra volvía a recorrerla con normalidad. El corazón le latía con fuerza. Volvía a ser el Agua.
—¿Puedes levantarte, o te ayudamos? —le preguntó la Jōnin.
Pero Ayame, deseosa de saborear su libertad, ya había apoyado sendas manos y había intentado reincorporarse. Demasiado rápido. Las piernas le fallaron en el último momento y calló de nuevo al suelo de rodillas. Pese a que su cuerpo se encontraba en perfecto estado, ella aún se sentía terriblemente débil. Era como si su espíritu aún no se hubiese amoldado a la carne que le pertenecía, como si de verdad hubiera estado casi tres meses sin andar y sin moverse...
Casi tres meses... Una estación entera.
—¡Al fin! La jinchuuriki ha vuelto.
—Estaba harto de tener que lidiar con ese monstruo día sí y día también... Bienvenida, Guardiana.
«Kokuō no es un monstruo... Y yo no soy una Guardiana. Ya no.» Ayame les dirigió una mirada sombría. Había reconocido las voces de sus carceleros, no, de los carceleros de Kokuō. Por supuesto que lo había hecho. Había sido testigo de todos aquellos días de prisión. Y le habría encantado tener las fuerzas para corregirles y ponerles en su lugar, pero...
—Se llama Ayame —les espetó Shanise por ella—. Y ahora, moved el culo de vuelta a Amegakure y decidle a Yui-sama que todo ha salido bien. Yo me quedaré hasta que Ayame pueda emprender el viaje sana y salva.
Ayame había dejado de prestarles atención. Se contemplaba las manos con lágrimas en los ojos, incapaz de creer aún que la pesadilla se había acabado. Se palpó el rostro, acarició sus cabellos, sus hombros, sus brazos... Volvía a ser ella. Aún con aquellas ropas de carcelera, volvía a ser Aotsuki Ayame. Quiso chillar de pura felicidad, quiso reír, quiso levantarse y bailar, correr, elevarse en el cielo con sus alas de agua. Pero lo único que lograba hacer era llorar y llorar...
Anhelante de contacto humano, la muchacha se arrojó a los brazos de Shanise.
—Gracias... gracias... gracias... —repetía una y otra vez.