3/02/2019, 19:00
Y allí estaba de nuevo ella. Encogida sobre sí misma, sin poder siquiera estirar bien las patas para estar un poco cómoda. A decir verdad, nunca había terminado de acostumbrarse a poder hacerlo, no porque como humana también hubiera estado encerrada tras unos barrotes, sino porque mil años pesan mucho más que unos meses. En cierto modo, era como si acabase de volver al hogar. Pero hay muchos tipos de hogares. El suyo era el tipo de hogar equivocado, ese que hace que a una se le atraganten las sílabas cuando tiene que pronunciar la palabra. Hogar, en el mismo sentido que un niño maltratado por sus padres y encerrado en su diminuta habitación tenía un hogar.
Un sitio donde ver los días pasar hasta tu muerte. Claro que, suertuda ella, eso tampoco iba a llegar.
Y allí estaba de nuevo ella. La pequeña que la había suplantado durante el escaso suspiro de libertad. Allí estaba visitándola, y recordándole, como sus seres queridos unos días atrás, que había un mundo fuera de los barrotes, y que ella no pertenecía a él.
—Kokuō... —La llamó.
El bijuu levantó la cabeza —le hubiera gustado decir que con dignidad, pero sus cuernos chocaron con el techo de la jaula de una manera ridícula—, y la miró, con aquellos ojos de color azul mar penetrantes, terribles, que sin embargo ahora a Ayame le parecerían tan familiares como para considerarlos... humanos.
—Ya está, señorita —dijo—, ya tienen lo que querían. Usted es libre, y el monstruo vuelve a su jaula una vez más, a la espera de que el sello se rompa y pueda salir a devorar sus almas. Misión cumplida. Un final feliz. Disfrútelo, y déjeme en paz. No estoy de humor.
Un sitio donde ver los días pasar hasta tu muerte. Claro que, suertuda ella, eso tampoco iba a llegar.
Y allí estaba de nuevo ella. La pequeña que la había suplantado durante el escaso suspiro de libertad. Allí estaba visitándola, y recordándole, como sus seres queridos unos días atrás, que había un mundo fuera de los barrotes, y que ella no pertenecía a él.
—Kokuō... —La llamó.
El bijuu levantó la cabeza —le hubiera gustado decir que con dignidad, pero sus cuernos chocaron con el techo de la jaula de una manera ridícula—, y la miró, con aquellos ojos de color azul mar penetrantes, terribles, que sin embargo ahora a Ayame le parecerían tan familiares como para considerarlos... humanos.
—Ya está, señorita —dijo—, ya tienen lo que querían. Usted es libre, y el monstruo vuelve a su jaula una vez más, a la espera de que el sello se rompa y pueda salir a devorar sus almas. Misión cumplida. Un final feliz. Disfrútelo, y déjeme en paz. No estoy de humor.
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