3/02/2019, 19:36
(Última modificación: 3/02/2019, 20:08 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
¡Clonk!
Los cuernos de Kokuō chocaron contra el techo de la jaula cuando intentó alzar la cabeza para mirarla. Pero aquello no era una situación cómica, en absoluto. Aquella prisión era mucho más que una burda humillación. Aquellos penetrantes ojos de color turquesa que ahora se clavaban sobre ella, en otros tiempos la habrían aterrorizado, la habrían hecho retroceder. Pero no ahora. No ahora que la conocía con tanto detalle. No ahora que había estado en su piel.
Ayame siguió acercándose a la jaula sin mayor temor que la impresión de tener a una criatura que debía verte como una hormiga frente a sus ojos.
—Ya está, señorita —habló el Bijū, con su voz solemne y profunda, pero femenina—, ya tienen lo que querían. Usted es libre, y el monstruo vuelve a su jaula una vez más, a la espera de que el sello se rompa y pueda salir a devorar sus almas. Misión cumplida. Un final feliz. Disfrútelo, y déjeme en paz. No estoy de humor.
Pero Ayame frunció los labios.
—No —replicó, cortante y decidida. Caminaba con cierta lentitud alrededor de la jaula y sus ojos no miraban directamente a Kokuō como ella sí lo hacía. Estaba demasiado ocupada, buscando...—. Te hice una promesa. Y he venido a cumplirla. Aunque sea una parte de ella.
Sus pasos se detuvieron en seco frente a uno de los laterales de la jaula. Puede que fuera una auténtica negada con el Fūinjutsu, pero si de algo había tenido tiempo en aquellos tres largos meses de cautiverio, había sido, precisamente, de examinar aquellas rejas. Lo había intentado todo: a falta de poder realizar técnicas trató de golpearlas, de embestirlas... Pero todo fue inútil. Ni siquiera había una puerta o una cerradura que forzar. Era una prisión completamente construida para evitar el escape de quien contuviera. Sin embargo, sí que había algo fuera de lo común...
«Lo siento, Shanise-senpai. Pero esto es algo que debo hacer.»
Ayame, con el corazón desbocado en su garganta y las piernas temblorosas, se acercó a la etiqueta de sellado que estaba pegada en el barrote central de una de las paredes. Alzó la mano, sus dedos pellizcando la esquina de esta, y cruzó por última vez sus ojos castaños con los celestes de Kokuō.
—Te prometí que te sacaría de aquí, Kokuō.
Y la arrancó de un solo tirón.
Ya era hora de retomar la llave y abrir la puerta de una vez por todas.
Los cuernos de Kokuō chocaron contra el techo de la jaula cuando intentó alzar la cabeza para mirarla. Pero aquello no era una situación cómica, en absoluto. Aquella prisión era mucho más que una burda humillación. Aquellos penetrantes ojos de color turquesa que ahora se clavaban sobre ella, en otros tiempos la habrían aterrorizado, la habrían hecho retroceder. Pero no ahora. No ahora que la conocía con tanto detalle. No ahora que había estado en su piel.
Ayame siguió acercándose a la jaula sin mayor temor que la impresión de tener a una criatura que debía verte como una hormiga frente a sus ojos.
—Ya está, señorita —habló el Bijū, con su voz solemne y profunda, pero femenina—, ya tienen lo que querían. Usted es libre, y el monstruo vuelve a su jaula una vez más, a la espera de que el sello se rompa y pueda salir a devorar sus almas. Misión cumplida. Un final feliz. Disfrútelo, y déjeme en paz. No estoy de humor.
Pero Ayame frunció los labios.
—No —replicó, cortante y decidida. Caminaba con cierta lentitud alrededor de la jaula y sus ojos no miraban directamente a Kokuō como ella sí lo hacía. Estaba demasiado ocupada, buscando...—. Te hice una promesa. Y he venido a cumplirla. Aunque sea una parte de ella.
Sus pasos se detuvieron en seco frente a uno de los laterales de la jaula. Puede que fuera una auténtica negada con el Fūinjutsu, pero si de algo había tenido tiempo en aquellos tres largos meses de cautiverio, había sido, precisamente, de examinar aquellas rejas. Lo había intentado todo: a falta de poder realizar técnicas trató de golpearlas, de embestirlas... Pero todo fue inútil. Ni siquiera había una puerta o una cerradura que forzar. Era una prisión completamente construida para evitar el escape de quien contuviera. Sin embargo, sí que había algo fuera de lo común...
«Lo siento, Shanise-senpai. Pero esto es algo que debo hacer.»
Ayame, con el corazón desbocado en su garganta y las piernas temblorosas, se acercó a la etiqueta de sellado que estaba pegada en el barrote central de una de las paredes. Alzó la mano, sus dedos pellizcando la esquina de esta, y cruzó por última vez sus ojos castaños con los celestes de Kokuō.
—Te prometí que te sacaría de aquí, Kokuō.
Y la arrancó de un solo tirón.
Ya era hora de retomar la llave y abrir la puerta de una vez por todas.